Tuesday 16 October 2012

Como Einstein se quedó sin sexenios

Una manera importante con que el sistema universitario español premia el trabajo de los investigadores es a través de los llamados "sexénios de investigación". Prácticamente, cada periodo de seis años de actividad investigadora es evaluado, puntuado, y según los puntos que se han recibido, la universidad nos concede un pequeño aumento de sueldo.

A primera vista parece una idea excelente: la universidad quiere fomentar la investigación, y en nuestra sociedad en que el prestigio social proviene sólo del dinero, un aumento de sueldo es una buena manera de premiar quien hace bien la actividad que se quiere fomentar. Sería fenomenal vivir en una sociedad que asociara el respeto a la cultura, pero no es así, y mientras que vivimos en esta sociedad, los sexénios son un buen método de recompensa, y un buen método para animar a los universitarios en hacer una mejor investigación.

Se trata de un método tan lógico que el Ministerio, evidentemente, no podía implementarlo sin introducir alguna chapuza burocrática, sin someterlo a su forma peculiar de surrealismo burocrático.

 La ciencia se ha definido, desde su principio, por el método peer review, es decir, el método en que un investigador es juzgado por sus pares: por otros investigadores que trabajan en su mismo campo. Lo lógico, por tanto, sería enviar el nombre de un investigador que trabaja, que sé, en visión por ordenador a Alex Pentland del MIT, a Sergie Belongie de UCSD, o a uno de los miles de investigadores que se ocupan de los mismos asuntos y pedirle un juicio sobre el trabajo se los seis años que se están evaluando. El Ministerio, por supuesto, ha decidido de otra manera. La evaluación la hace gente que no ha publicado absolutamente nada en el campo que van a juzgar. ¿Como juzga? Pues, a través de una tabla que asigna un "peso" a revistas y congresos. Las consecuencias son las de siempre: no se premia a quien hace un trabajo de calidad, sino a quien conoce mejor las idiosincrasias del ministerio, y trabaja en una manera "ministerialmente correcta".

Un buen ejemplo, en el campo de la informática, es la valuación de las publicaciones en congresos. Los caminos misteriosos del Ministerios han hecho sí que ciertas publicaciones, las publicadas por la editorial Springer Verlag en su series Lecture Notes on Computer Science, den muchos puntos, muchos más que las publicaciones en otros congresos. Pero, al mismo tiempo, a nivel internacional, los congresos de más prestigio son los organizados por las asociaciones ACM (Association for Computing Machinery) e IEEE (Institute of Electrical and Electronic Engineers). Estas asociaciones poseen sus propias editoriales, y publican sus propias actas. Por tanto, las publicaciones en los congresos de gran prestigio (publicadas por ACM e IEEE) valen menos, en los ojos del Ministerio, que las publicaciones de segunda, publicadas por Springer. Para los sexenios, se puntúa más un notable que una matricula de honor. Quien sabe como maniobrar el ministerio consigue más puntuación de los que simplemente hacen investigación de alta calidad.

Otro ejemplo curioso, y muy típico de la absurdidad burocrática en que nos encontramos a operar, es el hecho que, para conseguir la puntuación no es suficiente hacer buena investigación: es necesario demostrar que, durante los seis años, el investigador trabajaba en una organización que, institucionalmente, hace investigación. Se trata de una cuestión curiosa en cuanto la calidad de la investigación se mide con los resultados publicados en revistas y congresos peer reviewed, y no depende de donde una persona trabajaba cuando ha conseguido estos resultados.

En 1905, Albert Einstein publicó en la revista Annalen der Physik cuatro artículos que empezaron la revolución de la física del siglo XX: uno sobre el movimiento browniano, uno sobre el efecto fotoeléctrico, y dos sobre la teoría de la relatividad. Tal fue el impacto de estos artículos que los históricos de la ciencia hablan de 1905 como de un annus mirabilis, comparable sólo al 1666, año en que Newton, en aislamiento forzado por la epidemia de peste en Londres explicó la naturaleza de la luz, descubrió la ley de gravitación universal, y creó el cálculo infinitesimal. Ahora bien, en 1905, Einstein trabajaba como examinador en la oficina de patentes de Berna, una organización que no hacía investigación. Los cuatro artículos cambiaron el rumbo de la física pero el Ministerio no habría reconocido a Einstein ni un sexenio.

Como siempre, nuestra amada burocracia empieza con la intención declarada de medir una cosa y acaba midiendo otra. Por alguna extraña razón, el principio muy sencillo que si se quiere premiar A hay que medir A todavía se le escapa a nuestra administración. Al final, la burocracia ministerial mide siempre y sólo una cosa: la conformidad con la burocracia ministerial.

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