Friday 27 December 2013

Un 2013 de pesadilla

En pocos días dejaremos el año 2013. Aquí, en el mundo real, no lo echaremos de menos. Cuando empezó, hace justo un año, parecía casi imposible que las cosas pudieran ir peor que en el annus horribilis, 2012, pero lo hemos conseguido: en el mundo real, prácticamente todo ha empeorado.

En el mundo fuera de la realidad, ese oasis de áticos en Marbella y vacaciones en resort de lujo donde vive, alejada de la realidad de cada día, nuestra élite política y económica, en el mundo de la gente que no ha cogido un Metro en su vida, las cosas han ido bastante mejor.

En el mundo fuera de la realidad, el Ministro Montoro ve señales de recuperación, las proyecciones del Gobierno prevén un débil aumento del PIB, lo que autoriza al Ministro a declarar, en términos categóricos, que la recesión ya ha terminado. En el mundo fuera de la realidad, el paro ha aumentado en octubre, pero menos de cuanto lo hizo en 2012 cosa que, según nuestra Ministra de Trabajo (que no ha trabajado un día en su vida), demuestra que la reforma laboral está funcionando. Todo los que gracias a ellas tienen un trabajo más inseguro y un sueldo más miserable agradecen su buen funcionamiento.

En el mundo fuera de la realidad la justicia es justa, castiga a los malos y defiende a los buenos. La política respeta y ayuda el trabajo de los jueces sin interferir ni intimidar. Es cierto que a veces a los políticos se le borran unos discos duro de manera un tanto sospechosa, pero, en fin, nadie es perfecto. Pero, tranquilos: por lo menos los ciudadanos que quieran manifestarse cerca del congreso, turbando así el derecho de los políticos a tomarse en paz un gin-tonic (que además le sale muy barato), serán castigados sin piedad.

En el mundo fuera de la realidad se ha racionalizado el gasto en educación y sanidad, pero sin perjudicar a nadie: se han salvado las becas Erasmus (en realidad es Europa quien lo ha impuesto al gobierno pero, en el mundo fuera de la realidad, ¿a quién le interesan estas pequeñeces?), y si los hijos de los pobres no podrán ir a la universidad, pues, probablemente es que no lo merecen: si son pobres, ¿por algo será, no?

En el mundo fuera de la realidad ha habido sacrificios, pero necesarios y repartido con sentido de justicia entre todos los españoles.

En el mundo real, el mundo en que vive la gran mayoría de nosotros, el año no podía ser más trágico.

En el mundo real, los indicadores macroeconómicos carecen de sentido si sólo se traducen en más riqueza para pocos y más pobreza para los demás. En el mundo real, nos enfrentamos a un futuro parecido a India, donde hay un crecimiento del 5% y la mitad de la población que vive con menos de un Euro al día. En el mundo real la impresión es que se está sacrificando a la gente en el altar de la macroeconomía: lo que debía ser un instrumento para servirnos se ha transformado en nuestro amo.

En el mundo real el paro baja sólo porque ahora llaman trabajo lo que antes se llamaba explotación. Más del 90% de los nuevos contratos son temporales, suponen un sueldo tercermundista y condiciones vejatorias. Si ya era una vergüenza que en un país europeo se considerara “sueldo” unos 700 Euros al mes, lo es aún más que en 2013 el sueldo medio haya bajado un 0.2%. Sin embargo, no a todos les ha ido mal: el sueldo medio de los consejeros de las grandes empresas ha subido un 7%. El hecho que su sueldo lo fijen ellos mismos puede tener algo que ver con esto.

En el mundo real, la justicia no es tan igual para la Infanta Cristina, cuyas facturas se han mágicamente transformado en auténticas, para corruptos como Fabra o Díaz Ferrán, condenados a penas sospechosamente bajas, o para los Mossos d’Esquadra condenados por torturas a un detenido e indultados por el gobierno. Todavía no sabemos si el ex-alcalde de Torrevieja Hernández Mateo irá a la cárcel. Parece poco probable: el 85% de sus compañeros de partido en las Cortes Valencianas han pedido al gobierno que le indulte. En el mundo real, “para todos” es un término muy relativo.

En el mundo real, la racionalización del gasto se parece mucho a unos recortes brutales. Son los misterios de la semántica. En el mundo real, los niños de Madrid tienen que pagar tres Euros para comer en la escuela la comida que se llevan de casa (más o menos lo que pagan los diputados para un menú completo). En el mundo real los médicos tienen cada día menos recursos y más trabajo, la privatización del servicio de análisis ha empeorado la calidad de las muestras, y ya casi no se hacen mamografías preventivas a las mujeres. En el mundo real la autonomía universitaria ya es sólo un recuerdo, la ciega burocracia impera y destruye; los mejores científicos huyen de un país suicida que ha estrangulado su propia ciencia. Menos mal que por lo menos cada día hay más dinero para los futbolistas.

En el mundo real, el 50% más pobre de España ha tenido que pagar una crisis que no ha provocado con sacrificios injustos, mientras el 10% más rico se hacía más rico: España es el país de Europa donde más ha crecido la brecha salarial. Aumenta el número de pobres y el número de millonarios, se ha multiplicado por 10 el número de personas en los comedores sociales, y ha subido la venta de coches de lujo. Para unos pocos, la crisis está siendo un negocio redondo.

En el mundo dorado del Sr. Botín, Presidente del Banco Santander, a España le llueve dinero de todos los lados. Debe tratarse de una lluvia muy localizada, porque por aquí no ha llegado ni siquiera una gota.

Thursday 5 December 2013

Campus de excelencia internacional (a certificaión nacional)

El "Don Quijote" es una obra única en la historia de la literatura. Se trata no sólo de la primera novela en sentido moderno, anticipando en más de un siglo el birth of the novel inglés, sino también de una de las obras clave para entender la modernidad, el poder y la soledad del hombre moderno puesto frente a un mundo que finalmente está en sus manos, en que él es el único actor, donde no espera, así como lo hacía en la edad media, que Dios le resolviera y le revelara el sentido de la vida. La muerte de Dios, que Nietzsche anunciará 250 años más tarde, empieza aquí.

Todo el Quijote es una declaración de problematicidad de la relación entre realidad y ficción, y el primer ejemplo el lector lo encuentra en las primeras páginas de la novela, allí donde se trata de dar un nombre al protagonista. Es el mismo protagonista que se pone nombre: "en este pensamiento duró ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote." Tenemos la sensación de que algo no marcha: el personaje de una novela no puede ir contándonos como se llama, no puede decidir él mismo su propio nombre. Por mucho que él nos cuente, sabemos que en realidad se llama Alonso Quijano. Pero, un momento... ¿en realidad? ¿en que realidad? El hidalgo Quijano es también un personaje, y no es más real que Don Quijote. ¿O sí? ¿Es Don Quijote, por ser irreal incluso en la novela, menos real que Quijano? ¿Es el siglo XVII de Quijano más real que el siglo XII de Don Quijote? Cervantes (¿real? ¿es real Cervantes? Ya nos hemos perdido) nos complica aún más las cosas diciendo que incluso sobre el nombre Quijano hay discordancia en las "fuentes":

Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia entre los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana.

Pero aquí también nos encontramos frente a un espejismo: los autores que debaten sobre el "verdadero" nombre de Don Quijote no son más reales que él.

Cuando Alonso Quijano se autoproclama el caballero andante Don Quijote, entendemos que nos encontramos frente a un desdoblamiento de la realidad: crearse un nombre por uno mismo supone crear una realidad ficticia. Nuestro nombre verdadero es, siempre, el nombre que nos ponen los demás, nunca él que nos ponemos nosotros (por esto no encontramos nada extraño cuando Sancho nombra a Don Quijote el Caballero de la Triste Figura).

Estas observaciones sobre los distintos niveles de realidad en la modernidad no son, lo confieso, muy originales. Se han hecho muchas veces, hasta llegar, ya en la postmodernidad, a afirmaciones lapidarias como "la guerra del golfo no tuvo lugar" (Baudrillard) o irónicas como que la falsa Main Street, America de Disneyland existe para que la gente crea que Los Angeles es real (Eco).

Pero me acuerdo de estas consideraciones cada mañana cuando, llegando a la universidad, veo en la fachada del edificio del departamento carteles proclamando que la UAM es "Campus de excelencia internacional". Se trata de un reconocimiento internacional muy peculiar, en cuanto lo ha otorgado el Ministerio español a universidades españolas. Ningún organismo internacional ha participado en la decisión, ninguna universidad de otros países ha sido candidata.

El mundo del deporte hace ironía sobre la World Series del baseball americano: los americanos añaden un par de equipos canadienses a la liga nacional y así crean la World series. La universidad española los ha superado: no hemos necesitado ni siquiera un par de universidades portuguesas para proclamar la excelencia internacional.

Esta excelencia autoproclamada suena tan false como el título de Don Quijote y por el mismo motivo: con una autoproclamación no se consigue un título, se crea una realidad alternativa, esquizofrénica, en que este título existe. La verdadera excelencia internacional no es la que nos damos nosotros, sino la que se reconoce internacionalmente y, así como "en realidad" Don Quijote era el pobre hidalgo Alonso Quijano, así en realidad la universidad española no tiene ningún campus entre los primeros 200 del mundo (y sólo 3 entre el 200 y el 300), y su calidad va cayendo en picado.

Pero hay otro nivel de realidad: el nuestro, el en que ni siquiera Alonso Quijano es real, en que, a pesar de Disneyland, no conseguimos considerar Los Angeles como completamente real.

Los Campus de excelencia son la Disneyland de la universidad española: nos quieren convencer que una universidad todavía existe mientras que, desde por lo menos la implantación de la reforma de Bolonia, la universidad libre ha desaparecido.

Monday 25 November 2013

Los profesores, estos vagos.

El pasado Octubre, durante la huelga en educación, la Secretaria de Estado de Educación Gomendio criticó a los profesores por hacer huelga porque, sostiene, tienen un trabajo asegurado y, con la que cae, no deberían quejarse. (Este es el mensaje normal del gobierno: con la que cae, nadie tiene el derecho a quejarse... callados y a obedecer las órdenes.)

Parece que los profesores somos la causa de todos los males de España: no se nos puede despedir (y quien piensa diferente, por ejemplo los interinos que han despedido, se equivoca) y cada dos por tres se nos reprocha de trabajar poco: en la escuela los profesores tienen "sólo" 18 horas lectivas, en la universidad, donde trabajo yo, 9 o 12.

Un escándalo. Una ganga: los profesores trabajamos un par de horas al día, y luego nos vamos de juerga (o de huelga, según los días). Quiero hacer una premisa: creo que trabajar de profesor en una buena universidad es un privilegio. Un profesor en una buena universidad hace un trabajo interesante y variado, en contacto con jóvenes brillantes. Tiene una gran libertad para decidir de qué se va a ocupar en investigación, lo que va a enseñar en sus clases y como. Se trata de un trabajo apasionante, y trabajar en ello es sin duda un privilegio. Esto en una buena universidad que respeta la libertad de cátedra e investigación. Estas universidades ya no existen en España, lamentablemente, pero el trabajo sigue siendo bastante interesante.

Para que la Secretaria de Estado se reafirme en su opinión de que los profesores no trabajamos, quiero detallar mis horas de la semana precedente a la huelga.

La semana tiene 168 horas. Duermo siete horas por noche, lo que me deja 119. Tengo 12 horas lectivas semanales, y necesito por lo menos 15 de preparación: preparación de material, corrección de pruebas etc. Me quedan 92 horas.

Estoy siguiendo unos seis estudiantes con su tesis (grado, máster o doctorado), y cada uno necesita, entre tutorías y preparación, unas 4 horas semanales. Me quedan 68.

Paso unas 3 horas semanales en reuniones, 45 minutos (6 días por semana) leyendo y escribiendo email, y unas 4 horas tutorizando estudiantes de la asignatura. Quedan 56.5 horas.

También tengo mi trabajo de investigación: calculamos unas 8 horas escribiendo (artículos profesionales, un libro que estoy preparando, etc.) 10 horas de trabajo (pruebas, programación, demostración de teoremas,...), 6 horas de lecturas de artículos científicos, y 3 horas de actividades profesionales varias (sociedades científicas, organización de proyectos). Me quedan 27.5 horas.

Para ir y volver del trabajo gasto hora y media, cinco días a la semana.

Me quedan 20 horas.

Tres horas al día (incluyendo sábado y domingo). Tres horas para hacer las cosas que tengo que hacer: comer, cocinar, lavar, planchar, limpiar la casa, ir de compras, además de las cosas que me gusta hacer: dibujar, leer, hacer el amor, tocar la guitarra, salir, tomar una copa de vino, tomar un café.

No tengo tiempo. Tendré que dejar de tomar café.

Wednesday 2 October 2013

Como recortar un metro sin que nadie se dé cuenta

Por si alguien entre los (muy escasos) futuros lectores de estas líneas fuera director del metro de alguna gran ciudad europea, aquí tengo un método muy bueno para recortar trenes manteniendo lo que los americanos llaman deniability, es decir la capacidad de decir a la prensa que nada está pasando manteniendo al mismo tiempo una cara razonablemente seria. Os lo ofrezco gratis.

Consideremos una línea de metro de 60Km de longitud y digamos, para simplificar las cuentas, que los trenes viajan en ella a una velocidad de 60 Km/h. La frecuencia es de un tren al minuto. A 60 Km/h los trenes recorren 1 Km en un minuto, por tanto, para mantener la frecuencia, en la línea habrá un tren cada quilómetro. En total, en cada momento, habrá 60 trenes en la línea.

Ahora reducimos la velocidad de los trenes a 30 Km/h. Para recorrer un quilómetro los trenes tardan ahora 2 minutos por tanto si mantenemos la distancia de un quilómetro entre los trenes, su frecuencia se reducirá a un tren cada dos minutos. Habrá protestas, sin duda, pero no usted no se preocupe: podrá aparecer frente a la prensa y decir, sin mentir, que el número de trenes no se ha reducido. Y tendrá razón: en cualquier momento en la línea hay 60 trenes, exactamente como antes, un tren por cada quilómetro. El tiempo de espera ha aumentado a causa de la menor velocidad, claro, pero usted, como buen político, sabe muy bien como dar las vueltas a las cosas citando sólo los datos que le interesa citar.

Ahora deje pasar un año o algo más, para dar a la gente el tiempo de acostumbrarse a los nuevos tiempos de espera. La gente, usted lo sabe bien, tiene la memoria corta, y no habrá que esperar demasiado. Digamos un año y medio, para estar seguro.

Tras año y medio, haga que los trenes vuelvan a su velocidad normal, 60 Km/h, pero reduzca su número a la mitad. Ahora hay sólo 30 trenes en la línea al mismo tiempo, a una distancia de dos Km el uno del otro: a 60 Km/h los trenes tardarán dos minutos en recorrer los dos Km, por tanto el tiempo de espera será lo mismo: dos minutos. Es improbable que alguien proteste, pero, si alguien lo hace, usted podrá declarar a la prensa que se trata de una mentira: el tiempo de espera medio es exactamente el mismo que el año pasado: dos minutos.

Así habrá conseguido lo que quería: recortar a la mitad el número de trenes pudiendo siempre declarar, sin mentir, que en realidad no ha cambiado nada, y que no se está recortando nada.

Tenía pensado vender este plan a la comunidad y el ayuntamiento de Madrid, que gestionan sistemas de transporte de tamaño considerable. Pero me he dado cuenta que el año pasado la comunidad declaró que había reducido el número de trenes en un mero 10%, mientras el tiempo de espera medio se ha más que duplicado. También me he dado cuenta que en cierto tramos de la red diseñados por velocidad de unos 110 Km/h los trenes viajan ahora a 30-40 Km/h.

He llegado tarde: ya han descubierto el truco antes que yo. De hecho, ahora estoy incluso un poco preocupado: ¿no será que al final me van a denunciar por haberles robado la idea?

Tuesday 10 September 2013

La buena suerte olímpica de Madrid

Esta vez Madrid ha tenido suerte. Mejor dicho: el Comité Olímpico Internacional la ha salvado de su propia locura, de la de sus administradores y, siento mucho decirlo, de la de muchos (demasiados) de sus ciudadanos. ¿Cómo es posible que una ciudad que no tiene dinero ni siquiera para garantizar los servicios básicos (es lo que nos dicen nuestros políticos locales) pueda pagar una manifestación tan estrafalaria e inútil como los juegos olímpicos?

Madrid está destruyendo su educación y su sanidad públicas porque, nos dicen, no hay dinero. Madrid está sucio y huele a basura. En Madrid se ha aumentado el billete de Metro, pero se ha reducido la frecuencia de los trenes, su velocidad y su mantenimiento. Cada día más escaleras mecánicas están averiadas, el Metro también está sucio y huele mal. Obvio: se ha recortado el personal, se ha despedido a gente. No hay dinero.

Pero, según nuestros políticos, si hay dinero para despilfarrar en dudosos sueños olímpicos, en este reality show de mal gusto creado por y para la televisión (hay que ser honestos y admitirlo: los juegos olímpicos son un espectáculo televisivo que poco tienen que ver con el espíritu de Pierre de Coubertin).

Pues, en este caso queremos saber cuánto ha costado esta aventura inconsciente. Cuánto los estudios de factibilidad, los proyectos, las presentaciones, las 180 personas que han volado a Buenos Aires cuya identidad es tan difícil acertar (la delegación más numerosa, para el país con más paro). Queremos saber cuántos profesores, cuantos médicos se podían contratar con este dinero, cuanto personal de limpieza y mantenimiento. Cuantos conductores de Metro.

No es difícil entender porque los políticos están tan entusiasmados con la perspectiva de los juegos: se trata de un gran negocio. En el país de los sobres, de Gürtel, de los tesoreros con millones en Suiza, unos juegos olímpico suponen mucho, pero mucho dinero a repartir. Y, además, traen una popularidad que puede dar un vuelco a unas elecciones: juegos para neutralizar las chapuzas, la corrupción, la incompetencia.

Las preguntas más difíciles no tienen que ver con los políticos, sino con la gente. ¿Cómo es posible que las plazas se llenen más para seguir la asignación de los juegos que para defender la educación pública? ¿Cómo es posible que en las ventanas se vean más banderas cuando juega la selección que trapos blancos para protestar contra la privatización de la sanidad? ¿De verdad la gente está tan cegada por el deporte que lo considera más importante que sus condiciones de vida?

Mucha gente sabe que los juegos olímpicos suponen un gasto insostenible que recaerá sobre los más desfavorecidos en el medio de una crisis brutal, frente a unas ganancias dudosas, para pocos, en siete años y muy concentradas en el tiempo. (La mayoría de las ciudades que han organizado los juegos han acabado perdiendo.) Suponen la creación de grandes estructuras centralizadas y sub-explotadas en lugar de instalaciones deportivas de barrio donde la gente pueda efectivamente hacer deporte.

¿Cuántas personas que estaban celebrando esta perspectiva de gasto insensato se encuentran en el paro, no pueden pagar la hipoteca, la educación de sus hijos o sus recetas? ¿Cuántas de estas personas usan regularmente un Metro cada día más degenerado? ¿Cuántos de los 180 miembros de la delegación española lo hacen?

Es difícil también imaginar porque tantas personas identifican su orgullo de pertenecer a una nación con el hecho de que esta nación gane competiciones deportivas u organice un espectáculo televisivo a carácter deportivo. Un científico, un literato español que ganaran el premio Nobel, un matemático que ganara la medalla Fields, pasarían casi desapercibidos. Una película española que ganara la Palma de Oro no reuniría multitudes ni produciría un evento tan excepcional como la aparición del Presidente del Gobierno sin la mediación de una pantalla de plasma. O, lo que es peor: un político que limpiara la ciudad e hiciera funcionar los servicios recibiría una fracción de los votos de un político que despilfarrase el dinero en juegos olímpicos.

Al final, la gente tiene lo que pide: un país con una selección de fútbol que gana torneos, pero un país en bancarrota cultural y ética, con un sistema educativo que se derrumba y una universidad entre las últimas de Europa.

Friday 30 August 2013

Richard Rorty, la escuela y la universidad

En un artículo escrito a finales de los años '80, el filósofo Americano Richard Rorty observó una "división de influencias" entre las partes políticas en el sistema educativo americano(1). Con todas las simplificaciones que este tipo de clasificaciones supone, Rorty observa que en EE.UU. hasta los años '80, las ideas conservadoras, a través de las school board, dominaban la educación primaria y secundaria, mientras las ideas progresistas, a través de los profesores, dominaban la universidad. Rorty (in socialista moderado) ve esta división como, en principio, positiva, ya que la educación debe, según Rorty, responder a dos exigencias de alguna manera opuesta: por un lado la socialización--es decir, la creación de un miembro integrado y responsable de la sociedad en que vive--y, por el otro, la individuación--es decir, la auto-creación de la individualidad, el desarrollo de un individuo único, capaz de juzgar y criticar la sociedad en que vive desde su punto de vista singularmente personal.

La socialización es necesaria para que una persona se reconozca como parte de una tradición, de una historia y de una narrativa determinadas. Incluso para rechazar nuestra historia hay que conocerla. Y esto sin contar las cuestiones prácticas: que "incluso los radicales, a pesar de su discurso sobre 'educar para la libertad' esperan que la escuela primaria enseñe a los niños a esperar su turno en la cola, a no colocarse en los baños públicos, a obedecer al policía de la esquina, a escribir, a puntuar, multiplicar y dividir. No quieren que el instituto produzca cada año una titulación de Zarathustra amateur."

Pero si es normal esperar que las escuelas enseñen a los chicos las bases de la convivencia y los valores en que su sociedad cree, el papel de la universidad tiene que ser otro. El papel de la universidad en una sociedad moderna es "ayudar a los estudiantes a entender que pueden darse una nueva forma, que pueden cambiar la imagen de si mismos que el pasado les impone, la imagen que hace de ellos ciudadanos competentes y transformarla en una nueva imagen, una que ellos mismos han ayudado a crear".

No estoy completamente de acuerdo con la división ideológica de la educación que parece gustar a Rorty. Me parece una división demasiado rígida, en que la gente que no puede o no quiere ir a la universidad tiene demasiado que perder. Reconozco, por otro lado, que nos ayuda a fijar la atención en un hecho importante: hay (debería haber) una discontinuidad importante entre la educación secundaria y la universitaria. Esta observación tiene una importancia marginal en EE.UU., pero es fundamental en un país como España, donde el "proceso de Bolonia" está intentando eliminar esta discontinuidad necesaria, transformando la universidad en una especie de instituto con enseñanza especializada.

Es normal que la educación secundaria sea bastante estructurada pero, si la universidad debe servir para la "auto-construcción" del individuo, los estudiantes y los profesores universitarios deben, como mínimo, ser mucho más autónomos que en la secundaria.

Rorty no se fija mucho en los estudiantes (veremos por qué), pero sí en la autonomía de los profesores, y esto porque, para Rorty, "cumplir esta función [...] no puede ser regulado por una política institucional explícita" y "decir que [...] las universidades Americanas siguen siendo un ejemplo de libertad académica es decir que a la típica administración ni siquiera se le ocurre intentar interferir con un profesor que intenta desempeñar sus responsabilidades" Si la universidad ha de cumplir su función de ayuda a la auto-creación del individuo, la administración debe limitarse a asegurar que "un profesor que quiere enseñar un curso que nunca se ha enseñado antes, temas que nunca se han propuesto antes o romper de alguna manera la disciplina que algunos departamentos han perpetuado, sea libre de hacerlo".

Rorty reconoce que esta función--la más importante--de la universidad choca con el requisito que las universidades también impartan una educación vocacional, es decir, que enseñen una profesión. Se trata de una función importante, pero "la esperanza que la universidad sea más que educación vocacional es la esperanza que anime a los estudiantes al escepticismo Socrático. Esperemos que sea posible distraer los estudiantes de su lucha para entrar en una profesión con altos sueldos [en EE.UU.... en España los sueldos son generalmente una miseia N.d.T.]".

Sin una universidad libre de la camisa de fuerza de los programas rígidos, sin que los profesores tengan la libertad de enseñar lo que ellos/ellas consideran útil, la universidad no podrá desarrollar su función más importante.

Las instituciones del Estado funcionan, naturalmente, para el mantenimiento del Estado y son por tanto forzosamente conservadoras. Esto no es un defecto ni una crítica, sino una parte de la función de la burocracia estatal, una limitación inherente en la existencia de instituciones. Pero, a causa de esta misma naturaleza es necesaria la existencia de una institución que empuje en sentido opuesto, hacia un cuestionamiento de la sociedad. La universidad es esta institución y a causa de su función de balance y oposición, las instituciones estatales no pueden, ni deben, controlar o, peor, dictar lo que se enseña en la universidad.

No se trata de una cuestión de poco. En la visión de Rorty, la universidad ha asumido algunas de las funciones que la Convención de 1792, la creadora de la idea de educación pública, otorgó a la escuela: hacer sí que los derechos legales y constitucionales de los ciudadanos no queden papel mojado. Condorcet consideraba que "la educación pública es un deber de la sociedad frente a los ciudadanos. En vano se habrá declarado que todos los hombres (sic.) tienen los mismos derechos; en vano las leyes habrán respetado este primer principio de la justicia eterna si la diferencia entre las facultades morales [la cultura, en el lenguaje moderno, N.d.T.] impedirán que muchos disfruten de estos derechos que se les otorga (2). Como declaró en palabras muy claras Amélie Ledoux "un pueblo culto no es el orgullo de una democracia, sino la condición de su existencia".

En la universidad ideal, cada profesor es libre de enseñar lo que considera mejor, y asume la responsabilidad de lo que enseña frente a sus estudiantes. Se trata de un modelo ideal: probablemente ninguna universidad real podría funcionar en estas condiciones. Sin embargo, se trata de un ideal de referencia, una "idea reguladora", útil para comparar distintos sistemas y para averiguar si la universidad evoluciona hacia este ideal.

En España, lamentablemente, la autonomía universitaria ha quedado siempre en palabras vacía: así como las repúblicas comunistas eran tanto menos democráticas cuanto más ponían "democrática" en su nombre, así la universidad parece ser tanto menos autónoma cuanto más la palabra autónoma aparece en su nombre. En EE.UU., país de la autonomía universitaria ninguna universidad se llama "autónoma", hacerlo sería declarar lo obvio. En España, sin embargo, sí. Y las cosas van a peor.

La reforma de Bolonia primero, la llamada estrategia 2015 después, han eliminado por completo la autonomía didáctica del profesor, y están entregando el control a fuerzas externas a la universidad, para nada interesadas en la auto-creación del individuo, sino en la transformación del individuo en anónimos "recursos humanos"--expresión tremenda pero reveladora del papel del individuo en el contexto contemporáneo.

Esta redefinición del papel de la universidad está a la base de la pérdida de su autonomía, ya que no se puede permitir que los académicos transmitan un saber económicamente no rentable. Esta realidad se cree desde el nivel conceptual más alto mediante la introducción, en el mundo de la educación, de la "lógica de las competencias". Hoy en la universidad española cada nueva asignatura tiene que ser aprobada por la ANECA (la agencia nacional de certificación) y, para obtener esta aprobación, es necesario listar las "competencias" que el curso otorgará. Educar personas ya no es suficiente: hay que fabricar trabajadores, la lógica del "mercado del trabajo" se ha extendido a la universidad.

El discurso de las competencia se disfraza de democracia (dar a todo el mundo la posibilidad de encontrar un buen trabajo) que esconde un fondo elitista: con la universidad de las competencias, la cultura y el espíritu crítico deberán llegar de otra fuente, principalmente de la familia. Las familias adineradas y educadas encontrarán maneras, al margen de la universidad pública, para transmitir cultura e independencia a sus hijos. Las otras lo encontrarán mucho más difícil.

Estos problemas son comunes a muchos sistemas educativos de Europa y América, pero España añade algunas características propia que los hacen aún más serios. En España los profesores son mucho más dependientes de las decisiones del ministerios que en otros países. Cada paso en la carrera de un profesor supone una certificación otorgada por la ANECA, mientras en otros países es el ámbito científico internacional que certifica. Esto, naturalmente, obstaculiza la libertad académica y la difusión de opiniones y métodos no ortodoxos.

Las cosas no van mejor para los estudiantes. Ya hemos observado como Rorty, hablando de la autonomía académica, se limita a hablar de los profesores y casi no menciona a los estudiantes. Es que Rorty escribe en EE.UU. y allí, parte unos requisitos de asignaturas de educación general--que Rorty ve como consecuencia del fracaso de la escuela secundaria así que, por ejemplo, un estudiante de ingeniería debe seguir asignaturas de literatura, historia, etc.--, a parte esto, un estudiante tienen muchas libertad para definir su currículo. El sistema de "major" y "minor" de las universidades americana permite al estudiante una gran libertad a la hora de crear su propia carrera: son posible y hasta comunes carreras "mixtas" como estudiar filosofía con minor en física y informática con minor en literatura medieval. Los departamentos ofrecen asignaturas en las especialidades en que trabajan sus profesores y--a parte unos pocos requisitos obligatorios--los estudiantes eligen sus asignaturas.

En España, especialmente a partir de la reforma de Bolonia, las cosas son muy diferentes y los estudiantes, agobiados de troncales, cono pocas optativas que elegir y tratados como niños a quien se impone la asistencia obligatoria, tienen incluso menos autonomía que los profesores.

El modelo de división de Rorty es problemático. Para que pudiera funcionar sería necesario un acceso universal a una universidad libre, autónoma y de alta calidad, donde académicos de gran cultura y preparación puedan decidir lo que van a enseñar sin que el Estado interfiera.

Ninguna de estas condiciones se da en España. Frente a un acceso cada año más caro y limitado a una clase medio-alta está una universidad homogeneizada, controlada hasta el paroxismo por la burocracia administrativa, reducida a un instrumento para la producción de trabajadores dóciles y no críticos.

La educación a la crítica era indispensable en la época de la Convención y lo es mucho más hoy, con la diferencia que hoy un ciudadano crítico y responsable debe disponer de instrumentos intelectuales mucho más complejo que en 1792. El papel fundamental de la universidad debería ser proporcionar estos instrumentos, y en este papel la universidad está fallando. Las consecuencias para la calidad de la vida democrática serán desastrosas.


(1)R. Rorty, "Education as socialization and Individualization", en Philosophy and Social Hope, London:Penguin, 1999; todas las traducciones son mias.
(2)Condorcet, Cinq Mémoires sûr l'instruction publique. Traducción mia.

Monday 13 May 2013

El Aborto: una visión teológica personal

La propuesta de reforma de la ley que regula el derecho al aborto en España, avanzada por el ministro de Justicia Gallardón ha vuelto a encender el debate sobre el aborto, creando divisiones nuevas, tanto que incluso en el mismo partido de gobierno muchas voces se han levantado en contra de la reforma.

Hay muchos aspectos controvertido en esta propuesta de ley que muchos (y no sólo a izquierda) ven como un regreso de más de treinta años en los derechos de la mujer. Se vuelve a una ley de supuesto en lugar de una ley de plazo (es decir: se puede abortar sólo si se cumplen ciertas condiciones médicas en lugar de dejar el aborto libre en las primeras semanas, así como sucedía con la ley actual, aprobada por el gobierno Zapatero), y se endurecen las condiciones: con la propuesta de ley es necesario el parer favorable de dos médicos que certifiquen el riesgo (físico o psicológico) para la salud de la madre. Además, se elimina el presupuesto de la malformación del feto.

Este es quizás el aspecto que más protestas ha levantado: obligar una mujer a parir un hijo con acefalia que seguramente morirá después de escasas horas del nacimiento es visto por muchos como una tortura inútil impuesta a la madre.

Es opinión común que la reforma es un intento de apaciguar la parte más religiosamente conservadora del Partido Popular. Porque es cierto que en España, así como en todo el mundo, la oposición al aborto viene sobre todo de los ambientes religiosos. Esto no quiere decir que, en teoría, no sea posible una oposición laica, basada en una ética no-religiosa, pero, en la realidad de los hechos, si eliminamos la oposición religiosa, el apoyo al derecho al aborto sustancial.

Los Católicos españoles dan por asentado que el aborto es un asesinato, es decir, que el feto es en todo y por todo una persona. ¿Es asesinato el aborto? ¿En que se basa el argumento ético-teológico de los católicos?

La Biblia, sorprendentemente, no dice mucho sobre el tema. El único punto en que el tema se aborda es Ésodo 21:22-23, donde se lee

21:22 Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces.
21:23 Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida,

El punto es importante porque distingue el caso del aborto de la muerte (de una persona). Si hay muerte, se pagará vida por vida, mientras en el caso en que se provoque un aborto, se pagará sólo una multa para compensar al hombre de los daños provocados (la cuestión es un poco ambigua en la Biblia en Español, donde se habla sólo de “ser penado”, más explícita en la Vulgata--la única versión reconocida como oficial por la iglesia católica--donde se dice “subiacebit damno quantum expetierit maritus mulieris et arbitri iudicarint”, cursiva mia). Hay que notar que la cuantía del daño la decide el marido, y no la mujer: la Biblia no es un gran ejemplo de igualdad de género.

Desde un punto de vista teológico, el problema del aborto se relaciona estrictamente con el problema del alma. Un feto es una persona sólo desde el momento en que tiene un alma, pero ¿cuándo es este momento? La doctrina oficial de la iglesia es, aún hoy, la formulada por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. Tomás se interesaba sobre todo al problema del pecado original (Dios no puede crear un alma imperfecta, pero la Biblia nos dice que el pecado original está en nuestra alma desde el principio. ¿Cómo es posible?), pero su tesis tuvo consecuencias importantes también para el problema del aborto. Según Tomás, hay tres tipos de alma: el alma vegetativa (que todos los seres vivientes poseen), el alma animal (que poseen los animales) y el alma racional (que es el alma creada por Dios que sólo las personas poseen).

El alma vegetativa y el alma animal entran en el feto desde el principio, con el esperma del padre (Tomás tampoco reservaba un gran rol a las mujeres...), y el alma animal es la que transporta el pecado original en el feto. El alma racional no entra en el feto con el esperma, sino que es creada por Dios durante la gestación. El problema fundamental es ¿cuándo? Es claro que, hasta que el alma racional entre en el feto, el aborto no es un asesinato, ya que destruye un ser sin alma, mientras que desde el momento en que el feto tiene alma racional, el aborto es asesinato.

Si Tomás hubiera tenido conocimientos de neurofisiología, es muy probable que hubiera relacionado el alma con la formación de la corteza cerebral. No los tenía, e hizo una hipótesis bastante lógica: el alma llega en el momento en que la madre siente que el feto se mueve.

Coherentemente con su teoría del alma, la iglesia católica permitió el aborto hasta el momento en que el feto se movía.

La situación cambió en el siglo XIX, por razones políticas más que teológicas. En el siglo XIX, el aborto empezó a ser relativamente seguro, y las condiciones de vida miserables de la clase obrera hicieron sí que más y más mujeres decidieran interrumpir el embarazo. Esto no sentaba muy bien ni a los gobiernos de la época (que necesitaban gente desesperada para enlistarse) ni a la burguesía industrial (más obrero supone más oferta de trabajo y por tanto, gracias a las leyes del mercado, sueldos más bajos). En particular Francia adoptó, hacia la mitad del siglo XIX, varias medidas para restringir el acceso al aborto.

En 1861 se proclamó el Reino de Italia, con capital Turín y, desde 1865, Florencia. Los Italianos estaban presionando para conquistar Roma y hacer de ella la capital del Reino, y el Papa buscaba aliados para salvar lo que quedaba de sus dominios temporales. Buscando alianzas en clave anti-Italiana, la iglesia en 1869 accedió a declarar el aborto ilegal en cualquier momento del embarazo. (Al final, al Papa todo esto no le sirvió: en 1870 los Italianos entraron en Roma.)

El aborto es un drama, y entiendo muy bien a la gente que tiene dificultades éticas en aceptarlo. Pero refugiarse en consideraciones doctrinarias que, como hemos visto, tienen una historia mucho más controvertida y menos lineal de lo que la jerarquía eclesiástica quiere que pensemos no es una solución. No se puede simplemente decir “el aborto es asesinato” sin más. Se trata de un problema complejo, que pone a prueba definiciones que a veces damos por asentadas, como la de “vida humana”. Simplificar no sirve.

Nadie, creo, ve en el aborto algo positivo, y supongo que incluso el más convencido defensor de la libertad de elección desea que el número de abortos se reduzca hasta casi desaparecer. La manera para reducir el número de aborto es conocida y experimentada con éxito en varios países: una correcta y precoz educación sexual, y la disponibilidad de contraceptivos baratos.

El problema es que la misma Iglesia que quiere eliminar el derecho a abortar está en contra de todas las medidas que podrían reducir el número de abortos. En la medida en que la falta de educación y contracepción causan embarazos indeseados que luego acaban en aborto, la Iglesia católica es la organización que más abortos causa en España, y quizás en el mundo.

Wednesday 24 April 2013

¿Salvar a la economía o salvar a la gente?

El Presidente del Gobierno sostiene que el descenso de la prima de riesgo da razón a su política económica (en Julio, cuando la prima de riesgo se situaba en 600 punto no sostenía que no le daba razón, pero no se le puede pedir demasiada coherencia); el Ministro de Guindos habla de un incremento de competitividad de la economía española (¿Qué es la competitividad? ¿Cómo se mide? ¿Cómo funciona un competómetro?).

Se habla mucho de economía, de indicadores económicos (incluso de indicadores muy dudosos como la ?competitividad?), y muy poco de lo que debería ser el fin de la economía: el bienestar de la gente. Se ha puesto el instrumento por encima de su fin.

Si recuperamos la verdadera vocación de la economía, es decir, garantizar la satisfacción de las necesidades materiales de cada uno, entonces debemos evaluar los indicadores en el marco de este fin último que, solo, le otorga valor.

Consideremos por ejemplo la competitividad. ¿Qué quiere decir ganar competitividad? Para el Ministro quiere decir reducir el coste de nuestros productos bajando el coste laboral. Hasta aquí la economía. Pero, ¿Qué consecuencias tiene esto para el bienestar de la gente? ¿Si para ganar competitividad tenemos que reducirnos como los trabajadores de China, merece la pena ganar competitividad? ¿No habría que plantear el problema en otros términos? Se está sacrificando la vida de la gente, vidas muy reales, al valor de unos indicadores. Se nos pide aceptar que el bien de la economía requiere que bajemos de manera permanente nuestro nivel de vida.

El problema, creo, es que está considerando el problema en las bases equivocada. El debate público (incluso a izquierda) da por cierto que el bien de los indicadores económicos supone el bien de la gente. Pero hoy en día, parece, la correspondencia entre economía y calidad de vida no está tan clara, si es que alguna vez lo estuvo.

Habría que considerar de nuevo toda la cuestión. El problema es: ¿Cómo mejorar el nivel de vida de las personas en la situación actual? Si se determinara que esto pasa por mejorar ciertos aspectos de la economía, que se persigan estos aspectos. Si la salud de la economía tradicional requiere que se sacrifique el bienestar de la gente, hay que quitar del medio la economía tradicional y empezar sobre nuevas bases.

Wednesday 10 April 2013

¿Sobrevivirá la monarquía española?

Finalmente, gracias a su poder de autodelegitimación (la palabra no existe, lo reconozco, pero debería), en España se puede cuestionar la familia Real e, incluso, la forma monárquica del Estado.

La cosa me sorprende agradablemente. Francamente, pensaba que Don Juan Carlos hubiera adquirido un tal capital político durante la transición, hubiera creado una narrativa tan fuerte sobre la conexión entre monarquía y transición, que nada iba a pasar hasta después de su muerte. Mi previsión, hasta hace muy poco, era que Don Juan Carlos iba a morir Rey, que Don Felipe iba a ser Rey, pero que no habría pasado toda su vida como Rey. Quizás he pecado de pesimismo. El debate está abierto, y promete durar un tiempo. El problema fundamental (a parte las nostalgias de algunos monárquicos) es si una Republica representaría un avance democrático o no. Los monárquicos dicen que no con varios argumentos, uno de ellos bastante merecedor de atención.

Se apunta a que muchos países democráticos de Europa son monarquías constitucionales (Suecia, Noruega, Inglaterra, la lista es larga). Por tanto, si restringimos la mirada a Europa, la monarquía parece ser por lo menos compatible con la democracia, incluso parece favorecerla. (Restringir la mirada a Europa me parece, en este caso, lícito: es difícil comparar la situación de España con la de países que tienen una historia muy diferente de la nuestra.)

España es una monarquía representativa, de tipo burgués. Asumamos que, independientemente de las conclusiones de este debate, la forma fundamental del Estado no cambie (si no introduciríamos demasiadas variables, y el discurso ya es bastante complejo así). El problema, por tanto, es: ¿Cuál es la relación entre monarquía y democracia burgués? Hay cierta compatibilidad entre las formas exteriores de la monarquía y la democracia, pero ¿hay afinidad? Creo que la respuesta es “no”: la monarquía no es la forma de gobierno “natural” de la democracia burguesa y, consecuentemente, un paso de la monarquía a la república es (coeteris paribus) un avance en este tipo de democracia.

La democracia burguesa es hija de la ilustración, una filosofía que siempre luchó en contra de la monarquía. Montesquieu tuvo que dar muchas vueltas para justificar que Inglaterra, a pesar de ser una monarquía, era democrática. La revolución francesa y la revolución Americana, es decir, las dos revoluciones que implementaron desde cero los principios de la democracia burguesa, no tuvieron duda en elegir entre monarquía y Republica. En ambos casos se consideró que la monarquía violaba el principio fundamental de la igualdad de todos los ciudadanos frente a la ley, ya que había derechos políticos (ser el jefe de Estado) que no pertenecían a todos.

La monarquía es compatible con la democracia, pero es una especie de cuerpo extraño dentro de ella, algo con que se vive pero que no absuelve a ninguna función. Es significativo en este sentido que todas las monarquías se han convertido en democracias eliminando casi del todo el poder del Rey. No hay ninguna monarquía constitucional democrática en que el Rey mantenga un poder considerable. La monarquía se puede democratizar sólo vaciándola. Por el contrario, hay varios países democráticos en que el Presidente de la República detiene un poder considerable (USA, Francia, etc.). La figura del presidente es coherente con la democracia burguesa y, por tanto, puede tener poder sin violar los principios democráticos. El Rey no: el Rey puede participar en la democracia sólo eliminando su poder. Se trata de un cuerpo extraño que hay que neutralizar, y no de un componente con una función clara.

Las monarquías democráticas que existen en Europa son más un residuo de la historia que una afirmación activa de los principios democrático. En casi todos los casos (excepto uno) se trata de países que no han subido grandes revolcones internos, no han tenido dictaduras ni guerras civiles. En estos casos, la monarquía ha ido cediendo poco a poco, vaciándose de poder y consiguiendo así mantener su aparato formal. Todos los países que han tenido revoluciones, dictaduras o guerra civiles, han aprovechado la vuelta a la democracia para eliminar la institución monárquica e implementar la República, más adecuada a las exigencias de una democracia moderna. Todos excepto uno: España.

Sólo España ha mantenido una monarquía tras una dictadura. La cosa es aún más sorprendente tratándose de una monarquía que deriva directamente de esa dictadura. Esta consideración se refiere, naturalmente, a la institución, y es independiente del espíritu democrático que pueda animar al Rey. Por demócrata que pueda ser Don Juan Carlos, la monarquía española es heredera del franquismo, y el franquismo no se habrá acabado de verdad mientras que la monarquía subsista.

Thursday 4 April 2013

Ada Colau, la PAH, y la manipulación mediática

Estos días, la prensa (periódicos, radio y TV) de derechas tiene un nuevo enemigo del corazón: se trata de Ada Colau, la portavoz de la Plataforma Afectados por la Hipoteca (PAH). Parecía imposible no apoyar a gente que, a causa de una legislación vieja y profundamente injusta, tras haber perdido su casa tiene que seguir pagándola, a gente que ha recogido un millón y medio de firma para tramitar una ley de iniciativa popular sólo para ver como el PP, fuerte de su mayoría absoluta, la está destruyendo en el parlamento (sin la dación en pago, la ley se queda en nada). Pero la derecha consigue oponerse a toda reivindicación donde ve la sobra (real o imaginaria) de unas ideas progresistas. El hecho de que las peticiones del PAH, y mucho más, sean ley en un país tan poco comunista como EE.UU. no parece afectarles. (En EE.UU. no sólo existe la dación en pago, los individuos, así como las empresas, pueden declarar bancarrota.)

En los últimos días la prensa ha tenido una ocasión imperdible, ya que la PAH ha empezado una forma de protesta que incluso sus partidarios encuentran controvertida: las protestas “miradas” frente a la casa de los políticos del PP que se oponen a la dación en pago. Los llamados “escarches”.

Esta podría ser una ocasión para un serio análisis de los varios tipos de protesta, del equilibrio entre los derechos de los ciudadanos a manifestarse y el respeto a la privacidad de los representantes, de la diferencia ética entre la violencia de los manifestantes y la violencia del Estado (desahuciar a una familia es violencia, en esto no hay duda). Se trata de temas interesantes que la prensa de derechas ha evitado acuradamente tocar. Prefiere darnos lo de siempre: ataques ad hominem. En este caso, sobre todo, ataques a la Sra. Colau. La prensa de derecha trabaja muy bien en personalizar un movimiento social, darle una cara y luego atacar a esta persona, incluso en asuntos que nada tienen que ver con el movimiento. Esto resulta muy rentable desde el punto de vista emocional, mucho más que atacar las ideas. Quisiera analizar brevemente tres puntos que se encuentran estos días en periódicos y tertulias de derechas: (1) la “organización de Ada Colau” apoyó una manifestación proetarra, (2) Ada Colau recibe subvenciones públicas por tanto (3) es hipocresía que se manifieste contra el gobierno que la subvenciona.

En todos estos puntos se opera la misma reducción (indebida) de la PAH a la Sra. Colau, pero los tres puntos operan en base a principios y mecanismos distintos, que merece la pena analizar. El mecanismo del punto (1) es clásico: se basa en no dar todos los hechos. Un grupo anti-deshaucio de Euskadi apoyó la manifestación (perfectamente legal), así como estaba en su derecho, pero este grupo no es parte de la PAH. Se trata de una manipulación del periodista contra que el lector no puede hacer mucho, a menos que no lea varios periódicos. Hay que destacar, de toda manera, una contradicción evidente en los principios a que se apela esta prensa. En otros casos, en que se veían implicados personajes afines (el caso Feijóo recientemente, antes él de Camps, de Ana Mato, etc.) el criterio era que a una persona no se le podía reprochar nada mientras que no estaba demostrado que había violado la ley. Sin embargo, no hay ningún problema a acusar al PAH (con datos falsos) de participar a una manifestación legal.

El punto (2) es una manipulación más evidente. En los titulares han aparecido noticias como “Ada Colau subvencionada con 3.7 millones” pero, leyendo la noticia, uno se entera que una ONG en que trabaja la Sra. Colau recibió esta suma a lo largo de casi 10 años (400.000 Euros al año). El periodista manipula los titulares, pero el lector tiene la responsabilidad de leer el artículo, donde sí están los datos para descubrir la manipulación (con la tertulias televisivas las cosas son más difíciles).

El punto (3) es una burda insinuación con un claro error de principio que todo el mundo puede detectar. Se implica que una persona que trabaja en una organización que recibe subvenciones no puede protestar contra el gobierno. Ahora bien, la Iglesia Católica, en España, recibe cada año, además de alrededor de 280 millones de la casilla IRPF (que no son subvenciones), unos 3.000 millones de subvenciones directas o indirectas. Siguiendo la lógica de cierta prensa, por tanto, ningún sacerdote u obispo tendría el derecho de manifestarse en contra del aborto. Considerando que la misma prensa apoya entusiásticamente las manifestaciones contra el aborto, se trata de una imperdonable falta de rigor.

Se trata pero, en este caso, de una contradicción abierta: cualquier lector la puede detectar simplemente con conocimientos generales sobre la política de España. Sin embargo, se publica esta información confiando que la contradicción pase desapercibida. Esto nos dice mucho sobre el tipo de lector que estos periódicos prefieren y fomentan: no se trata de un lector atento, informado y racional, sino de un lector pasivo que acepta cualquier tipo de argumento, por contradictorio que sea, que apoye a su parte política y ataque a algo o alguien (mejor si se trata de una persona) que se identifica como enemigo.

Se trata de lectores que no sólo aceptan las insinuaciones sobre Ada Colau, sino que aceptan, sin darse cuenta, la mistificación más grande: reducir el valor de un movimiento al de sus caras públicas. Los lectores de estos periódicos no deben saber que, incluso si la Sra. Colau fuera la peor persona del mundo, esto no quitaría nada de legitimación a la PAH, ni de importancia a su lucha.

Estos periódicos quieren lectores de la época de la televisión basura: emotivos, acríticos, víctimas del culto de la personalidad, que aceptan ataques contra la personas en lugar de debates serios sobre las ideas.

Ciertos periódicos creen que sus lectores son así. Insultan así a sus lectores inteligente que, espero, son muchos.

Sunday 10 March 2013

Porque no nos representan

Para entender la crisis actual de la democracia representativa, y los crecientes problemas de legitimidad de los gobiernos occidentales, hay que volver un poco la mirada atrás, al comienzo del actual sistema político, en los siglos XVIII y XIX. La democracia representativa es la forma principal de la democracia burguesa, es decir, de ese sistema de gobierno que la burguesía creo cuando se transformó en la clase dominante en los países europeos. Las primeras democracias no fueron democracias en el sentido en que las entendemos hoy: no pretendían representar a todo el pueblo, ni constituirlo como sujeto político. Su objetivo era proporcionar representación a la nueva clase hegemónica.

Recordemos, por ejemplo, que hasta bien entrado el siglo XX, no existía sufragio universal. A parte el hecho de que votaban sólo los varones, para votar era necesario disponer de una cierta renta. Esto dejaba fuera parte de la antigua nobleza (que tenía tierra pero, a menudo, escasa renta) y los trabajadores (que, falta no hace decirlo, no tenían nada). Se trataba de un sistema que reconoció cierta clase social (la burguesía) como sujeto político, y le otorgó representación.

Dentro de estas limitaciones, la democracia representativa funcionaba perfectamente, y constituyó una verdadera revolución en los sistemas de gobierno. El sistema era verdaderamente representativo porque no había diferencia entre los representados y los representantes: los elegidos, los diputados y los senadores eran burgueses y aparte las diferencias entre las orientaciones políticas, compartían con sus electores una misma historia, una misma visión del mundo, unos problemas comunes.

En la época clásica de la democracia burguesa la figura del político profesional era prácticamente desconocida. Los diputados eran en su mayoría burgueses que, durante unos años, ejercían de representantes de su clase social.

A lo largo del siglo XX, la idea de democracia ha ido ampliándose, y hoy en Europa reconocemos que toda persona adulta es sujeto político, por lo menos en la medida en que tiene derecho al voto y que (en teoría) puede ser elegido como representante. Esto sólo en teoría: en práctica esta expansión de la distribución social de los representantes no se ha dado, más bien el contrario. A medida de que los representados se iban ampliando, los representantes se iban profesionalizando y restringiendo en la que Gaetano Mosca llamó la “clase política.”

Hoy usamos a menudo el término “clase política” sin detenernos demasiado en su significado. Este concepto implica que los políticos se han constituido en clase social, una clase con sus intereses propios (como todas las clases) y con una visión del mundo que no coincide necesariamente con la de los representados. El problema es que esta es la clase de donde salen los que supuestamente deberían ser los representantes de todas las clases sociales.

Hannah Arendt hizo un diagnóstico muy duro al respeto, identificando en la profesionalización de la política y su organización en partidos jerárquicamente estructurados el principal problema de las democracias occidentales, la causa principal de su deriva hacia el autoritarismo e incluso el totalitarismo. En cuanto se cree un sistema de partidos suyos miembros son unos profesionales, se elimina la capacidad de actuación de los representantes, se les saca de su clase social para que entren a formar parte de la clase política. El partido coge personas comprometidas y los transforma en militantes que no actúan de manera políticamente autónoma, sino que obedecen a la voluntad de la jerarquía de partido. Se trata de un problema que se pone en todos los países occidentales, a veces de manera más blanda (es el caso de EE.UU.) a veces de manera dramática, como es el caso de España, donde la ley electoral favorece el poder de las secretarías de partido y la disciplina de partido.

Se trata, para todos los países, de un problema de difícil solución. Incluso Arendt, con su descripción de la “democracia radical,” del espacio público, con su estudio detallado de la revolución Húngara de 1956, no consigue dar una respuesta. Es fácil crear una democracia radical, verdaderamente participativa, en momentos de emergencias, en situaciones revolucionarias. Pero, ¿cómo evitar que cuando las cosas vuelvan a su ritmo normal, cuando la gente vuelva a sus preocupaciones de cada día, la participación disminuya, y vuelva a formarse una nueva clase política profesional?

Estos problemas surgen, en España, por encima de una situación histórica muy particular. España nunca tuvo una verdadera revolución burguesa. Sus comienzos, reflejados en la constitución de 1812, fueron sofocados por la restauración de Fernando VII. Así cómo en todos los países católicos, durante la contrarreforma no se veían demasiado bien las ideas burguesas, sospechosas de protestantismo (no es casualidad que los países católicos de Europa sean, en general, menos desarrollados que los Protestantes).

A parte algunos ejemplos en Cataluña, España permaneció un país dominado por una aristocracia del latifundo, es decir, por una clase social básicamente parásita, muy diferente de la burguesía productiva de Europa. La II República fue un episodio demasiado breve y contrastado para desmontar este sistema, y el Franquismo lo confirmó y consolidó llevándolo, con todas las contradicciones consecuentes, a la aristocracia industrial de hoy en día.

Buena parte de la élite que controla hoy la economía y la política españolas está formada por esta clase social anacrónica, por un grupo relativamente pequeño de “buenas familias” que vive en una España paralela, muy diferente de aquella donde vive el 95% de los españoles. Se trata, falta no hace decirlo, de una España donde los años desde 2008 no han sido de crisis sino de bonanza.

La clase política española, aún más que la de los países burgueses, está aislada de la gente que administra, no comparte ni entiende sus problemas, sus aspiraciones, su visión de la vida.

Se han dado en España casos famosos como el del consejero de transporte de la comunidad de Madrid que declaró, en el Parlamento Autonómico, que el “Metrobus” no existía, que era una invención de los socialistas. (El “Metrobus” es un abono de 10 billetes, válido en Metro y autobuses, uno de los más conocidos y usado por los madrileños.) Todo su partido aplaudió--nadie, evidentemente, había usado un billete de Metro en su vida.

¿Puede gobernar el pueblo alguien que nunca ha compartido su vida? ¿Puede aumentar el precio del transporte público y reducir servicio alguien que nunca ha cogido un metro o un autobús en su vida? ¿Está legitimado a recortar en educación y a donar dinero público a la escuela privada alguien que nunca ha ido o ha llevado sus hijos a una escuela pública? ¿Puede recortar en sanidad alguien que nunca en su vida estuvo en la lista de espera de un hospital público?

Pueden parecer preguntas demagógicas, pero no lo son: van a la base del principio de representación así como se postula en la democracia occidental. Dicen claramente que cualquier político que viva en el lujo mientras la gente está en la calla, cualquier político que, mientras a la gente le falta todo, vive su vida entre chalet de lujo, resort de lujo y coches de alta gama, no tiene legitimidad democrática para pedir (o peor: imponer) sacrificios a los españoles.

Sólo una clase política que represente de verdad a la sociedad, una que sufra los recortes en su propia piel, está legitimada para pedir sacrificios.

Wednesday 6 March 2013

Un mundo sin Chavez

Hugo chavez ha muerto, dejando un hueco que será muy difícil rellenar. Ni su sucesor designado, Maduro, ni el líder de la oposición parecen tener una personalidad suficiente. Porque, con Chavez, de esto se trataba, de personalidad. Una de esas personas, como dicen los Americanos, “larger than life”, una personalidad que parece salir de una novela de su amigo García Márquez. Una personalidad que sólo América Latina podía producir.

Basta compararlo con Rajoy, ese contable gris de los recortes, con la vulgaridad sin grandeza de Montoro, con el falso tecnicismo de de Guindos. Visto desde un país donde el Presidente del Gobierno está permanentemente incomunicado, donde Cospedal tartamudea frases incoherente frente a las preguntas de los periodistas, los proclamas altisonantes de Chavez tenían algo de majestuoso, incluso cuando su contenido dejaba mucho que desear.

Podríamos pasar una semana mencionando los defectos de Chavez. Autoritario, sin duda. Difícil imaginar que escuchara a alguien. Difícil pensar que tuviera un gran respeto por el proceso democrático, incluso si hay que decir que sus adversarios tampoco tienen mucho, ya que intentaron desalojarlo con un golpe de Estado. Chavez ha muerto sin poder contestar la respuesta más difícil, la que determinaría si se trataba de un presidente autoritario o de un dictador: ¿Qué pasaría el día en que perdiera las elecciones? Se trata de una pregunta importante para saber quién fue de verdad Hugo Chavez, una que se quedará sin respuesta.

Pero si Chavez fue un presidente autoritario (algo usual en América Latina), fue también algo nuevo: un autoritario que está del lado de los más pobres, un autoritario del lado de los desfavorecido. Nuestro pequeño contable con barba gris, nuestro patético ejecutor de las órdenes alemanas, es sin duda un Presidente del Gobierno tan democrático como Chavez (o quizás no: Chavez una mayoría mayoría absoluta "real" en el Congreso, no una conseguida con tan sólo el 44% de los votos), pero trabaja del lado de los que más tienen, a costa de los desfavorecidos. Chavez era una figura a veces cómica, que pero ha intentado hacer mucho para los que peor están. A veces lo ha conseguido, a veces no.

Quizás la única figura en Europa que se acerca, por carisma, a Hugo Chavez es Silvio Berlusconi, él también una figura de alguna manera “larger than life”. Así como Berlusconi, ciertos aspectos de la personalidad de Chavez resultan excesivos, incluso desagradables. Cómo Berlusconi Chavez atacaba cada vez que se sentía atacado en un punto débil. Cómo Berlusconi era un Presidente autoritario, si bien Berlusconi lo fue para favorecer a los ricos, máxime al más rico de todos: él mismo. Chavez no.

Quizás, en cierta medida, Chavez fue un Berlusconi. Pero fue un Berlusconi de los pobres, y esto es muy importante.

Monday 4 March 2013

¿En que condiciones saldremos de la crisis?

Es de hoy la noticia que el número de parados registrados en España supera por primera vez los cinco millones. Un año de gobierno Rajoy, una reforma laboral que ha eliminado los derechos de los trabajadores, unos recortes brutales que han afectado sobre todo a los má pobres, y este es el resultado. No debe sorprendernos.

Que la reforma laboral era una estafa y que no servía para crear empleo lo decíamos ya hace un año. Entonces nos contestaron que éramos unos comunistas.

Que los recortes no sirven para salir de la crisis, que sólo generan más paro y más desigualdad social también lo dijimos. Nos contestaron que había que seguir la receta de Merkel.

Pues, hemos seguido la receta Merkel, así como lo hicieron Grecia y Portugal, y, junto a estos países, somos los que peor están en Europa. Los países que han invertido en políticas de crecimiento se están lentamente recuperando, nosotros, Grecia, Portugal, seguimos hundiéndonos. Las políticas de austeridad tienen un sólo objetivo: garantizar la solvencia de los bancos alemanes que han financiado la burbuja inmobiliaria en España.

La austeridad no funciona, y esto lo sabíamos nosotros y lo sabía el gobierno. La cuestión es otra: las medidas del gobierno no sirven para salir de la crisis, pero sí sirven para preparar el después de la crisis. Con estas medidas, en el momento en que España salga de la crisis los hará con un sistema más injusto, con menos derechos para los trabajadores, con menos servicios, con menos sanidad, con una educación de élite.

Esta es la verdadera política del gobierno, y no se trata de una política con bases económicas sino ideológicas. El gobierno sabe muy bien que, desde el punto de vista económico, sus medidas no tienen sentido. Pero si tienen sentido desde un punto de vista ideológico para preparar la España que saldrá de la crisis.

No es casualidad que mientras los más desfavorecidos están pagando la crisis, la élite económica que la ha causado se está enriqueciendo con ella. No es casualidad que mientras dos millones de españoles acuden a comedores sociales, los banqueros y los industriales reciben indemnizaciones millonarias con nuestro dinero.

El problema del gobierno no es salir de la crisis, es salir con una España dominada aún más para las élites económicas y políticas.

Thursday 28 February 2013

La independencia de Cataluña

Cuando hablo con mis amigos catalanes sobre mi escepticismo relativamente a la cuestión independentista así como me parece que se esté planteando, ellos en general opinan que, no siendo yo ni catalán, tengo una visión histórica muy parcial del problema, y me explican porque me estoy equivocando. En general defienden su punto de vista con argumentos muy buenos, y llegan siempre muy cerca de convencerme. Pero al cabo de un par de días de dar la vuelta al tema, mis dudas sobre la cuestión salen otra vez a la luz.

A lo mejor si las escribo termino con aclararme las ideas una vez para todas.

Quisiera aclarar, para despejar toda duda, que el hecho que la cuestión independentista, así como se plantea, me deje dudoso no quiere decir que no la considere legítima. Ni mucho menos. Todo pueblo tiene derecho a buscar la organización política que más se adapte a su historia y a sus aspiraciones, y esto vale, en particular, para el pueblo catalán. La aspiración a la independencia es legítima e importante, y merece un profundo debate social—mucho más serio que las burdas criminalizaciones que hace el gobierno.

Mis dudas han resurgido en particular con el debate que ha acompañado las últimas elecciones en Cataluña porque si tengo algunas dudas sobre la cuestión independentista, muchas más tengo sobre el independentismo así como lo ve Artur Mas. Para explicarme tendré que dar un poco de rodeo.

El estado nacional, así como lo conocemos hoy, es una creación de la edad moderna. Inglaterra es en cierta medida una excepción, en cuanto tuvo un estado nacional con características relativamente modernas desde el siglo XV, pero fue sólo después de la revolución de Cromwell y la restauración que sus características se fijaron. Alemania llegó relativamente tarde (la unificación es de la segunda mitad del Siglo XIX) pero ya desde antes el dominio económico y cultural de Prusia era el de un proto-estado nacional.

El éxito de los estados modernos está relacionado con el éxito de la burguesía y del capitalismo. Por un lado, el estado nacional moderno nace con la consolidación de la burguesía como clase económicamente dominante, con su necesidad de tomar un papel de protagonista en la política, quitándoselo a las monarquías absolutas de tipo post-feudal. El sistema de representatividad parlamentaria es tan típico del estado moderno que incluso muchas dictaduras han mantenido su aparato formal (vaciándolo, naturalmente, de significado).

El estado nacional nace en una simbiosis con el sistema capitalista. Por un lado proporciona al primer capitalismo un mercado interior protegido (se vea el caso de Inglaterra donde, en el siglo XVII, la exportación de materia prima no trabajada era castigada con la muerte) y por el otro, a través de medios diplomáticos o militares, ayuda las empresas a conseguir materia prima y a exportar productos. La máxima, y más trágica, expresión de esta función de apoyo del estado se encuentra en la época colonial, en que continentes enteros son conquistados para aprovisionar las industrias europeas. El colonialismo es primariamente una historia de abertura de mercado y de control de recursos naturales en que los Estados apoyan al capitalismo y al mismo tiempo lo usan para agrandar sus dominios.

Por otro lado, los ideales del estado burgués, es decir, por lo menos en cierta medida, los ideales de la ilustración, funcionaron como balance frente al economicismo inherente al capitalismo. Las instituciones públicas que se fueron desarrollando, sobre todo desde finales del siglo XIX bajo la presión de las luchas obreras, balancearon de alguna manera los excesos del mercado libre, operando una redistribución de la riqueza que, si bien muy parcial e incompleta, contribuyó a un crecimiento del nivel de vida general. Fue sobre todo en el marco de esta moderación de excesos que se forzó la prohibición de prácticas típicas del primer capitalismo como el trabajo infantil, las semanas de 80 horas, el encierro de trabajadores en las fábricas, etc.

Las relaciones entre capitalismo y estado-nación han cambiado radicalmente con el surgimiento del neoliberismo, sobre todo desde los años '80 del siglo XX. La economía se ha hecho cada vez más internacional y menos dependiente de los estados. Con el final de la guerra fría, ha caído también el vínculo de la industria a la seguridad nacional y a las alianzas políticas de los gobiernos. Las empresas transnacionales han desarrollado un sistema económico internacional que necesita siempre menos a la política del antiguo estado burgués. Las relaciones entre política y economía, entre sociedad y mercado se han invertido. En el capitalismo tradicional el estado recorta un espacio autónomo, sin reglas, donde el mercado se pueda desarrollar, pero lo controla y lo incluye dentro de sus instituciones. Con el neoliberismo el libre mercado ocupa todo este espacio y recorta oasis siempre más reducidos para la acción política.

En muchos países el mercado sigue apoyando la retórica y el aparato formal (ya no la práctica) de la democracia, pero a medida que las empresas internacionales se hacen más fuertes la necesidad del apoyo formal a la democracia representativa se hará cada vez menor. Un indicio preocupante de todo esto es el hecho que el país que más éxito está teniendo en la nueva situación económica no es una de las democracias burgueses tradicionales, sino China. China es el ideal político del nuevo capitalismo, y la manera en que se está maniobrando la crisis de estos años demuestra que esta condición: un estado autoritario, una elite económica poderosa y restringida, una unión de intereses entre política y economía, una clase popular empobrecida, sin derechos y sin estado de bienestar. El capitalismo de libre mercado apoya de manera creciente regímenes autoritarios, no sólo en el llamado “tercer mundo” sino (como se está viendo en esta crisis) también en Europa, donde estos regímenes actual bajo el nom de plume de gobiernos técnicos. No es imposible que, en unas décadas, se acabe la ficción democrática y el poder político pase directamente en mano de las empresas.

El antiguo estado burgués ya no es históricamente actual en la nueva situación económica. No hay duda que en las próximas décadas desaparecerá para dar el paso a nuevas formas políticas. Se superará el estado-nación nacido de la revolución burguesa para crear algo nuevo. Parece claro que en unos 50 o 100 años habrá desaparecido el capitalismo o habrá desaparecido la democracia. La cuestión fundamental por tanto es que tipo de organización surgirá de las cenizas del estado nacional. ¿Una a medida de las empresas, una China mundial, o una nueva forma de política que restituya la prioridad a las necesidades de las personas? ¿Una tecnocracia económica autoritaria, o algo parecido a la democracia radical de Hannah Arendt?

Mi escepticismo sobre el independentismo nace de la poca claridad sobre el tipo de organización política que debería resultar de este proceso. Si el independentismo se propone como una pieza en la transformación del estado-nación en una nueva forma de organización política más democrática, que sepa enfrentarse al dominio del mercado y de la economía, entonces el independentismo recibe todo mi apoyo. Si se trata de dividir un estado-nación burgués en otros estados naciones más pequeños y de la misma naturaleza, entonces se trata de un proceso que terminará otorgando más poder a las fuerzas económicas internacionales y que acelerará la desaparición de la política y de la participación popular en el poder.

La proliferación de pequeños estados-naciones de tipo burgués-representativo llevará simplemente a un fraccionamiento de la representatividad, a un poder político más débil, que se enfrentará al capital internacional en nombre de grupos más pequeños y con menos fuerza.

Por esto no creo en el independentismo de Artur Mas. Se trata esencialmente de una operación de multiplicación de posiciones de poder, del tipo de la que se consiguió con la independencia de Montenegro, que no cambiará si no en peor las relaciones de fuerza entre el pueblo y los poderes económicos.

Cuando expreso estas opiniones una reacción normal es tacharlas de puro ejercicio teórico. ¿Qué quiero decir con nueva forma política más allá del estado-nación? ¿Cómo funcionará? Pues, no lo sé y, quizás, las cosas funcionarán incluso si no lo sabemos. Cuando la burguesía empezó a tomar el poder y a destruir el antiguo edificio del Estado feudal, en el siglo XVI, no sabía cómo iba a gobernar. Las ideas de representación, de libertad, de derechos humanos, estaban todas por escribir. La burguesía se lanzó, creando el estado-nación sobre la marcha. Marx reconoció la importancia revolucionaria de las ideas que la burguesía había introducido, y quería que la nueva revolución empezara donde la burguesía lo había dejado.

Lo menos que podemos hacer hoy es seguir su ejemplo y lanzarnos para intentar construir algo nuevo. El independentismo puede ser un aliado precioso, si consigue no dejarse desviar por unos ambiciosos que sólo intentan replicar el viejo modelo de estado para servir sus ganas de poder.

Thursday 14 February 2013

La "herencia recibida"

El Partido Popular llegó al poder en Noviembre 2011 con un programa que preveía no subir el IVA ("subir el IVA en tiempo de crisis es un suicidio"), no recortar en sanidad y educación ("la sanidad y la educación son sagradas"), no hacer una amnistía fiscal ("inmoral") no dar dinero público a la banca ("si elegido, no daré ni un Euro de los españoles a la banca"). Tras un año, incluso la única persona en España que parece no hablar nunca de política, es decir, el Presidente del Gobierno Mariano Rajoy, admite que al PP ha completamente incumplido su programa. La excusa para este incumplimiento (que en cualquier país no feudal ya lo habría obligado a dimitir) es una: la "herencia recibida", el "desastre" en que nos han dejado los gobiernos Zapatero.

No podemos olvidar los grandes errores de la administración Zapatero, pero hablar de "herencia recibida" sin más es una estrategia política de corto plazo bastante burda que poco ayuda a la hora de comprender los errores del pasado, y sacar provecho para vislumbrar la dirección hacia que tendríamos que ir en el futuro. El juicio que daré aquí es, naturalmente, puramente personal. Soy, como todos, condicionado por ciertas ideas políticas que me hacen desear que las cosas fueran de cierta manera y no de otra, y esto puede polarizar mi visión de la cosas. Reconozco esta limitación, pero creo que es una limitación que todos compartimos, incluso los que pretenden hacer análisis "objetivos" de la política.

La administración Zapatero fue una administración muy compleja, con luces y sombras. No hay que olvidar, por ejemplo, que mientras Zapatero fue parcialmente progresista en materia social (sus leyes estrella, el matrimonio homosexual, la ley del aborto, la ley de dependencia, hicieron de España un referente europeo en materia de derechos sociales), económicamente fue un gobierno conservador, plenamente en línea con la economía neoliberal de la Europa de Merkel.

Hay, creo, que considerar tres periodos: (1) los años anteriores a la crisis, es decir, más o menos, el primer mandato, hasta las elecciones de 2008; (2) los primeros años de la crisis, 2008 y 2009 y (3) el año y medio que siguió a la reunión europea de Marzo de 2010.

En 2004 Zapatero se encontró una economía que aparentemente marchaba muy bien. España era la locomotora de Europa, con tasas de crecimiento casi Chinas. Se trataba, sin embargo, de la economía del ladrillo que Zapatero había heredado de Aznar, impulsada, al principio del siglo XXI, por medidas como la ley de costas y la nueva ley del suelo, que causaron una explosión en la industria de la construcción. Zapatero no vio (no supo ver, o no quiso ver) la debilidad de esta economía, y siguió en el camino trazado por el gobierno Aznar, sin tomar ninguna medida concreta para cambiar el modelo productivo de España. Es significativo, en este sentido, que la prensa de derechas, que hoy habla del desastre de Zapatero, en 2006-2007 escribiera que España iba bien porque Zapatero estaba siguiendo, prácticamente sin cambiarlo, el modelo de Aznar, que la economía de Aznar estaba tan bien que incluso el gobierno del PSOE no tenía otra opción que seguirla.

Hubo, es cierto, algún movimiento: se incrementaron (poco) los fondos para la investigación, se abrieron centros de biotecnologías (de manera muy desordenada), se impulsaron las energías renovables (sin mucha convicción). Poco. Sobre todo Zapatero no quiso (¿no supo?) hacer lo más importante: acabar con una oligarquía emprendedora de tipo pre-moderno, con la endémica falta de movilidad en el poder decisional de nuestras empresas. España no es un país moderno (económicamente) ni una economía burguesa. Hay un pequeño núcleo de familias, con relaciones que se remontan a muchos años, que mantienen un control muy estricto sobre la vida económica del país. Un sistema ineficiente, que echa a los mejores por falta de salida, e indigno de un país moderno. Zapatero no hizo nada para cambiarlo. Quizás incluso una acción decisiva no habría supuesto una gran diferencia. El modelo económico de un país no se cambia en cuatro años, y es probable que, en cualquier caso, el cambio no habría llegado a tiempo para salvar España de la crisis. En 2008 la construcción se desplomó. Las economías con una base industrial moderna pudieron recuperarse relativamente pronto, la española, dependiente en manera determinante de la construcción, no.

En 2008 estalló la crisis y el gobierno Zapatero no supo (¿no quiso?) verla primero y, cuando la vio, no supo juzgar su profundidad y su duración. En esto parte de la responsabilidad va al entonces Ministro Solbes. Solbes es un economista clásico, un economista del mundo de la producción más que del mundo de la financia. Supo manejar el país muy bien durante la crisis (clásica) de 1992, pero no supo entender la naturaleza de esta crisis. Se adoptaron medidas "parche", como el Plan E, que usaban el dinero del Superavit para crear trabajo temporal. Las medidas habrían funcionado en una crisis de corta duración, pero no en una que se va profundizando a medida que pasa el tiempo. Zapatero no tuvo el valor (o quizás la fuerza política) de adoptar medidas de largo plazo similares a las de Roosvelt en 1932: aumento drástico de los impuestos (hasta el 75% en la America de los años 30) para derivar recursos que permitan crear un programa sostenido de obras públicas (Roosvelt también tambaleó: tras dos años de recuperación, se dejó convencer a rebajar los impuestos y dejar que el mercado siguiera recuperándose autónomamente; como consecuencia, en 1937 America volvió a hundirse en la crisis: en una crisis no nos podemos fiar del mercado).

Todo esto cambió en Marzo 2010. Justo unos meses antes, en la inauguración del semestre Español de presidencia de la comunidad Europea, Zapatero había hecho un discurso valiente, que podía haber formado la base de una política económica nueva. Dijo, prácticamente: los bancos y las agencias de evaluación hace un año vinieron a pedir dinero para salvarlos y ahora que les hemos salvado pretenden decirnos que hay que recortar para salir de la deuda que hemos contraído para salvarles. ¿Como se atreven? ¿Que autoridad tienen hoy para darnos ordenes? Palabras esperanzadoras, que nunca se concretizaron. En Marzo Zapatero participó a la cumbre Europea y, cuando volvió, sus políticas habían cambiado radicalmente, transformándolo en el primer Presidente de los recorte y causando una huelga general.

¿Que pasó en Bruselas en Marzo? Es improbable que Zapatero fuera sustituido por un döpplegänger como en la película "The invasion of the body snatchers". Más probablemente se le recordó que, en la época del capitalismo neoliberal, el poder de la política es muy limitado, que las decisiones que cuentan no se toman en la Moncloa, y que el papel de los gobiernos en este comienzo del siglo XXI es ejecutar, mantener el orden, y jugar el juego bonito y vacío de la democracia y de la representatividad. Zapatero no tuvo la fuerza de resistir. Había tenido hasta entonces una política económica conservadora quizás en la esperanza que todo se pudiera arreglar y que pudiera volver a la situación del primer mandato, cuando todo le iba bien. Ahora tuvo que ser coherente con su elección neoliberal, bajar la cabeza y decir que sí.

Esto, según mi punto de vista, los errores de Zapatero. Con el gobierno del PP, cabe decirlo, las cosas han ido a peor. Los recortes se han intensificado, pese a los avisos de los economistas según que la austeridad sólo causa recesión y reducción del bienestar de la gente. La cosa es ya tan evidente que incluso Rajoy empieza a darse cuenta. Los tímidos cambios al sistema productivo de España que Zapatero había iniciado ya han desaparecido: la financiación a la investigación está por los suelos, los centros de biotecnologías no tienen dinero, y tampoco lo tienen las energías renovables. Los dos campos de desarrollo industrial más prometedores de las próximas décadas (bio y energía) ya no cuentan con una presencia española. El gobierno está promocionando otra vez turismo y ladrillo. Ya estamos preparando la próxima burbuja, y el gobierno nos dice que tenemos que estar contentos: antes de estallar, las burbujas tienen unos colores muy bonitos.

Wednesday 30 January 2013

Fútbol y corrupción

Josep Valls, teniente de alcalde de Lloret, fue detenido por supuestos delitos de prevaricación y cohecho. Valls, en calidad de consejero de urbanismo, supuestamente, otorgó favores a miembros de una red de mafia rusa a cambio de dinero y otros favores.

Se trata, esencialmente, de otro ejemplo de “chorizismo” a la española, de los a que estamos ya tristemente acostumbrados: tenemos a Camps, Pujol, Bárcenas, los ERE de Andalucía. ¿Por qué no Valls?

Sin embargo hay en este caso un aspecto que llama mucho la atención. Parte de los beneficios que Valls (supuestamente) recibía eran en forma de patrocinio el equipo de fútbol de Lloret, del cual era presidente.

Es curioso que los políticos españoles estén dispuestos a hacerse corromper para financiar a un equipo de fútbol, pero nunca para financiar a un instituto de investigación. Aceptan ilegalmente dinero, ponen en riesgo su respetabilidad (su libertad no: cuentan con los indultos del gobierno) para el equipo, pero nunca para un círculo literario o filosófico, nunca para una escuela de música o un taller de pintura. Si no hay dinero para la cultura o la investigación, no hay problema: se recorta. Si no hay dinero para el fútbol, pues, el dinero se encuentra. Si es necesario pidiéndolo a la mafia rusa.

Los políticos son expresión del país que los elige. La corrupción es una señal preocupante de la falta de ética de los españoles, y las razones que llevan políticos a hacerse corromper son una señal preocupante de su incultura.

Monday 28 January 2013

La desaparición de la música

Una de las consecuencias de la estafa, que otro llama crisis, es la proliferación de gente que toca música y pide dinero en los coches del Metro de Madrid. Aclararé que apoyo a estas personas: se trata de gente que vive una situación muy difícil y que intenta salir adelante como pueda pidiendo sí dinero, pero ofreciendo algo a cambio. A ellos va mi admiración y mi apoyo.

Pero, bueno, el hecho queda que con la llegada masiva de los músicos en el Metro cae uno de los últimos sitios en que podíamos pasar un rato tranquilo sin el bombardeo continuado de muzak que nos está llegando de todos lados. Y nos pillan en una situación particularmente vulnerable en cuanto, a diferencia de la calle donde podemos simplemente alejarnos de quien toca música, en el Metro nos tienen prisioneros. Allí estamos intentando leer o tener una conversación sosegada, y cuando empiezan a tocar las primeras notas de acordeón ya nos tienen acorralados: nada de conversación, nada de lectura. La música se impone por mera intensidad de sonido.

Los músicos de Metro, como ya he dicho, intentan salir adelante, y los respeto (pero ¿es necesario tocar con un volumen tan alto?), pero, lamentablemente, añaden su música a una situación ya peligrosamente cercana a la saturación. Entre la arrogancia de quien escucha música a volumen muy alto en público (con los auriculares abiertos de hoy se oye todo), y la vulgaridad de las tienda con su banda sonora continuada, ya no sabemos dónde ir a parar.

La música, para los griegos, era parte de las matemáticas: había una matemática del número estático (la aritmética), una del número en movimiento (la música), una de la magnitud estática (geometría) y una de la magnitud en movimiento (astronomía). Para los monjes medievales era la voz de Dios, para los Barrocos era un juego combinatorio con infinitas variaciones. Hoy todo esto se ha reducido a un murmullo de fondo de elevator music que, por ser siempre presente, desaparece; por ser en cualquier sitio, no tiene espacio propio.

Es una pena para la música y para los que, como yo, la aprecian. Me gusta la música y por tanto, cuando escucho música esto es todo lo que hago. La música es suficiente, se justifica en sí misma, y me parecería una falta de respeto reducirla a un simple fundo para estimularme mientras que estoy haciendo otra cosa. Me parecería también una falta de respeto hacia la otra cosa que estoy haciendo y que, si es algo que merece la pena, también llena mi percepción sin necesidad de ruido de fondo.

Thursday 17 January 2013

Fonética y dominación cultural

Con mis amigos españoles hablamos relativamente a menudo del Inglés (mi idioma madrastra, que me adoptó recién entrado en la edad adulta) y de sus diferencias con el Castellano. Los latinos encuentran muchas dificultades fonéticas con el Inglés, desde los muchísimos sonidos vocálicos hasta la diferencia frustrante entre vocales largas y vocales cortas. Una de las cosas que más llama la atención es sin duda la curiosa manera de escribir el Inglés, una manera que parece tener muy poca relación con la pronunciación.

La ortografía inglesa es sin duda una de las más curiosas entre los idiomas indoeuropeos y quizás, entre todos los idiomas con escritura alfabética. No conozco ningún otro idioma en que una competición como el “spelling bee” tendría sentido. No conozco ningún otro idioma en que la palabra “live” se pronuncia \’liv\ en la frase “I live here” pero se pronuncia \’l(ai)v\ en la frase “a live concert”. No es muy claro cómo esta curiosa falta de regla se haya creado. El Middle English (y aún más, el Old English) era mucho más fonético que el inglés moderno. Mi teoría es que este fenómeno se debe, en parte, a las muchas influencias culturales que se ejercieron sobre la lengua inglesa a lo largo de los siglos.

Una confirmación (muy parcial) de este hecho es que en los últimos años la lengua Castellana se ve sometida a una pérdida de correspondencia entre la fonética y la escritura que, si bien mucho más reducida que la del inglés, va por el mismo camino. Consideremos, por ejemplo, el término wi-fi, que se pronuncia “güi-fi”. Aquí tenemos dos grafemas (“w” y “gü”) que representan el mismo fonema. Para complicar las cosas, la misma “w” se pronuncia “v” en palabras como “wagneriano”. En otros casos hay letras que se transforman en diptongos, como la “a” de “facebook”.

Parece tratarse de un fenómeno relativamente nuevo. Hasta hace unos años la incorporación de palabras extranjeras al Castellano se hacía intentando respetar la correspondencia fonética. Así, una vez establecido que la “w” se pronunciaba como una “v” en “wagneriano,” se tuvo que crear una fonética alternativa para palabras como “whisky,” que oficialmente en Castellano se escribe “güisqui” o como el baseball, que se escribe (¿escribía?) béisbol.

Es normal que una lengua evolucione, naturalmente. Pero la pérdida de la escritura fonética representa una pérdida muy importante para el Castellano. Lo que es peor, se trata de una señal de decaimiento cultural: las culturas más activas imponen su semiótica a las culturas en caída.

No es una situación muy alegre. Pero, si nos puede consolar en algo, los italianos están peor que los españoles: en Italia el fenómeno ha llegado al punto que se remplazan con el inglés incluso palabras que existen en Italiano Por ejemplo, el cotilleo—“pettegolezzo” en Italiano—se encuentra casi siempre remplazado por “gossip”, incluso en los periódicos.

Y hay que admitir que si un pueblo latino llega al punto de aprender de los anglo-sajones como escribir “cotilleo,” su decadencia es completa.

Thursday 3 January 2013

Previsiones para el futuro

La comunidad de Madrid ha decidido privatizar la gesti ón del 10% de los centros de salud de la Comunidad. Temo que, como sucede a menudo en estos casos, en un par de años se nos contar án unas cuantas mentiras y medias verdades sobre lo sucedido, contando con la poca memoria de la gente.

Por tanto, y para que quede constancia, quisiera hacer un par de previsiones sobre lo que pasar á en el futuro pr oximo.

Primero, es muy probable que se eligan cuidadosamente los centros de salud que se van a privatizar: los centros que tienen muchos pacientes mayores permanecer án de gesti ón p ublica, ya que la gesti ón privada no resulta en estos casos muy rentable. A las empresas les gusta curar pacientes jóvenes y sanos. Los viejos se enferman demasiado y cuestan demasiado caros.

Segundo, es probable que los centros con gesti ón privada empiecen a presionar para que se eviten demasiadas pruebas diagn osticas, sobre todo de las caras. Los m édicos (que, en general, se preocupan m ás por la salud de los pacientes que por la cartera de los administradores) harán alguna observaci ón a los pacientes que los animará a cambiar de centro de salud, acudiendo a uno de gesti on p ublica. Los pacientes, comprensiblemente, quieren que la decisión sobre si necesitan una nueva TAC o no la tome un médico, y no un admiistrador financiero de una empresa de sanidad.

Por tanto, en un par de años tendremos una situación polarizada: centros de gesti ón privada con relativamente pocos pacientes, m as j ovenes y más sanos, y centros de gesti on p ública con m ás pacientes, m ás mayores y con enfermedades m ás graves y costosas.

¿Para que servir á todo esto? Pues, para que en un par de años la Comunidad de Madrid nos enseñe datos donde se "demuestra" que los centros con gesti ón privada gastan menos dinero y por tanto que hay que privatizar m as.

Por favor, recortad este artículo, guardadlo y volved a leerlo cuando os lo digan.

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