Tuesday 30 December 2014

La legitimización de la cacofonía

Renfe (la compañía española de ferrocarriles) estrenó, este verano el “coche silencioso” en sus trenes AVE (alta velocidad), un coche en que no se permiten niños de menos de 14 años y en que no se puede escuchar música sin auriculares, hablar por móvil, hablar en voz muy alta, etc. Es decir, un coche en que la gente que busca paz--y que se respete su paz--pueda viajar sin estar sujeta a la cacofonía que impera en la mayoría de los trenes.

Se trata de una idea que se ha experimentado en otras redes de ferrocarriles e, incluso, en varios metros en el mundo y que ahora Renfe trae a España. Para nosotros que amamos viajar leyendo un libro en santa paz, echando una cabezadita o simplemente mirando el paisaje que desfila detrás de la ventanilla se trata de algo muy útil pero, al mismo tiempo, de algo fuertemente ambiguo.

Creando un coche silencioso se admite y se legitimiza el ruido, se admite que la falta de respeto para la paz ajena se ha convertido en la normalidad. Si hay un coche silencioso es porque, en circunstancias normales, toda cacofonía está permitida, toda invasión de la paz ajena está justificada. Se trata de una normalidad tan autorizada y tan legítima que quien siga queriendo tranquilidad tendrá que ser aislado, tal como un animal salvaje en una reserva natural. Pero, así como el animal en la reserva natural cesa de ser salvaje y se convierte de alguna manera en un cómplice involuntario de quien ha destrozado su ambiente, así nosotros, encerrados en la jaula del coche silencioso, nos vemos obligados a convertirnos en cómplices de las manadas que nos han quitado el silencio. Encerrados en el coche silencioso conseguiremos quizás (me pregunto si la cosa durará) nuestra tranquilidad, pero al mismo tiempo nos veremos obligados a conceder que es normal escuchar música con altavoces en el medio de una multitud, es normal no hacer que los niños no molesten, es normal hablar a gritos, con o sin móvil.

El coche silencioso es una zona donde se suspende la normalidad y, por tanto, no se trata de un intento de re-establecer una normalidad perdida, sino una aceptación (no se sabe si resignada o entusiastica) de la nueva vulgaridad.

Si el ruido y la molestia se hubieran reconocido como una situación fuera de la normal convivencia civil, lo lógico habría sido crear no un coche silencioso, sino un coche ruidoso, donde se suspende la normalidad y se permite el ruido. En este caso tampoco habríamos tenido que asistir al espectáculo penoso de Renfe que declara con orgullo que los billetes del coche silencioso tendrán el mismo precio que los demás, como si querer una convivencia civil fuera un privilegio y no una aspiración legítima.

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