Thursday 5 December 2013

Campus de excelencia internacional (a certificaión nacional)

El "Don Quijote" es una obra única en la historia de la literatura. Se trata no sólo de la primera novela en sentido moderno, anticipando en más de un siglo el birth of the novel inglés, sino también de una de las obras clave para entender la modernidad, el poder y la soledad del hombre moderno puesto frente a un mundo que finalmente está en sus manos, en que él es el único actor, donde no espera, así como lo hacía en la edad media, que Dios le resolviera y le revelara el sentido de la vida. La muerte de Dios, que Nietzsche anunciará 250 años más tarde, empieza aquí.

Todo el Quijote es una declaración de problematicidad de la relación entre realidad y ficción, y el primer ejemplo el lector lo encuentra en las primeras páginas de la novela, allí donde se trata de dar un nombre al protagonista. Es el mismo protagonista que se pone nombre: "en este pensamiento duró ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote." Tenemos la sensación de que algo no marcha: el personaje de una novela no puede ir contándonos como se llama, no puede decidir él mismo su propio nombre. Por mucho que él nos cuente, sabemos que en realidad se llama Alonso Quijano. Pero, un momento... ¿en realidad? ¿en que realidad? El hidalgo Quijano es también un personaje, y no es más real que Don Quijote. ¿O sí? ¿Es Don Quijote, por ser irreal incluso en la novela, menos real que Quijano? ¿Es el siglo XVII de Quijano más real que el siglo XII de Don Quijote? Cervantes (¿real? ¿es real Cervantes? Ya nos hemos perdido) nos complica aún más las cosas diciendo que incluso sobre el nombre Quijano hay discordancia en las "fuentes":

Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada o Quesada, que en esto hay alguna diferencia entre los autores que deste caso escriben, aunque por conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba Quejana.

Pero aquí también nos encontramos frente a un espejismo: los autores que debaten sobre el "verdadero" nombre de Don Quijote no son más reales que él.

Cuando Alonso Quijano se autoproclama el caballero andante Don Quijote, entendemos que nos encontramos frente a un desdoblamiento de la realidad: crearse un nombre por uno mismo supone crear una realidad ficticia. Nuestro nombre verdadero es, siempre, el nombre que nos ponen los demás, nunca él que nos ponemos nosotros (por esto no encontramos nada extraño cuando Sancho nombra a Don Quijote el Caballero de la Triste Figura).

Estas observaciones sobre los distintos niveles de realidad en la modernidad no son, lo confieso, muy originales. Se han hecho muchas veces, hasta llegar, ya en la postmodernidad, a afirmaciones lapidarias como "la guerra del golfo no tuvo lugar" (Baudrillard) o irónicas como que la falsa Main Street, America de Disneyland existe para que la gente crea que Los Angeles es real (Eco).

Pero me acuerdo de estas consideraciones cada mañana cuando, llegando a la universidad, veo en la fachada del edificio del departamento carteles proclamando que la UAM es "Campus de excelencia internacional". Se trata de un reconocimiento internacional muy peculiar, en cuanto lo ha otorgado el Ministerio español a universidades españolas. Ningún organismo internacional ha participado en la decisión, ninguna universidad de otros países ha sido candidata.

El mundo del deporte hace ironía sobre la World Series del baseball americano: los americanos añaden un par de equipos canadienses a la liga nacional y así crean la World series. La universidad española los ha superado: no hemos necesitado ni siquiera un par de universidades portuguesas para proclamar la excelencia internacional.

Esta excelencia autoproclamada suena tan false como el título de Don Quijote y por el mismo motivo: con una autoproclamación no se consigue un título, se crea una realidad alternativa, esquizofrénica, en que este título existe. La verdadera excelencia internacional no es la que nos damos nosotros, sino la que se reconoce internacionalmente y, así como "en realidad" Don Quijote era el pobre hidalgo Alonso Quijano, así en realidad la universidad española no tiene ningún campus entre los primeros 200 del mundo (y sólo 3 entre el 200 y el 300), y su calidad va cayendo en picado.

Pero hay otro nivel de realidad: el nuestro, el en que ni siquiera Alonso Quijano es real, en que, a pesar de Disneyland, no conseguimos considerar Los Angeles como completamente real.

Los Campus de excelencia son la Disneyland de la universidad española: nos quieren convencer que una universidad todavía existe mientras que, desde por lo menos la implantación de la reforma de Bolonia, la universidad libre ha desaparecido.

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