Thursday 17 December 2020

Quemar la bandera es necesario por respeto a la bandera

 El Tribunal Constitucional acaba de sentenciar que es legítimo considerar la quema de la bandera como delito, y que tal acción no está amparada por la libertad de expresión. Es una decisión equivocada. Es una decisión que no sólo hace daño a la libertad de expresión sino a la misma bandera considerada como símbolo político y social.

La bandera es un símbolo político, y quemarla o despreciarla de cualquier manera supone un juicio político sobre lo que la bandera representa. Los juicios políticos son entre los más importantes en una democracia, y las expresiones con sentido político son entre las más protegidas en todos los países democráticos. Un país tan patriota y conservador como EE.UU. ha siempre reafirmado el derecho a quemar la bandera como expresión política. Todo intento de prohibirlo ha chocado con las decisiones de la Supreme Court. Hasta las Supreme Court más conservadoras se han puesto del lado de la libertad de expresión. Todo intento de aprobar una enmienda a la constitución ha chocado con la oposición de buena parte del congreso y de los estados, que siempre se han negado a ratificarla.

Pero no es sólo la libertad de expresión que sale tocada de esta decisión: la bandera también. El valor del aprecio a la bandera depende directamente de la posibilidad de desprecio. Cuando alguien aprecia la bandera, su aprecio tiene valor porque la misma persona, en principio, podría despreciarla, y elige no hacerlo. Un aprecio sin posibilidad de desprecio no vale nada, así como no vale nada el aprecio que los ciudadanos dan a los símbolos de regímenes dictatoriales: los ciudadanos no tienen elección.

Un símbolo político vale si se puede usar para expresar opiniones diferentes. Un símbolo que se puede apreciar pero no despreciar es un símbolo vacío, que no vale nada. Un símbolo muerto y empajado, y el tribunal constitucional ha sido su verdugo.

Con esta sentencia el Tribunal Constitucional ha transformado la libertad de expresión en una quimera y la bandera en un trapo de colores chillones.

Thursday 10 December 2020

Como nos formamos las opiniones

Una reciente encuesta publicada en "El País" revela que el 53% de los españoles considera "mala" o "muy mala" la gestión de la pandemia de covid-19 por parte del gobierno. La cosa, en sí, no es sorprendente. Estamos en una situación muy difícil, y en estos casos es normal buscar responsabilidades en quien gestiona las cosas. Cualquier crisis supone un desgaste del gobierno. Se trata, en buena medida, de algo sano: en una sociedad democrática es sano que los ciudadanos critiquen la actuación del gobierno, sobre todo en un caso como esto en que, siempre, hay aciertos y errores. Sorprende un poco la cifra del 53% sobre todo considerando que, entre las Comunidades Autónomas, la que peor nota ha recibido es la de Madrid que, pero, recibe una nota negativa sólo por parte del 47% de los madrileños. He valorado en otro escrito la actuación de la CAM en estos meses, y he argumentado las razones por que considero que esta ha sido más que insuficiente, nefasta. ¿Por qué esta valoración negativa del gobierno frente a una relativamente mejor de una administración que, objetivamente, ha actuado peor?

Cuando se valora negativamente algo, se hace en base a razones precisas, reales o percibidas. ¿Son reales estas razones?

Una crítica que se oye muchas veces es que España ha tenido "la peor gestión del mundo". Se trata de una valoración peculiar en cuanto todos los países de Europa han tomado, más o menos, las mismas medidas. Quien propone estas criticas normalmente tiene bastante información sobre lo que se ha hecho en España pero tiene información muy escasa sobre lo que se ha hecho en otros países. Se trata de una falta lógica elemental: se hace una comparación entre dos entidades en presencia de una disparidad de nivel de información: se sabe más de una que de la otra. Lo que es peor, se hacen comparaciones ad hoc por cada medida: en Marzo hemos hecho menos PCR que Alemania, hemos confinado más tarde que Grecia, etc. En realidad no estamos comparando España con ningún país real: estamos creando una especie de país virtual, que ha hecho en todo lo mejor de Europa, y nos comparamos con este país virtual. Es una comparación que tiene tan poco sentido como elegir, por cada medida, un país que lo he hecho peor que nosotros y usar estas conclusiones para decidir que somos los mejores del mundo.

En general, hay que tener mucho cuidado cuando se compara con otros países en cuanto en el caso de nuestro país tenemos muchas veces una información detallada que nos falta en el caso de otros países. En muchos casos, por ejemplo, se destaca que el gobierno ha subestimado las cifras de muertos, se hace una estimación más alta basada en otros datos (INE, MoMo, etc.) y se compara con las cifras oficiales de otros países. Es decir, se asume que las cifras oficiales de España subestiman el número de muertos pero las de otros países (basadas más o menos en los mismos criterios y protocolos) no lo hacen. A falta de información detallada sobre otros países (que en general no se tiene), esta comparación no tiene una base racional.

A veces las cifras se usan sin el debido cuidado. Ahora mismo (9 de Diciembre) se habla mucho de una estimación del INE que cifra en 45.000 el número de víctimas entre Marzo y Mayo con covid o con "síntomas compatibles con covid". Ahora bien, prácticamente todas las enfermedades cardiorespratorias tienen síntomas compatibles con covid, por tanto, a falta de conocer la incidencia de estas enfermedades en años previos, hay que tomar estos datos con mucho cuidado (una recomendación que el mismo INE hace, pero esta parte del informe ha pasado completamente desapercibida). Personalmente, me quedo con mi propio análisis dehace unos meses y, sobre todo, con la prudencia que recomendaba en Abril: el rigor analítico es esencial cuando se expresan juicios, sobre todo en una situación de crisis.

Esto nos lleva a otra cuestión. Mucha gente forma sus opiniones leyendo los periódicos (o, peor, las redes sociales: informarse usando las redes sociales es tan absurdo que ni me voy a ocupar del tema). Esto en si no tiene nada malo, excepto que, en cada cuestión de cierta importancia notamos que las opiniones de los periódicos difieren. A veces, sobre todo en los titulares, parece incluso que las noticias son diferente. Un problema, naturalmente, es que mucha gente se limita a leer los titulares y no lee los artículos. Los titulares, en la época de Internet, no están diseñados para informar, sino para atraer, se trata del conocido clickbait: los periódicos viven de publicidad, y las empresas pagan según el número de visitas que reciben las páginas con sus anuncios.

Pero, incluso asumiento un lector serio que lee los artículos, hay periódicos que mantienen opiniones muy diferentes: ¿a quién hay que creer? Aquí nace el segundo problema: en línea de máxima la gente cree en las noticias que confirman sus ideas preconcebidas, y descartan las que las desafían o la ponen en dida. Se trata del fenómeno conocido como confirmation bias.  El fenómeno no ha nacido con las redes sociales (es tan viejo como los periódicos), pero las redes sociales lo han radicalizado, y hay estudios que confirman que es uno de los mayores obstáculos para la difusión de una información veraz en la red. 


En la red es importante confirmar la información. Afortunadamente, lo que la red nos quita, la red nos puede devolver. Hoy en día es fácil acceder a todo tipo de documentos. Si hablamos de la pandemia, hay acceso a los informe de sanidad y de las consejerías de las varias Comunidades Autónoma; si hablamos de las medidas del gobierno, hay acceso al BOE, si hablamos de una condena, hay acceso a la sentncia. La información oficial y veraz está a nuestra disposición. Pero es nuestro deber profundizar nuestro conocimiento de los temas importantes antes de formarnos una opinión. Esto no supone no leer los periódicos, pero sí supone ir más allá de lo que leemos allí en temas que consideramos fundamentales. Hoy más que nada, la democracia necesita una informed citizenry. Tenemos los instrumentos para serlo, pero tenemos que tener la resposabilidad para hacer el esfuerzo necesario.


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