Thursday 28 February 2013

La independencia de Cataluña

Cuando hablo con mis amigos catalanes sobre mi escepticismo relativamente a la cuestión independentista así como me parece que se esté planteando, ellos en general opinan que, no siendo yo ni catalán, tengo una visión histórica muy parcial del problema, y me explican porque me estoy equivocando. En general defienden su punto de vista con argumentos muy buenos, y llegan siempre muy cerca de convencerme. Pero al cabo de un par de días de dar la vuelta al tema, mis dudas sobre la cuestión salen otra vez a la luz.

A lo mejor si las escribo termino con aclararme las ideas una vez para todas.

Quisiera aclarar, para despejar toda duda, que el hecho que la cuestión independentista, así como se plantea, me deje dudoso no quiere decir que no la considere legítima. Ni mucho menos. Todo pueblo tiene derecho a buscar la organización política que más se adapte a su historia y a sus aspiraciones, y esto vale, en particular, para el pueblo catalán. La aspiración a la independencia es legítima e importante, y merece un profundo debate social—mucho más serio que las burdas criminalizaciones que hace el gobierno.

Mis dudas han resurgido en particular con el debate que ha acompañado las últimas elecciones en Cataluña porque si tengo algunas dudas sobre la cuestión independentista, muchas más tengo sobre el independentismo así como lo ve Artur Mas. Para explicarme tendré que dar un poco de rodeo.

El estado nacional, así como lo conocemos hoy, es una creación de la edad moderna. Inglaterra es en cierta medida una excepción, en cuanto tuvo un estado nacional con características relativamente modernas desde el siglo XV, pero fue sólo después de la revolución de Cromwell y la restauración que sus características se fijaron. Alemania llegó relativamente tarde (la unificación es de la segunda mitad del Siglo XIX) pero ya desde antes el dominio económico y cultural de Prusia era el de un proto-estado nacional.

El éxito de los estados modernos está relacionado con el éxito de la burguesía y del capitalismo. Por un lado, el estado nacional moderno nace con la consolidación de la burguesía como clase económicamente dominante, con su necesidad de tomar un papel de protagonista en la política, quitándoselo a las monarquías absolutas de tipo post-feudal. El sistema de representatividad parlamentaria es tan típico del estado moderno que incluso muchas dictaduras han mantenido su aparato formal (vaciándolo, naturalmente, de significado).

El estado nacional nace en una simbiosis con el sistema capitalista. Por un lado proporciona al primer capitalismo un mercado interior protegido (se vea el caso de Inglaterra donde, en el siglo XVII, la exportación de materia prima no trabajada era castigada con la muerte) y por el otro, a través de medios diplomáticos o militares, ayuda las empresas a conseguir materia prima y a exportar productos. La máxima, y más trágica, expresión de esta función de apoyo del estado se encuentra en la época colonial, en que continentes enteros son conquistados para aprovisionar las industrias europeas. El colonialismo es primariamente una historia de abertura de mercado y de control de recursos naturales en que los Estados apoyan al capitalismo y al mismo tiempo lo usan para agrandar sus dominios.

Por otro lado, los ideales del estado burgués, es decir, por lo menos en cierta medida, los ideales de la ilustración, funcionaron como balance frente al economicismo inherente al capitalismo. Las instituciones públicas que se fueron desarrollando, sobre todo desde finales del siglo XIX bajo la presión de las luchas obreras, balancearon de alguna manera los excesos del mercado libre, operando una redistribución de la riqueza que, si bien muy parcial e incompleta, contribuyó a un crecimiento del nivel de vida general. Fue sobre todo en el marco de esta moderación de excesos que se forzó la prohibición de prácticas típicas del primer capitalismo como el trabajo infantil, las semanas de 80 horas, el encierro de trabajadores en las fábricas, etc.

Las relaciones entre capitalismo y estado-nación han cambiado radicalmente con el surgimiento del neoliberismo, sobre todo desde los años '80 del siglo XX. La economía se ha hecho cada vez más internacional y menos dependiente de los estados. Con el final de la guerra fría, ha caído también el vínculo de la industria a la seguridad nacional y a las alianzas políticas de los gobiernos. Las empresas transnacionales han desarrollado un sistema económico internacional que necesita siempre menos a la política del antiguo estado burgués. Las relaciones entre política y economía, entre sociedad y mercado se han invertido. En el capitalismo tradicional el estado recorta un espacio autónomo, sin reglas, donde el mercado se pueda desarrollar, pero lo controla y lo incluye dentro de sus instituciones. Con el neoliberismo el libre mercado ocupa todo este espacio y recorta oasis siempre más reducidos para la acción política.

En muchos países el mercado sigue apoyando la retórica y el aparato formal (ya no la práctica) de la democracia, pero a medida que las empresas internacionales se hacen más fuertes la necesidad del apoyo formal a la democracia representativa se hará cada vez menor. Un indicio preocupante de todo esto es el hecho que el país que más éxito está teniendo en la nueva situación económica no es una de las democracias burgueses tradicionales, sino China. China es el ideal político del nuevo capitalismo, y la manera en que se está maniobrando la crisis de estos años demuestra que esta condición: un estado autoritario, una elite económica poderosa y restringida, una unión de intereses entre política y economía, una clase popular empobrecida, sin derechos y sin estado de bienestar. El capitalismo de libre mercado apoya de manera creciente regímenes autoritarios, no sólo en el llamado “tercer mundo” sino (como se está viendo en esta crisis) también en Europa, donde estos regímenes actual bajo el nom de plume de gobiernos técnicos. No es imposible que, en unas décadas, se acabe la ficción democrática y el poder político pase directamente en mano de las empresas.

El antiguo estado burgués ya no es históricamente actual en la nueva situación económica. No hay duda que en las próximas décadas desaparecerá para dar el paso a nuevas formas políticas. Se superará el estado-nación nacido de la revolución burguesa para crear algo nuevo. Parece claro que en unos 50 o 100 años habrá desaparecido el capitalismo o habrá desaparecido la democracia. La cuestión fundamental por tanto es que tipo de organización surgirá de las cenizas del estado nacional. ¿Una a medida de las empresas, una China mundial, o una nueva forma de política que restituya la prioridad a las necesidades de las personas? ¿Una tecnocracia económica autoritaria, o algo parecido a la democracia radical de Hannah Arendt?

Mi escepticismo sobre el independentismo nace de la poca claridad sobre el tipo de organización política que debería resultar de este proceso. Si el independentismo se propone como una pieza en la transformación del estado-nación en una nueva forma de organización política más democrática, que sepa enfrentarse al dominio del mercado y de la economía, entonces el independentismo recibe todo mi apoyo. Si se trata de dividir un estado-nación burgués en otros estados naciones más pequeños y de la misma naturaleza, entonces se trata de un proceso que terminará otorgando más poder a las fuerzas económicas internacionales y que acelerará la desaparición de la política y de la participación popular en el poder.

La proliferación de pequeños estados-naciones de tipo burgués-representativo llevará simplemente a un fraccionamiento de la representatividad, a un poder político más débil, que se enfrentará al capital internacional en nombre de grupos más pequeños y con menos fuerza.

Por esto no creo en el independentismo de Artur Mas. Se trata esencialmente de una operación de multiplicación de posiciones de poder, del tipo de la que se consiguió con la independencia de Montenegro, que no cambiará si no en peor las relaciones de fuerza entre el pueblo y los poderes económicos.

Cuando expreso estas opiniones una reacción normal es tacharlas de puro ejercicio teórico. ¿Qué quiero decir con nueva forma política más allá del estado-nación? ¿Cómo funcionará? Pues, no lo sé y, quizás, las cosas funcionarán incluso si no lo sabemos. Cuando la burguesía empezó a tomar el poder y a destruir el antiguo edificio del Estado feudal, en el siglo XVI, no sabía cómo iba a gobernar. Las ideas de representación, de libertad, de derechos humanos, estaban todas por escribir. La burguesía se lanzó, creando el estado-nación sobre la marcha. Marx reconoció la importancia revolucionaria de las ideas que la burguesía había introducido, y quería que la nueva revolución empezara donde la burguesía lo había dejado.

Lo menos que podemos hacer hoy es seguir su ejemplo y lanzarnos para intentar construir algo nuevo. El independentismo puede ser un aliado precioso, si consigue no dejarse desviar por unos ambiciosos que sólo intentan replicar el viejo modelo de estado para servir sus ganas de poder.

Thursday 14 February 2013

La "herencia recibida"

El Partido Popular llegó al poder en Noviembre 2011 con un programa que preveía no subir el IVA ("subir el IVA en tiempo de crisis es un suicidio"), no recortar en sanidad y educación ("la sanidad y la educación son sagradas"), no hacer una amnistía fiscal ("inmoral") no dar dinero público a la banca ("si elegido, no daré ni un Euro de los españoles a la banca"). Tras un año, incluso la única persona en España que parece no hablar nunca de política, es decir, el Presidente del Gobierno Mariano Rajoy, admite que al PP ha completamente incumplido su programa. La excusa para este incumplimiento (que en cualquier país no feudal ya lo habría obligado a dimitir) es una: la "herencia recibida", el "desastre" en que nos han dejado los gobiernos Zapatero.

No podemos olvidar los grandes errores de la administración Zapatero, pero hablar de "herencia recibida" sin más es una estrategia política de corto plazo bastante burda que poco ayuda a la hora de comprender los errores del pasado, y sacar provecho para vislumbrar la dirección hacia que tendríamos que ir en el futuro. El juicio que daré aquí es, naturalmente, puramente personal. Soy, como todos, condicionado por ciertas ideas políticas que me hacen desear que las cosas fueran de cierta manera y no de otra, y esto puede polarizar mi visión de la cosas. Reconozco esta limitación, pero creo que es una limitación que todos compartimos, incluso los que pretenden hacer análisis "objetivos" de la política.

La administración Zapatero fue una administración muy compleja, con luces y sombras. No hay que olvidar, por ejemplo, que mientras Zapatero fue parcialmente progresista en materia social (sus leyes estrella, el matrimonio homosexual, la ley del aborto, la ley de dependencia, hicieron de España un referente europeo en materia de derechos sociales), económicamente fue un gobierno conservador, plenamente en línea con la economía neoliberal de la Europa de Merkel.

Hay, creo, que considerar tres periodos: (1) los años anteriores a la crisis, es decir, más o menos, el primer mandato, hasta las elecciones de 2008; (2) los primeros años de la crisis, 2008 y 2009 y (3) el año y medio que siguió a la reunión europea de Marzo de 2010.

En 2004 Zapatero se encontró una economía que aparentemente marchaba muy bien. España era la locomotora de Europa, con tasas de crecimiento casi Chinas. Se trataba, sin embargo, de la economía del ladrillo que Zapatero había heredado de Aznar, impulsada, al principio del siglo XXI, por medidas como la ley de costas y la nueva ley del suelo, que causaron una explosión en la industria de la construcción. Zapatero no vio (no supo ver, o no quiso ver) la debilidad de esta economía, y siguió en el camino trazado por el gobierno Aznar, sin tomar ninguna medida concreta para cambiar el modelo productivo de España. Es significativo, en este sentido, que la prensa de derechas, que hoy habla del desastre de Zapatero, en 2006-2007 escribiera que España iba bien porque Zapatero estaba siguiendo, prácticamente sin cambiarlo, el modelo de Aznar, que la economía de Aznar estaba tan bien que incluso el gobierno del PSOE no tenía otra opción que seguirla.

Hubo, es cierto, algún movimiento: se incrementaron (poco) los fondos para la investigación, se abrieron centros de biotecnologías (de manera muy desordenada), se impulsaron las energías renovables (sin mucha convicción). Poco. Sobre todo Zapatero no quiso (¿no supo?) hacer lo más importante: acabar con una oligarquía emprendedora de tipo pre-moderno, con la endémica falta de movilidad en el poder decisional de nuestras empresas. España no es un país moderno (económicamente) ni una economía burguesa. Hay un pequeño núcleo de familias, con relaciones que se remontan a muchos años, que mantienen un control muy estricto sobre la vida económica del país. Un sistema ineficiente, que echa a los mejores por falta de salida, e indigno de un país moderno. Zapatero no hizo nada para cambiarlo. Quizás incluso una acción decisiva no habría supuesto una gran diferencia. El modelo económico de un país no se cambia en cuatro años, y es probable que, en cualquier caso, el cambio no habría llegado a tiempo para salvar España de la crisis. En 2008 la construcción se desplomó. Las economías con una base industrial moderna pudieron recuperarse relativamente pronto, la española, dependiente en manera determinante de la construcción, no.

En 2008 estalló la crisis y el gobierno Zapatero no supo (¿no quiso?) verla primero y, cuando la vio, no supo juzgar su profundidad y su duración. En esto parte de la responsabilidad va al entonces Ministro Solbes. Solbes es un economista clásico, un economista del mundo de la producción más que del mundo de la financia. Supo manejar el país muy bien durante la crisis (clásica) de 1992, pero no supo entender la naturaleza de esta crisis. Se adoptaron medidas "parche", como el Plan E, que usaban el dinero del Superavit para crear trabajo temporal. Las medidas habrían funcionado en una crisis de corta duración, pero no en una que se va profundizando a medida que pasa el tiempo. Zapatero no tuvo el valor (o quizás la fuerza política) de adoptar medidas de largo plazo similares a las de Roosvelt en 1932: aumento drástico de los impuestos (hasta el 75% en la America de los años 30) para derivar recursos que permitan crear un programa sostenido de obras públicas (Roosvelt también tambaleó: tras dos años de recuperación, se dejó convencer a rebajar los impuestos y dejar que el mercado siguiera recuperándose autónomamente; como consecuencia, en 1937 America volvió a hundirse en la crisis: en una crisis no nos podemos fiar del mercado).

Todo esto cambió en Marzo 2010. Justo unos meses antes, en la inauguración del semestre Español de presidencia de la comunidad Europea, Zapatero había hecho un discurso valiente, que podía haber formado la base de una política económica nueva. Dijo, prácticamente: los bancos y las agencias de evaluación hace un año vinieron a pedir dinero para salvarlos y ahora que les hemos salvado pretenden decirnos que hay que recortar para salir de la deuda que hemos contraído para salvarles. ¿Como se atreven? ¿Que autoridad tienen hoy para darnos ordenes? Palabras esperanzadoras, que nunca se concretizaron. En Marzo Zapatero participó a la cumbre Europea y, cuando volvió, sus políticas habían cambiado radicalmente, transformándolo en el primer Presidente de los recorte y causando una huelga general.

¿Que pasó en Bruselas en Marzo? Es improbable que Zapatero fuera sustituido por un döpplegänger como en la película "The invasion of the body snatchers". Más probablemente se le recordó que, en la época del capitalismo neoliberal, el poder de la política es muy limitado, que las decisiones que cuentan no se toman en la Moncloa, y que el papel de los gobiernos en este comienzo del siglo XXI es ejecutar, mantener el orden, y jugar el juego bonito y vacío de la democracia y de la representatividad. Zapatero no tuvo la fuerza de resistir. Había tenido hasta entonces una política económica conservadora quizás en la esperanza que todo se pudiera arreglar y que pudiera volver a la situación del primer mandato, cuando todo le iba bien. Ahora tuvo que ser coherente con su elección neoliberal, bajar la cabeza y decir que sí.

Esto, según mi punto de vista, los errores de Zapatero. Con el gobierno del PP, cabe decirlo, las cosas han ido a peor. Los recortes se han intensificado, pese a los avisos de los economistas según que la austeridad sólo causa recesión y reducción del bienestar de la gente. La cosa es ya tan evidente que incluso Rajoy empieza a darse cuenta. Los tímidos cambios al sistema productivo de España que Zapatero había iniciado ya han desaparecido: la financiación a la investigación está por los suelos, los centros de biotecnologías no tienen dinero, y tampoco lo tienen las energías renovables. Los dos campos de desarrollo industrial más prometedores de las próximas décadas (bio y energía) ya no cuentan con una presencia española. El gobierno está promocionando otra vez turismo y ladrillo. Ya estamos preparando la próxima burbuja, y el gobierno nos dice que tenemos que estar contentos: antes de estallar, las burbujas tienen unos colores muy bonitos.

Blog Archive