Tuesday 28 August 2012

¿Democracia, o no?


Hace unos días, la prensa de derechas ha criticado a Candido Méndez, el secretario del sindicado UGT, por ciertas declaraciones en que aparentemente llamaba "ficticia" la mayoría absoluta del PP, y dudaba su legitimidad. Un editorialista (de cuyo nombre no quiero acordarme) lo ha acusado simple y llanamente de apoyar la tiranía y de tener una actitud profundamente anti-democrática al no respetar el instituto electoral: “Poner en duda la limpieza de los resultados de las últimas elecciones generales, sólo se le ocurre a un defensor del pensamiento único establecido como instrumento del poder.”

Ver a la derecha criticando a los líderes sindicales no es algo que llame mucho la atención. Supongo que conseguirían criticarle incluso si Méndez o Toxo (el secretario de CC.OO.) salvaran a un niño (ya veo los titulares: Méndez y Toxo "salvan" a un niño en vez de preocuparse por los trabajadores: ¿para esto pagamos al sindicato?). Candido Méndez no es exactamente mi héroe sindical, ni su sindicado (demasiado cercano a la esfera del poder) mi modelo, pero en este caso me parece que algo de razón la tenga. Por lo menos, el argumento sublevado es interesante y merece atención: ¿hasta que punto el sistema político Español puede llamarse democrático? ¿Que grado de legitimidad democrática tiene la mayoría absoluta del PP?

(En esto quiero dejar al margen el debate, por cierto muy interesante, sobre los límites de la democracia representativa y parlamentaria. Pongámonos por el momento dentro del sistema de democracia burguesa tal como se ha desarrollado en Europa en los últimos 200 años y, por el momento, aceptémoslo como hipótesis de discusión.)

El hecho de tener elecciones, de por si, no garantiza una democracia. Cuba tiene elecciones y también las tiene la Rusia de Putin, dos sistemas que creo muy pocos se atreverían a llamar democrático. Para calificarse como legitimo en el sentido de la democracia representativa, además de las elecciones deben darse ciertas condiciones.

La primera, hay que tener la posibilidad teórica de una elección entre alternativas reales. El sistema español cumple esta condición hasta cierto punto. En práctica, la escena política española se ve dominada por dos partidos muy similares (PP y PSOE), pero hay, por lo menos en teoría, otras elecciones: IU, los partidos nacionalistas como Amaiur, los partidos de la izquierda radical, etc.

La segunda condición es que todas las posiciones puedan presentarse a los electores. Aquí las cosas no están tan claras. Según Hannah Arendt, el espacio político necesita no sólo la libertad de expresar opiniones, sino también la posibilidad de ser oídos por los demás. Oído no quiere decir escuchado: cada uno se puede negar a escuchar opiniones que no les gusten, pero sí hay que tener la posibilidad de que las opiniones sean oídas. La libertad de palabra se queda vacía si no hay posibilidad que las ideas sean escuchadas. Esta condición se cumple, en España así como en el resto de la "democracias" de manera muy imperfecta.  Los grandes medios de comunicación, máxime la televisión, viven de publicidad y por tanto dependen de las empresas y a menudo no tienen otra elección que defender sus intereses. Quien no lo hace acaba como el periódico “Público” que, a pesar de tener más lectores que muchos periódicos de derechas, tuvo que cerrar por falta de publicidad. El pensamiento único impera en los grandes medios, y las ideas alternativas están condenadas a expresarse en medios con difusión marginal. Internet puede mejorar la situación en este sentido pero, a pesar de su éxito, se trata todavía de un medio minoritario, sobre todo en cuanto arena de debate político.

La tercera condición es que todos los ciudadanos puedan votar y que todos los votos sean contabilizados. Es decir, que no haya intimidación o dificultades interpuestas a una clase de ciudadanos, y que no haya fraude burdo donde simplemente se tiran papeleta y se las remplazan con otras. Aquí, afortunadamente, las cosas no van tan mal en España. Más o menos todo el mundo puede ir a votar con tranquilidad, y más o menos todos los votos se cuentan. La cuestión no es baladí en cuanto hay países considerados la cuna de la democracia que no la cumplen. Sólo hay que preguntarle a algún negro pobre que vive en el sur de EE.UU. En las elecciones de 2000, en Florida (el Estado que dio la victoria a Bush) se limpiaron las listas electorales de gente que tenía condenas por “felony”. Esta gente vive sobre todo en distritos pobres, y el gobernador (Republicano) dio explícitamente la orden de ser “generosos” con la limpieza: a la mínima sospecha, fuera. Mucha gente cuyo nombre se parecía a el de un criminal llegó a votar el primer martes de Noviembre y se dio cuenta que no podía. En España hay muchos problemas pero, por lo menos, no estamos a estos niveles.

La cuarta condición es que la asignación de escaños en el congreso refleje más o menos el resultado de las urnas. Hay dos versiones de esta condición: una fuerte y una débil. La condición fuerte es la de proporcionalidad: un partido debería tener una representación parlamentaria más o menos proporcional a los votos recibidos. Esta condición claramente no se cumple en España: en las últimas elecciones el PP recibió una mayoría absoluta de escaños con sólo un 44% de votos. Las consecuencias son importantes: en el debate sobre los recortes de Julio 2012, todos los partidos, excepto el PP, votaron en contra. Es decir, los partidos que representan al 56% de los votantes votaron en contra, y sólo el partido que representa al 44% votó a favor. El sistema electoral español hace sí que una medida a que se oponen (según el voto) el 56% de los españoles sea aprobada.
La versión débil de la condición sostiene que si un partido A recibe más votos de un partido B, entonces B no puede tener más escaños que A. Se trata de una condición fundamental para que la democracia funcione: no sirve tener libertad de voto, pluralidad de opiniones, acceso al voto, si luego quien recibe menos votos tiene más escaños. Por increíble que pueda parecer, esta condición en España no se cumple. En las últimas elecciones IU (1.600.000 votos) obtuvo 11 escaños, UPyD (1.150.000 votos) obtuvo 5 y CiU (1.000.000 votos) obtuvo 16. Con menos votos que UPyD, CiU tiene tres veces el número de escaños. A UPyD un escaño le costó 228.000 votos, a CiU 63.000.

El incumplimiento de la cuarta condición, incluso en su versión débil pone en entredicho la existencia de un régimen que se pueda llamar “democrático” en España. Es cierto, tenemos todas las garantías necesarias para ir a votar. A pesar de que los medios de comunicación estén en manos de los grandes partidos, una persona con algo de recursos puede conseguir información de buena calidad. Pero, ¿para que sirve todo esto? ¿Si al final la relación entre votos y escaños es tan distorsionada que se crean mayorías absolutas de la nada y quien recibe menos votos tiene más representantes, podemos decir que vivimos en una democracia?

Quizás sería más correcto decir que la transición se quedó a medias: ya no vivimos en una dictadura, pero el pasado fascista tuvo bastante poder como para impedir que a finales de los años ’70 se creara en España una democracia de verdad. Quizás en ese momento esto fue inevitable, el precio que hubo que pagar para salir del fascismo sin una guerra civil. Pero ya han pasado casi cuarenta años desde la muerte del dictador (no mencionaré su nombre: no le daré la dignidad de un nombre), y las escusas se están acabando. En 1978 no había otra opción que una democracia imperfecta, esto lo puedo entender. Pero, ¿Qué hemos hechos desde entonces? Ya es el momento de que dejemos atrás la dictadura, y que creemos un sistema democrático para que, por fin, podamos tener un gobierno y un parlamento que de verdad representen al pueblo español. Porque Candido Méndez tiene razón: este gobierno, seguramente, no lo representa.



Wednesday 8 August 2012

Porque no me gusta el deporte



Muchos amigos me preguntan porque le tengo tanta manía al deporte. Creo que soy uno de los pocos que no viéron la final del mundial hace dos años, uno de los pocos que no viéron la otra final que no me acuerdo de que era el mes pasado, y ahora soy uno de los pocos que no han visto nada de los juegos olímpicos. Sin embargo, cuando mis amigos dicen que le tengo manía al deporte no dicen la verdad. Es cierto que el deporte no me gusta y que, sobre todo visto en televisión, me aburre profundamente. Pero manía como para decir manía, esa la tengo sólo al deporte profesional.

De hecho hace muchos años incluso veía, de vez en cuando, algo de los juegos olímpicos. Los dejé sólo cuando permitieron la participación de atletas profesionales, a partir de 1988. Con la entrada de los profesionales y con los intereses publicitarios, los juegos olímpicos se han transformado simplemente en un títere de las grandes empresas, en un vehículo publicitario.

En 1980 más de 60 países boicotearon los juegos de Moscú para protestar la invasión soviética de Afganistán. Se puede estar de acuerdo o no con este boicot, pero demuestra que había cuestiones importantes en el mundo, y que los juegos no se quedaban al margen. En 2008 se propuso un boicot de los juegos en Beijing para protestar la falta de derechos humanos en China. Ningún país aceptó la propuesta: los intereses económicos eran demasiado grandes. Las empresas de cada país no estaban dispuestas a renunciar a las ganancias que los juegos proporcionaban. Lo mismo se puede decir, más o menos, para todo deporte profesional de gran atractivo popular.

Lo que quizás más me molesta es la importancia que la sociedad otorga a esta burda muestra de poder publicitario a costa de otras manifestaciones culturales que yo encuentro más importantes.

Estoy seguro que todos los ganadores de medallas serán recibidos por el Rey, el presidente del gobierno, y una plétora de pequeños caciques locales. Pero hace un tiempo tres adolescentes españoles ganaron la “Google Science Fair”, una competición científica a nivel mundial. Nadie les recibió. El Rey ni se dio cuenta, y el Sr. Rajoy tampoco.

Quien ganará una medalla de oro en los juegos recibirá casi 100.000 Euros, y cada jugador de la selección recibió 300.000 Euro para ganar el torneo de este año. Los ganadores de las Olimpiadas de Física, es decir, algunos de los adolescentes más brillantes de España, recibían la increíble suma de 300 Euros. Digo recibían porque en la última edición el ministerio decidió que no podía permitirse los premios, y los ganadores no recibieron nada. Esto si, los clubes de fútbol tienen una deuda de 750 millones con Hacienda que nadie piensa pedirle. Para algunas cosas no hay dinero, para otras, sí.

Por esto no me gusta el deporte profesional. Porque vivo en un país donde a los deportistas se le da todo, pero a los jóvenes brillante se les olvida. Vivo en un país donde te dan becas y privilegios si sabes golpear una pelota, pero si eres un genio de la bioquímica quizás no podrás estudiar porque las matrículas del master son prohibitivas. Vivo en un país donde los deportistas tienen una visibilidad mediática absoluta, pero los científicos, los filósofos, los literatos no los conoce nadie.

Este país parece tener un plan claro, por suicida que sea: criar generaciones de tontos, dejar que los brillantes se vayan, y ganar muchos trofeos deportivos para que estén pegado a la televisión, no se quejen demasiado y, sobre todo, para que compren y consumen.

Poca gente, en realidad, “ve el deporte”. Me pregunto, por ejemplo, cuantos fanáticos del fútbol sabrían juzgar un partido desde el punto de vista exquisitamente técnico. No es esta, en realidad, la función del deporte. El deporte, en la sociedad de consumo de masa, es un canal para crear y dirigir emociones. La gente se encuentra sola y hay que darle algo para que se sientan identificados, que se sientan parte de un grupo. No se explica, si no, porque la gente tuviera una tal reacción frente al hecho de que once profesionales pagados por una sociedad de Madrid meta más o menos goles que once profesionales pagados por una sociedad de Barcelona. Racionalmente, la cosa no tiene sentido: se trata de una carga emotiva construida artificialmente. Necesitamos apasionarnos en algo. Que nos apasionemos a la política y a las cuestiones sociales (como pasó en 2011 durante el verano del 15M) es demasiado peligroso: mejor que nos apasionemos en algo tan inconsistente como una pelota.

No es una casualidad que buena parte de la iconografía de las olimpiadas moderna (inclusa la antorcha olímpica) fueran creadas por los Nazis en ocasión de las olimpiadas de Berlín de 1936. Los Nazis eran expertos en propaganda, y además de la radio y de las grandes celebraciones triunfales, habían entendido perfectamente la utilidad de las grandes manifestaciones deportivas.

El deporte es un elemento clave en la sociedad que se está preparando: una sociedad inculta, dócil con el poder y violenta en privado (las discusiones sobre la interpretación de Copenhague de la física cuántica no terminan nunca a hostias, las de fútbol a veces sí). Una sociedad que no hace preguntas. Se trata de una sociedad que no me gusta y en que no me identifico, y el deporte profesional es una de las armas de destrucción masiva que se usan para imponerla.

Un bastón puede tener muchas funciones útiles, pero se puede usar también para pegar al perro, y por esto al perro el bastón no le gusta. Por la misma razón a mi no me gusta el deporte.

Friday 3 August 2012

Angela Merkel, presidente del gobierno español


La Cancillera Alemana Angela Merkel sostiene que España tiene que recortar más en sanidad y educación, y deja claramente entender que cualquier ayuda a su desastrada deuda pública será condicionada a la implantación de recortes  como estos. Se trata de un salto cualitativo importante e inquietante.

Con esta declaración, la Sra. Merkel ya no está poniendo unos objetivos macroeconómicos que el país tiene que cumplir: está directamente dictando la política económica y social que el gobierno español tiene que seguir. Hay muchas maneras de reducir el déficit: se puede recortar en educación y sanidad (como, desgraciadamente, ya se ha hecho), se puede recortar en otras cosas (que se... los beneficios a la iglesia o los cargos políticos), se pueden subir los impuestos (sobre todo a los más ricos, como sería justo). La decisión sobre lo que hay que hacer es una decisión de soberanía nacional, que debería decidir el gobierno elegido por los españoles.

Por poco que me gusten sus decisiones, el Sr. Rajoy es el legítimo presidente del gobierno, recibió votos de los españoles. La Sra. Merkel no.  El Sr. Rajoy tiene una legitimidad democrática relativamente limitada (consiguió el 44% de los votos, lejos de la mayoría absoluta que tiene en el congreso) pero, mientras que no cambiemos el sistema electoral, es lo más cerca que tenemos a un gobierno democráticamente elegido. Con estas declaraciones, una nación extranjera, una nación que en muchos sentidos está sacando partido de las dificultades de España e Italia, nos impone medidas sociales.

Con estas declaraciones se acelera la erosión de la soberanía nacional provocada por los mercados. La legitimidad democrática, ya reducida por un sistema electoral poco representativo, se reduce a una charada. Nuestra prima de riesgo está en las manos del Sr. Draghi, y ahora, parece, nuestra sanidad y educación en las de la Sra. Merkel. ¿Podemos decir que tenemos un sistema democrático cuando el gobierno del país no puede tomar decisiones?  Muchos de nosotros están en profundo desacuerdos con las decisiones del gobierno actual, y están intentando causar su dimisión a través de la presión social. Pero, ¿para qué, si cualquier gobierno no puede hacer otra cosa que recibir las órdenes del BCE, del FMI y de la cancillería alemana?

La situación en que nos encontramos se parece a la de muchos países latinoamericano en el siglo XIX, tras la independencia, cuando gobiernos formalmente nacionales seguían a la letra las instrucciones de Inglaterra (y, más tarde, de EE.UU.). Ya hemos visto en qué situación una tal dependencia ha dejado estos países.

A menos que el no reaccionemos, a menos que reafirmemos que las decisiones fundamentales de un países pertenecen a sus ciudadano, nos transformaremos pronto en una colonia de Alemania y de los mercados. Y ni Alemania ni los mercado están trabajando para el bienestar de los españoles.

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