La ciencia no es un conjunto de conocimientos, es un método. Un método que nació en el Siglo XVII, remplazando la observación empírica (empereia) de Aristotle con el experimento en condiciones controladas de Galileo, y que llegó a un alto grado de perfección en los siglos XIX y XX. A pesar de los trabajos de Popper, Feyerabend o Kuhn, no está todavía del todo claro cual sea, efectivamente, el método científico, en que consista el juego entre modelo teórico y experimento, si la flasificabilidad experimental es efectivamente el único criterio que hace que una teoría sea "científica", o si la ciencia nos proporciona verdades o sólo modelos que explican los experimentos.
Una cosa sabemos: el error en los modelos es una parte esencial de la ciencia. Antes de la entropía estuvo el flogiston, antes de la relatividad el éter cósmico, antes de la mecánica cuántica los átomos de Thomson y Rutherford. La ciencia procede en el medio de errores, hace hipótesis y las corrige.
Esto es cierto sobre todo en medicina, una disciplina a mitad entre ciencia y tecnología a que, al mismo tiempo que intenta comprender el objeto de su estudio, se le pide "arreglarlo" cuando hay algo que no funciona. Muchos de los descubrimientos de la medicina se han hecho y usado antes de entender bien su mecanismo biológico, a través de ensayos clínicos que han demostrado la eficacia de algo incluso cuando no se sabía bien como funcionaba. El caso típico es el de la Aspirina, usada a lo largo de todo el Siglo XX con excelente resultado y cuyo mecanismo biológico se ha descubierto sólo a finales del siglo.
Normalmente estos intentos no se ven. Los errores se descubren en ensayos clínicos o experimentos de laboratorio mucho antes que un método o un medicamento sea anunciado al público, y esto puede dar la impresión que la medicina sea una especie de rulo compresor que aplasta con seguridad los obstáculos que encuentra mientras en realidad la medicina es una más como un persona perdida en una foresta que busca el camino de casa basándose en todos los indicios que la foresta le pueda dar, y equivocándose varias veces antes de encontrar el camino correcto.
Pero vivimos en una situación excepcional, y la medicina se encuentra en el medio de una tormenta perfecta. En enero el sars-cov-2 era un virus completamente desconocido, y la ciencia necesitaba tiempo para estudiarlo y para comprender como se extendía la epidemia. Pero al mismo tiempo la gente estaba muriendo, y era necesario tomar decisiones inmediatas, basadas en la evidencia que teníamos en el momento de la decisión, por parcial o incluso incorrecta que pudiera ser.
De allí los cambios de criterios y de opiniones que muchos acechan a incapacidad y que son simplemente el resultado de la evolución de nuestro conocimientos. Los consejos sobre las mascarillas o la eficacia de la hidroxicloroquina han cambiado no porque alguien había mentido, sino porque los conocimientos han cambiado, y la ciencia (al contrario de la religión) cambia de opinión cuando nuevos conocimientos invalidan las conclusiones a que había llegado.
Decir que alguien se había equivocado en Marzo en la base de los conocimientos de Septiembre no tiene mucho sentido: las decisiones se toman en cualquier momento basándose en lo que se conoce en ese momento. La ciencia es racional, pero no tiene la bola de cristal.
No sé si estas acusaciones derivan de cierto penchant hacia las teoría conspiratoria o simplemente por la escasa educación científica en nuestro país. Una mezcla de las dos cosas, probablemente.
Los errores de los médicos y de los científicos son, en esta situación, trágicos y cuestan vidas. Pero no se trata, en la gran mayoría de los casos, ni de mentiras ni de incapacidad: se trata simplemente del método científico en acción. Acusar a los científico de haber dado en Marzo recomendaciones que, con los conocimientos de Septiembre, puede haber resultado equivocadas quiere decir acusarlo de no tener una bola de cristal. Nadie, lamentablemente, la tiene. Que la ciencia la tenga es una creencia difundida (y errónea) debida a una lamentable falta de cultura científica en nuestro país (quien sabe como se enseña, por ejemplo, la física en los institutos sabrá que que hablo) y fomentada por unos medios también, a menudo, falto de cultura científica y que demasiada veces sacrifican el rigor en los altares de la espectaculariad y del tecno-optimismo.
En la vida de todos los niños llega el momento en que se dan cuenta que sus padres no son perfectos ni todopoderosos. Ha llegado el momento en que crezcamos de una vez, en que dejemos de esperar soluciones mágicas y en que nos demos cuenta que la ciencia es una creación humana y no es ni perfecta ni todopoderosa. Se trata, simplemente, del método mejor y más racional que tenemos para enfrentarnos a situaciones como esta.
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