Thursday 19 November 2020

El reportero en el aparcamiento y el populismo de derechas

 Una de las consecuencias de la pandemia y del aislamiento (que yo intento mantener incluso ahora) es que últimamente he visto varios telediarios, cosa que no hacía desde hace tiempo (confieso: soy persona de palabra escrita). No recordaba la francamente baja calidad periodística que muchos de ellos exhiben. No creo que la culpa la tengan los periodistas que, en muchos casos, parecen ser excelentes profesionales. Más bien, parece que las características del medio televisivo, de la mercantilización de la información y, en general, de la época en que vivimos hayan conjurado esta bajada de calidad.

 Vivimos en una época de emociones, más que de razón. La gente responde a menudo a los estímulos a un nivel muy "de tripa", emocional, sin conseguir destacarse de los eventos para juzgarlo a la fría luz de la razón. Quizás las cosas siempre han sido así (las emociones habitan una zona del cerebro mucho más profunda y primitiva que la razón), pero en las últimas décadas las posibilidades de manipular las emociones se han multiplicado, así como se ha acentuado la concentración del poder informativo. Dado que es mucho más fácil manipular las emociones que la razón, una época de emociones es ideal para quien controla los medios de información.

 El ejemplo de la publicidad como medio emocional y no racional es obvio, pero podemos ver también el éxito de la atención a las emociones en las diferentes estrategia de los bloques en la guerra fría. Los dos bloques se han mantenido esencialmente manipulando las emociones de los ciudadanos pero, mientras el bloque soviético no ha conseguido, hasta los años '80, quitarse del todo del medio la propaganda estalinista y se ha basado esencialmente en la manipulación del miedo, el bloque occidental (aprendiendo de la publicidad) ha conseguido manipular con éxito un rango mucho más amplio de emociones.

 La televisión hoy es un medio de imágenes, y a las imágenes se le da mejor evocar emociones que presentar silogismos. Claramente la televisión siempre ha sido un medio de imágenes, a pesar de algunos experimentos alternativos en los primeros días de los telediarios. Por ejemplo, a principio de los años '50, en los primeros años de la televisión, la cadena americana CBS experimentó con un telediario en que la pantalla era completamente negra y sólo se oía la voz del anunciador. La idea era que ver la persona que hablaba sólo distraía sin añadir nada a la noticia. Los telediarios modernos nacieron, podríamos decir, con el asesinato de Kennedy, evento mediático mundial grabado casi en directo (casi: el famoso film de Zapruder sólo aparecería unos años más tarde) y contado por imágenes.

 Si los telediarios llevan 60 años contando las noticias con imágenes, es cierto que es principalmente en los últimos años, con la proliferación de los medios de grabación, la presencia capilares de teléfonos móviles y el desarrollo de la red que permite su transmisión instantánea que las imágenes han conseguido un dominio completo de los telediarios. Esto ha reducido la importancia del habla y, al fin y al cabo, del razonamiento en los telediarios. Las imágenes y las emociones han en buena parte remplazado la palabra y la razón.

 

Hoy en día podemos ver varios fenómenos relacionados con este cambio de la razón a la emoción.

 Podemos por ejemplo constatar el cambio de tono en la manera de hablar de los periodistas. Los tonos calmos han casi desaparecido, e incluso la noticia más banal o inútil viene comunicada con un tono rápido y concitado. Hasta el resultado del concurso de la petunia más blanca viene comunicado con el mismo tono de un periodista que habla desde el bombardeo de Beirut.

También la localización de los reporteros es interesante, generando el fenómeno que llamo del "reportero en el aparcamiento". El reportero da su noticia desde una localidad más o menos cercana al evento, incluso si esto no añade nada al valor de la noticia. La noticia del atraco a un banco se da desde el aparcamiento del banco, incluso si ya hace horas que allí no hay nadie, o si las noticias sobre la Casa Blanca se dan desde una calle de New York y las de Novosibirsk desde una calle de Moscú. Las noticias tendrían el mismo valor si el periodista estuviera cómodamente sentado en un estudio televisivo pero evidentemente las cadenas han decidido que estar en la calle comunica un plus de urgencia y cercanía a la noticia del todo emocional. Las consecuencias las pagan, principalmente, los pobres reporteros que tienen que dar noticias sobre tormentas, nevadas o lluvias torrenciales.

Otra costumbre muy común es la de complementar las noticia con las palabras de la "gente de la calle": vecinos de donde ha pasado algo, familia de alguien o simplemente personas que pasaban por allí. Especialmente cotizadas las señoras de mediana edad que se echan a llorar (los hombres no: el machismo español no soportaría la visión de un hombre que llora, a menos que no se trate de una muerte en familia, en cual caso denota un alma sensible). Se trata de apariciones que, con las debidas excepciones, no tienen ningún valor informativo, pero contribuyen a crear un aura emocional alrededor de las noticias.

Las imágenes tienen, sin duda, el papel protagonista, y si no hay imágenes se usa lo que se tiene que tenga, más o menos, una relación con la noticia de que se habla. En casos extremos, se repite una y otra vez la misma imagen grabada com un móvil, así que podamos ver veinte veces seguidas como la misma ola arrastra el mismo coche, completo de voz fuera de campo "Joé mirá como se lo va a llevá". Aquí me permito un consejo a los aspirantes reporteros armados de móvil: si queréis enviar el video de algo a un telediario, por favor, grabad con el móvil en posición horizontal. La pantalla de la televisión tiene orientación horizontal, y los vídeos grabados en vertical no encajan bien, obligando a la estación a crear esos horribles rellenos hecho con repeticiones magnificadas y borrosas del vídeo. Señores, por favor: grabad en horizontal. Es igual de fácil.

Si añadimos a todo esto el tiempo, cada vez más grane que los telediarios dedican a noticias "blandas", de "sociedad", a cosas tan interesantes como el concurso de petunias o al deporte, la imagen que ne derivamos no es de las más alentadoras.


 

No es difícil notar ciertas coincidencias entre estas costumbres y el discurso de la derecha populista. Hay, por ejemplo, una relación entre el "reportero en el aparcamiento" y la desconfianza populista en las instituciones representativas. El reportero, de alguna manera, es nuestro representante en el lugar de la noticia, que la observa y la interpreta para nosotros. La necesidad de verlo en ese lugar cuando esto no tiene ningún valor informativo, es un reflejo de cierta desconfianza: queremos asegurarnos que el reportero ha visto de verdad lo que dice haber visto, y no nos está engañando.

Lo mismo vale para las imágenes a menudo inútiles desde un punto de vista informativo. Nos dan la ilusión que estamos asistiendo en directo a los acontecimientos, que los podemos observar y juzgar sin mediación. Ilusión, claramente: el hecho mismo de grabar un vídeo, de apuntar la cámara en una dirección y no en otra, el hecho de editar un vídeo, decidiendo lo que se va a ver y lo que no, todo esto constituye una mediación. Es además una mediación subrepticia, escondida y por tanto más peligrosa: estamos convencido de haber observado la realidad mientras lo que estamos observando es un relato, tan mediado como el relato que el reportero nos hace en palabra. Así, por ejemplo, estamos convencido que una manifestación ha sido violenta porque lo hemos observado "con nuestros propios ojos" en un vídeo, sin darnos cuenta que el vídeo ha recortado diez minutos de disturbios provocados por veinte personas y ha ignorado las dos horas de manifestación tranquila de 100.000 personas.

Las entrevistas al "hombre de la calle" también es un reflejo de la desconfianza hacia la autoridad típica del discurso populista (desconfianza que en la derecha se une, de manera contradictoria, al respeto al "jefe" que se ve como algo diferente de la anónima "autoridad"). Esto corresponde también a una técnica muy usada por el populismo: usar un ejemplo (cuidadosamente elegido) como arquetipo. Se trata de un caso extremo de la falacia de la inducción que yo llamo la "demostración por tía Trini" ("A mi tía Trini no le han pagado los ERTEs, por tanto a nadie en España le pagan los ERTEs").

Finalmente, el tono concitado de los periodista nos recuerda mucho el tono "gritado" de mucho populismo de derechas donde, incluso en sedes institucionales como el parlamento o en ruedas de prensa no es tan importante lo que se dice (a menudo se dice muy poco) sino con que volumen se dice. El volumen del habla ha remplazado la solidez de los argumentos; del logos hemos pasado al phonos.


Con esto no quiero decir que los telediarios están al servicio del populismo de derechas. Encontramos los mismos defectos en programas periodísticos que se definen de izquierdas (en España un ejemplo típico es el insoportable "Al Rojo Vivo", con cuyas posiciones me encuentro a menudo de acuerdo pero que insulta todos los principios periodísticos en que creo). Los telediarios han evolucionado en esta dirección bajo la presión del mercado desde el comienzo de las televisiones privadas. Pero parece claro que esta manera de reportar las noticias ha generado un caldo de cultivo en que el discurso populista se ha podido propagar. Algo que, si uno lo piensa bien, a los mercados no les viene nada mal.


Walter Cronkite dijo de su profesión: "no debemos contar a la gente lo que quieren saber, debemos contarles lo que necesitan saber". Si aplicamos este principio a muchos de nuestros telediarios, lo que la gente necesita saber es muy poco de noticia, casi nada de análisis racional, y mucho como hacerse manipular a través de las emociones.

Tuesday 10 November 2020

El Catch 22 de la toma de decisiones

He hablado, en otro blog, del método científico, de como la ciencia se construye a base de errores y de como muchas personas tienen la idea (errónea) que la ciencia lo sepa todo y no se equivoque nunca.

Quiero aquí hablar de un tema que, en estos tiempos de covid-19 está tristemente relacionado: la toma racional de decisiones. Se trata de un problema mucho más difícil porque, si la ciencia puede esperar a tener una base experimental sólida antes de estabilizar sus teorías, quien toma decisiones muchas veces no tiene este lujo: a veces hay que tomar decisiones que afectan a la vida se muchas personas, pero hay que hacerlo  "ya", con información incompleta, imperfecta y a menudo contradictoria.

 La situación muchas veces es la siguiente: la ciencia no tiene todavía conclusiones fiable, hay personas competentes que dicen que hay que hacer A, personas competentes que dicen que hay que hacer B. Ambas soluciones, A y B, tiene un coste social y económico, y este coste podría ser mucho mayor si tomamos la decisión equivocada. Pero hay que elegir, y hay que hacerlo ahora, porque no hacer nada sería peor.


Consideremos la toma de decisiones en los primeros meses de la epidemia de covid-19. Lo que hay que hacer, es bastante fácil saberlo: reducir los contactos sociales. Al principio se puede pedir a la gente extremar la higiene y reducir los contactos sociales, así como se hizo en España, por ejemplo, el 10 de Marzo. Pero si la cosa no funciona (y en España no funcionó) hay que tomar medidas más drásticas. Las medidas son claras: reducción de movilidad o confinamiento. El problema es cuando aplicarlas. Aplicarlas demasiado pronto supone un daño económico enorme e inútil, aplicarlas demasiado tarde supone empeorar la epidemia. Y había que tomar la decisión en Marzo, cuando el conocimiento del virus era todavía imperfecto y las indicaciones contradictorias.

 

Hay que decidir a quien escuchar. Sabemos que algunos miembros de seguridad nacional avisaron el gobierno en Febrero que había que tomar medidas. ¿Había que escucharlos? Con lo que sabemos ahora podemos decir que sí pero, ¿con lo que sabíamos entonces? En ese momento la OMS todavía no recomendaba confinamientos en Europa (se limitaba a decir a los gobiernos que recomendaran y que difundieran información sobre el virus), y todavía a principio de Marzo el grupo de Risk Assessment de la UE dividía la situación en cuatro escenarios, aconsejaba suspender manifestaciones pública sólo en los escenarios 3 y 4, y sostenía que toda la UE, excepto Italia, estaba en escenario 1. ¿Escuchamos a Seguridad Nacional o a la OME y la UE? No había información suficiente para saber a quien, pero había que tomar una decisión.

 

No se puede claramente escuchar a todas las alarmas: alarmas como la que lanzó seguridad nacional hay tres o cuatro cada año, si el gobierno las escuchara todas nos pasaríamos la vida confinados, y la economía se derrumbaría del todo.

Esta vez los "alarmistas" tenían razón. También un reloj parado marca la hora exacta dos veces al día, pero esto no quiere decir que nos fiamos del reloj parado para saber la hora. Con lo que decía la OMS, la UE, y las organizaciones médicas, no tenía mucho sentido tomar medidas drásticas en ese momento, a pesar de algunos avisos aislados. Y, repito: las decisiones en Febrero se toman utilizando la información que se tiene en Febrero, no tiene mucho sentido juzgarlas con la información que tenemos en Octubre.

 

Quien decide también debe evaluar el riesgo de sobreactuar. En 2015 avisos similares se desataron por una epidemia de Gripe A que podía llegar a Europa causando una situación como la que vivimos ahora. El Ministerio de Sanidad hizo acoplo de vacuna. Al final la Gripe A llegó a Europa de manera muy marginal, hubo pocos casos, la vacuna se quedó en los almacenes y fue vendida con considerable pérdidas económicas. No es inoportuno observar que las mismas voces que critican ahora la "inactuación" del gobierno en Febrero criticaron entonces la sobreactuación, lamentando que el gobierno había comprado más vacuna de lo necesario, con consecuente "despilfarro" de dinero público. Damn if you do, damn if you don't. Los críticos a ultranza no perdonan (ni se informan, lamentablemente).

 

Tomar la decisión correcta es un problema sin solución. Un auténtico Catch 22: hay que actuar, pero no hay la información necesaria para actuar, y sólo actuando la conseguiremos. Se trata de una de las actividades intelectualmente más complejas que puedo imaginar, una en que hay que entrenarse y refinar constantemente. Por esto creo que es oportuna la idea de una comisión independiente que investigue la actuación del gobierno y de los 17 gobiernos autonómicos. No se trata de reprochar y castigar, se trata de comprender como hacerlo mejor si una situación parecida se presentara en el futuro.

 

Donde el gobierno sí parece haber cometido errores evitables es en la segunda ola, cuando ya los conocimientos eran mejore. Dos en particular: haber esperado demasiado en declarar el estado de alarma frente a la inacción de algunas comunidades autónomas y, justo estos días, haber cedido una y otra vez a las peticiones francamente absurdas de la Comunidad de Madrid, tales como el "confinamiento a la carta" que, según los epidemiólogos, no tiene ninguna base científica en cuanto sus efectos son prácticamente imposibles de medir. No sé que consideraciones políticas han empujado el gobierno en esta actitud, pero, desde un punto de vista científico, cuando 16 comunidades hacen lo que hay que hacer y una se niega a hacerlo, el gobierno debería haber tomado más control en esta última, en lugar de ceder frente a la retórica y los insultos, decepcionando así los que están trabajando bien para ponerse del lado de quien no está haciendo nada. 

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