Wednesday 20 March 2024

Yendo al trabajo

¡Qué rollo! Cada mañana este tren está más lleno. Hoy también me tocará quedarme de pie todo el rato. Claro que nadie bajará hasta el centro, y allí ya me va a dar igual, que yo también bajo. 

No es que sea la única a quedarme de pie, claro. De hecho somos más los de pie de los sentados. Y menos mal que estamos todavía casi en invierno. Cuando el calor empiece de verdad, será aún peor. Por los menos antes había la costumbre de que a una señora se le cedía el asiento, pero hoy, ni hablar: todos allí leyendo para no mirar a los que estamos de pie y fingir que ni existimos, o bien escuchando música con los auriculares puestos, como este chico de aquí que, solo de ver cómo anda vestido parece que lo hayan echado del circo porque asusta a los animales.

Mira a este tío con traje gris. Seguro que trabaja en un banco o algo así. Director, como mínimo, a ver como va vestido. No sé qué es lo que está leyendo, con todos esos gráficos y numeritos, no se entiende nada. Pero se lo podría leer de pie, digo yo. Y es que se le ve tan joven y atlético, mientras a mí se me cansan las piernas. Cada vez que empiezo el día así, luego por la noche, después de tantas horas limpiando oficinas, las piernas se me ponen fatal y casi no puedo levantarme de delante de la tele para irme a la cama.

Y estos chicos de aquí que no han parado de besarse desde que he subido, que falta poco para que a ella la lengua de él le salga por una oreja. Sentada en su regazo y todo. Que, ¿no se dan cuenta que es mucho más fácil besarse de pie?

¿Y este joven? Al verlo se diría que tiene más o menos le edad de mi hijo. Parece un buen chico y ni está vestido de criminal como el de los auriculares. Pero, que cara más rara tiene. Que expresión tan seria. Está allí sentado y nos mira a todos y a cada cara que mira me parece que la suya se le va poniendo más triste. Pero, ¿Por qué? Se ve que es un chico serio, tal vez demasiado serio: la rubia a su lado no le quita los ojos de encima; se ve que se muere de ganas de que él le hable, pero él, nada: ni parece darse cuenta de que existe. Sigue mirandonos a todos nosotros, como si tratara de sacarnos un secreto, como si nos estuviera haciendo una pregunta muda y solo esperara que alguien le contestara para tomar una decisión que él quizá no tiene el valor de tomar. ¿Pero qué buscas, chico? Te veo tan solo, tan perdido. Tendría ganas de acercarme y decirte que no te preocupes, que la vida no es tan mala, que a veces se pinta mala cara, pero es un juego, un engaño que la vida nos hace para hacerse apreciar más, para que la sigamos y la deseamos más. 

Ahora está mirando a esos de los besos ¡Qué cara tan triste se le ha puesto! Tiene los ojos mojados, como si la vista del amor le doliera y le hiciera llorar. Quizá no tiene novia o su novia lo ha dejado. Tendría ganas de decirle algo. De decirle que no se preocupe, que el amor viaja por caminos infinitos, que a veces no se da prisa, pero tarde o temprano te alcanza.

Mírame a mí, le diría, que joven no soy y guapa tampoco. Pero sé que esta noche llegaré a casa y después de la cena me sentaré frente a la tele al lado de mi marido. No hablaremos mucho, eso no. Sin embargo, después de tantos años de casados las palabras ya no sirven. Nos sentaremos juntos y yo me acercaré a él. Al principio él no me hará caso, empeñado controlar el mando a distancia, pero en un rato, casi sin darse cuenta, me abrazará. Lo hace cada noche. Yo sentiré su calor, el cansancio se disolverá y en un rato me dormiré, tranquila como una niña. Él me regaña, dice que si estoy cansada debería irme a la cama, pero, sé que tenerme allí le da placer y cuando ya me cree dormida sonríe secretamente. ¿Lo ves, chico? A uno no le hace falta mucho. El amor es muchas cosas: a veces es besarse como locos en un tren cualquiera, a veces es la certidumbre de un cuerpo que te esperará por la noche frente a la tele para darte calor. Tú también encontrarás tu manera de querer. Esto le diría.

Y, ¿Por qué ha cambiado su cara ahora? Se ha hecho más dura, más madura, como si el niño hubiera envejecido de repente, como si al fin hubiera tomado la decisión que no tenía el valor de tomar. Cuidado, hijo, con las decisiones improvisadas e importantes: a veces una decisión tomada en un tren te persigue el resto de tus días.

¿Dónde estamos? No falta mucho. Y el chico baja ¡Qué suerte!, por lo menos, podré pasar los últimos minutos sentada. Adiós, hijo, y no seas tan serio. ¿Lo ves? Incluso yo, que me quejo siempre del tren tan lleno y de la gente, admito que, en el fondo, mi vida no está tan mal y que, al fin y al cabo, soy feliz. Sí...hacía mucho tiempo que no lo había pensado, que no se me había ocurrido, pero es la verdad: soy feliz. Incluso con mi trabajo sin avenir y las piernas que se me ponen fatal, y...

Pero ¿que es esto? Vaya... mira, al niño se le ha olvidado la mochila. Espero que no contenga nada que le sirva. Bueno, no te preocupes, en cuanto baje del tren la entregaré al personal de la estación y cuando te des cuenta que la has perdido, sabrás dónde ir a buscarla. Debe estar muy preocupado y muy perdido en sus pensamientos oscuros. Ya lo veo, cuando se dé cuenta de haberla olvidado en el tren la dará por perdida. Con los tiempos que corren, pensará, quién la encuentre se la va a quedar.

Pero no te preocupes. La he encontrado yo y no te la robaré: mañana con una llamada la puedes recuperar. Es mi regalo, hijo. Mi regalo porque al verte con esa cara tan joven y tan seria me he dado cuenta, por primera vez en no ni sé cuantos años, que, simplemente, soy feliz.  

Tendría ganas de gritarselo a todo el mundo: “Hoy, 11 de marzo, en este tren de Cercanías, a unos minutos de Atocha, un niño ha perdido la mochila y me ha recordado que soy feliz”.

 

San Diego, Noviembre 2005

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