Tuesday 13 November 2007

Policía y racismo

Es obvio para cualquiera que lea un periódico que la intolerancia y la violencia racista se están difundiendo de manera preocupante en España. Es una consecuencia embarazosa de la inmigración: es muy fácil ser tolerantes y condenar al racismo cuando no hay extranjeros. Más difícil es la praxis de estos buenos principios en una situación de diversidad racial y cultural.
La violencia racista es siempre condenable, pero lo es doblemente en el caso en que el agresor sea un agente de policía, como en el case reciente del adolescente de Vallecas, supuestamente golpeado y insultado por un agente.

Los agentes de policía tienen una posición peculiar en la sociedad. Por un lado, su trabajo les obliga a frecuentar criminales y gente de comportamiento no muy urbano; el tipo de gente que un ciudadano "normal" prefiere evitar. Por otro lado, los ciudadanos les entregamos a los agentes un poder considerable sobre nuestras personas, y nos privamos de casi todo derecho de defensa inmediata frente a sus actuaciones. Este poder es necesario por el trabajo de la policía, pero el poder siempre debe ir acompañado de la relativa responsabilidad.

Los peligros del trabajo de un policía han generado medidas legales, muy razonables, que consideran como circunstancia agravante de un crimen el hecho que la víctima sea un agente.
El poder que entregamos a la policía hace necesaria la medida simétrica: un crimen es más grave si el agresor es un agente de policía. La gravedad propia del crimen se aumenta por la traición a la confianza de los ciudadanos y de la ley que regula los poderes policiales, y por la odiosidad de un crimen cometido en contra de una persona que, por ley, ve drásticamente reducida su posibilidad de defensa personal en el momento de la agresión. Un crimen xenófobo cometido por un policía es aún más odioso porque la misión de la policía es aplicar la ley a toda persona sin discriminación.

Un agente es, primero, un ciudadano, y goza de todos los derechos legales de cualquier ciudadano, empezando por la presunción de inocencia. Al policía supuesto agresor de Vallecas se le debe dar todo derecho de defensa y, al ser proclamado inocente, el derecho de seguir su vida y su trabajo sin ninguna mancha en su honradez.
Pero, si fuese juzgado culpable de un crimen tan odioso, el castigo tendría que ser ejemplar: hasta más del castigo del imbécil que agredió una Ecuatoriana en un tren en Cataluña. Esto no es a pesar de ser policía, sino por ser policía.

Nosotros, los que le han entregado el poder de detenernos, de pararnos en la calle y de usar la violencia si necesario, lo exigimos.

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