Monday 13 December 2021

La crisis de la ciencia. I: el retorno de la superstición

Los cambios en la mentalidad colectiva de una sociedad se hacen especialmente evidente cuando esa sociedad se enfrenta a una crisis. Y nunca esto ha sido más cierto que en este momento en que nos enfrentamos a muchas crisis que nos llegan a la vez, desde la crisis medioambiental hasta la crisis causada por la pandemia de sars-cov2.

 Lo que estas crisis revelan es un cambio en la actitud social frente a la ciencia, un escepticismo y una falta de confianza que marca una inversión de tendencia respeto a la tendencia general de la modernidad.

 Los varios movimientos anti-vacuna, los negacionistas del calentamiento global, los que directamente no creen que haya una pandemia de sars-cov2 o los que no creen que el virus VIH sea la causa del SIDA, marcan una explosión de movimientos anticientíficos e irracionalistas por todos lados.

 Las razones, como casi siempre, son muchas, complejas e interconectadas. Podemos analizar el papel de la sociedad de consumo, que busca la irracionalidad de los consumidores, irracionalidad que los hace más sujetos a la acción de la publicidad. Podemos mencionar los populismos políticos, que necesitan personas con poco sentido crítico. O simplemente la psicología humana, que busca certidumbres frente a la complejidad y culpable frente a situaciones desagradables, todas cosas que la ciencia, por su naturaleza, no le puede proporcionar, dejando el campo abierto a quien ofrece soluciones falsas pero confortantes. Podemos mencionar la facilidad con que estos bulos confortantes se propagan en las redes sociales, o la facilidad con que los nuevos medios de comunicación permiten crear una "burbuja informativa" en que una persona sólo lee lo que se acuerda con sus opiniones y sus prejuicios.

 Todas son buenas razones, y todas de peso, sin duda, pero, creo, para entender el éxito del irracionalismo anticientífico hay que ir más allá. El fenómeno que se observa no es una superación de una vieja mentalidad científica por parte de una nueva y más sofisticada, se trata de una verdadera regresión a una superstición pre-científica.

 La imagen de una ciencia infalible, que se define como disciplina autónoma independiente de las acciones de los científico, es propia del positivismo ingenuo de Comte y, en menor medida, del más sofisticado positivismo del Círculo de Viena. Esta imagen ya no existe en la ciencia. Desde el falsificacionismo de Popper que intenta superar la paradoja de la inducción(una teoría científica no se acepta si existe un experimento que la confirma, dado que ningún experimento puede justificar una teoría, sino si existe un experimento que la puede falsificar) hasta los trabajos de Feyerabend y Kuhn que revelan como la ciencia es una institución humana, la ciencia ha aprendido a mirar más críticamente hacia si misma.

 Pero no parece ser esto el tipo de superamento del positivismo más común en nuestra sociedad. Lo que vemos he, casi, un regreso a la superstición de tipo religioso en que, esta vez, la ciencia se inserta como dispositivo mágico en que se confía acríticamente y a priori y que se rechaza cuando la verdadera complejidad del procedimiento científico se hace patente.

 En parte esto se debe al cambio de la relación entre ciencia y religión. Durante buena parte del Siglo XX, la ciencia y la religión se han vivido, si no como enemiga, por lo menos como dos disciplinas que intentaban convivir separando sus esferas de actividad: la ciencia se ocupaba del mundo físico, la religión de la esfera moral. Cuando las dos intentaban ocuparse de la misma cosa, el resultado era de alguna manera embarazoso y se resolvían con alguna forma de "doublethink" o considerando que la Biblia hablaba por alegorías (una forma de interpretación casi tan vieja como el cristianismo).

 En las últimas décadas esta relación ha cambiado, y este cambio es evidente sobre todo en EE.UU. donde no hay una iglesia dominante que institucionaliza de forma homogénea la religión y donde cada interpretación se oficializa de alguna manera creando su propia confesión. En EE.UU. se ha asistido a un esfuerzo claro de integrar la ciencia en la religión y de integran el método científico en la hermenéutica religiosa. Así, por ejemplo, los cristianos fundamentalistas no se limitan a decir que la tierra tiene 6.000 años porque así lo dice la Biblia, sino que intentan demostrarlo usando métodos (pseudo) científicos. No se limitan a afirmar que Dios creó todos los seres vivientes, sino que intentan desmontar la evolución usando métodos (pseudo) científicos.

 Desde el punto de vista filosófico, estos esfuerzos no tienen mucho sentido ni desde el punto de vista de la religión ni de el de la ciencia. Desde el punto de vista de la religión, las escrituras representan una verdad absoluta, mientras el método científico sólo llega a verdades provisionales y tentativas. Por tanto, se está intentando demostrar lo que debería ser una certitud usando métodos que, por su misma naturaleza, nunca llegarán a la certeza. Desde el punto de vista científico, lo que se está haciendo es una petitio principii: se empieza una búsqueda sabiendo ya de antemano lo que se quiere encontrar.

 Las consecuencias de esta mezcla son casi siempre desastrosas. Se va desde los casos más llamativo como el del "Institute for Creationist Science" en California hasta los distritos escolares en EE.UU. que quieren enseñar la "creación inteligente" como parte del curriculum científico cuando no prohiben directamente que se enseñe la evolución, hasta los casos más sutiles, donde la mezcla de ciencia y religión ha cambiado la manera de pensar de la gente.

 En muchos aspectos, esta evolución de la mentalidad es comprensible. Vivimos en un mundo que se ha hecho tan complejo que ya no podemos entender nuestro entorno. En una civilización campesina o, incluso, industrial, el entorno de una persona era comprensible. A ciertas acciones correspondían consecuencias claras y directas, y había códigos de comportamiento tradicionales que tenían en cuenta estas consecuencias para decirnos como comportarnos. Todo esto ya ha desaparecido. Vivimos en un mundo tan interconectados y complejo que las consecuencias de nuestras acciones son casi imposible de prever.

 Vivíamos en un mundo esencialmente lineal: pequeñas acciones tenían pequeñas consecuencias y grandes acciones las tenían grandes. Ahora vivimos en un mundo caótico donde pequeñas acciones pueden tener grandes consecuencias y, sobre todo, consecuencias esencialmente imprevisibles. Los viejos esquemas de comportamiento ya no funcionan, y no tenemos de nuevos: hay que construirlos. En un mundo que no entendemos es normal buscar respuestas y esquemas de comportamiento y es natural buscar soluciones claras y sencillas.

 La religión, tradicionalmente, ha proporcionado estas soluciones y mucha gente vuelve a la religión buscando la seguridad que nos daba. Pero al mismo tiempo incluso el buscador de soluciones sencillas no puede ignorar que la ciencia ha cambiado el mundo y que la ciencia es un componente importante de nuestra vida. El problema es que el método científico, por su propia naturaleza, no puede proporcionar soluciones sencillas y definitiva. La ciencia es un proceso, no una solución. De allí el intento de transformarla en lo que no es: en una magia, en una superstición. De allí la rabia anti-científica cuando resulta evidente que la ciencia no es, ni puede ser, la solución mágica que estamos buscando.

 Hubo un momento de alguna manera parecido en la historia de occidente. Entre los Siglos XVI y XVII la revolución Copernicana nos sacó de nuestro lugar en el centro del universo. En la síntesis medieval, vivíamos en un universo que Dios había creado únicamente para nosotros, nosotros éramos el centro, y todo giraba alrededor de nosotros. De repente nos encontramos en la periferia del mundo, en una roca que gira en el espacio junto a otras rocas, en un universo que ya no está hecho para nosotros sino que nos es indiferente, que puede vivir y a funcionar con o sin nosotros.

 En esa época el llamado "desencanto del mundo" resultó en la mentalidad científica, en la ilustración y en la revolución burguesa. Esperemos que el desencanto que vivimos ahora resulte en algo igualmente positivo. Por el momento, las señales no son buenas, pero hay que ser optimista. ¿Que alternativa tenemos?

  

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