Una de las
consecuencias de la pandemia y del aislamiento (que yo intento mantener incluso
ahora) es que últimamente he visto varios telediarios, cosa que no hacía desde
hace tiempo (confieso: soy persona de palabra escrita). No recordaba la
francamente baja calidad periodística que muchos de ellos exhiben. No creo que
la culpa la tengan los periodistas que, en muchos casos, parecen ser excelentes
profesionales. Más bien, parece que las características del medio televisivo,
de la mercantilización de la información y, en general, de la época en que
vivimos hayan conjurado esta bajada de calidad.
Vivimos en una
época de emociones, más que de razón. La gente responde a menudo a los estímulos
a un nivel muy "de tripa", emocional, sin conseguir destacarse de los
eventos para juzgarlo a la fría luz de la razón. Quizás las cosas siempre han
sido así (las emociones habitan una zona del cerebro mucho más profunda y
primitiva que la razón), pero en las últimas décadas las posibilidades de
manipular las emociones se han multiplicado, así como se ha acentuado la
concentración del poder informativo. Dado que es mucho más fácil manipular las
emociones que la razón, una época de emociones es ideal para quien controla los
medios de información.
El ejemplo de
la publicidad como medio emocional y no racional es obvio, pero podemos ver
también el éxito de la atención a las emociones en las diferentes estrategia de
los bloques en la guerra fría. Los dos bloques se han mantenido esencialmente
manipulando las emociones de los ciudadanos pero, mientras el bloque soviético
no ha conseguido, hasta los años '80, quitarse del todo del medio la propaganda
estalinista y se ha basado esencialmente en la manipulación del miedo, el
bloque occidental (aprendiendo de la publicidad) ha conseguido manipular con
éxito un rango mucho más amplio de emociones.
La televisión
hoy es un medio de imágenes, y a las imágenes se le da mejor evocar emociones
que presentar silogismos. Claramente la televisión siempre ha sido un medio de
imágenes, a pesar de algunos experimentos alternativos en los primeros días de
los telediarios. Por ejemplo, a principio de los años '50, en los primeros años
de la televisión, la cadena americana CBS experimentó con un telediario en que
la pantalla era completamente negra y sólo se oía la voz del anunciador. La
idea era que ver la persona que hablaba sólo distraía sin añadir nada a la
noticia. Los telediarios modernos nacieron, podríamos decir, con el asesinato
de Kennedy, evento mediático mundial grabado casi en directo (casi: el famoso
film de Zapruder sólo aparecería unos años más tarde) y contado por imágenes.
Si los
telediarios llevan 60 años contando las noticias con imágenes, es cierto que es
principalmente en los últimos años, con la proliferación de los medios de
grabación, la presencia capilares de teléfonos móviles y el desarrollo de la
red que permite su transmisión instantánea que las imágenes han conseguido un
dominio completo de los telediarios. Esto ha reducido la importancia del habla
y, al fin y al cabo, del razonamiento en los telediarios. Las imágenes y las
emociones han en buena parte remplazado la palabra y la razón.
Hoy en día
podemos ver varios fenómenos relacionados con este cambio de la razón a la
emoción.
Podemos por
ejemplo constatar el cambio de tono en la manera de hablar de los periodistas.
Los tonos calmos han casi desaparecido, e incluso la noticia más banal o inútil
viene comunicada con un tono rápido y concitado. Hasta el resultado del
concurso de la petunia más blanca viene comunicado con el mismo tono de un
periodista que habla desde el bombardeo de Beirut.
También la
localización de los reporteros es interesante, generando el fenómeno que llamo
del "reportero en el aparcamiento". El reportero da su noticia desde
una localidad más o menos cercana al evento, incluso si esto no añade nada al
valor de la noticia. La noticia del atraco a un banco se da desde el
aparcamiento del banco, incluso si ya hace horas que allí no hay nadie, o si
las noticias sobre la Casa Blanca se dan desde una calle de New York y las de
Novosibirsk desde una calle de Moscú. Las noticias tendrían el mismo valor si
el periodista estuviera cómodamente sentado en un estudio televisivo pero
evidentemente las cadenas han decidido que estar en la calle comunica un plus
de urgencia y cercanía a la noticia del todo emocional. Las consecuencias las
pagan, principalmente, los pobres reporteros que tienen que dar noticias sobre
tormentas, nevadas o lluvias torrenciales.
Otra costumbre
muy común es la de complementar las noticia con las palabras de la "gente
de la calle": vecinos de donde ha pasado algo, familia de alguien o
simplemente personas que pasaban por allí. Especialmente cotizadas las señoras
de mediana edad que se echan a llorar (los hombres no: el machismo español no
soportaría la visión de un hombre que llora, a menos que no se trate de una
muerte en familia, en cual caso denota un alma sensible). Se trata de
apariciones que, con las debidas excepciones, no tienen ningún valor
informativo, pero contribuyen a crear un aura emocional alrededor de las
noticias.
Las imágenes
tienen, sin duda, el papel protagonista, y si no hay imágenes se usa lo que se
tiene que tenga, más o menos, una relación con la noticia de que se habla. En
casos extremos, se repite una y otra vez la misma imagen grabada com un móvil,
así que podamos ver veinte veces seguidas como la misma ola arrastra el mismo
coche, completo de voz fuera de campo "Joé mirá como se lo va a llevá".
Aquí me permito un consejo a los aspirantes reporteros armados de móvil: si
queréis enviar el video de algo a un telediario, por favor, grabad con el móvil
en posición horizontal. La pantalla de la televisión tiene orientación
horizontal, y los vídeos grabados en vertical no encajan bien, obligando a la
estación a crear esos horribles rellenos hecho con repeticiones magnificadas y
borrosas del vídeo. Señores, por favor: grabad en horizontal. Es igual de
fácil.
Si añadimos a
todo esto el tiempo, cada vez más grane que los telediarios dedican a noticias
"blandas", de "sociedad", a cosas tan interesantes como el
concurso de petunias o al deporte, la imagen que ne derivamos no es de las más
alentadoras.
No es difícil
notar ciertas coincidencias entre estas costumbres y el discurso de la derecha
populista. Hay, por ejemplo, una relación entre el "reportero en el
aparcamiento" y la desconfianza populista en las instituciones
representativas. El reportero, de alguna manera, es nuestro representante en el
lugar de la noticia, que la observa y la interpreta para nosotros. La necesidad
de verlo en ese lugar cuando esto no tiene ningún valor informativo, es un
reflejo de cierta desconfianza: queremos asegurarnos que el reportero ha visto
de verdad lo que dice haber visto, y no nos está engañando.
Lo mismo vale
para las imágenes a menudo inútiles desde un punto de vista informativo. Nos
dan la ilusión que estamos asistiendo en directo a los acontecimientos, que los
podemos observar y juzgar sin mediación. Ilusión, claramente: el hecho mismo de
grabar un vídeo, de apuntar la cámara en una dirección y no en otra, el hecho
de editar un vídeo, decidiendo lo que se va a ver y lo que no, todo esto
constituye una mediación. Es además una mediación subrepticia, escondida y por
tanto más peligrosa: estamos convencido de haber observado la realidad mientras
lo que estamos observando es un relato, tan mediado como el relato que el
reportero nos hace en palabra. Así, por ejemplo, estamos convencido que una
manifestación ha sido violenta porque lo hemos observado "con nuestros
propios ojos" en un vídeo, sin darnos cuenta que el vídeo ha recortado
diez minutos de disturbios provocados por veinte personas y ha ignorado las dos
horas de manifestación tranquila de 100.000 personas.
Las entrevistas
al "hombre de la calle" también es un reflejo de la desconfianza
hacia la autoridad típica del discurso populista (desconfianza que en la
derecha se une, de manera contradictoria, al respeto al "jefe" que se
ve como algo diferente de la anónima "autoridad"). Esto corresponde
también a una técnica muy usada por el populismo: usar un ejemplo
(cuidadosamente elegido) como arquetipo. Se trata de un caso extremo de la
falacia de la inducción que yo llamo la "demostración por tía Trini"
("A mi tía Trini no le han pagado los ERTEs, por tanto a nadie en España
le pagan los ERTEs").
Finalmente, el
tono concitado de los periodista nos recuerda mucho el tono "gritado"
de mucho populismo de derechas donde, incluso en sedes institucionales como el
parlamento o en ruedas de prensa no es tan importante lo que se dice (a menudo
se dice muy poco) sino con que volumen se dice. El volumen del habla ha
remplazado la solidez de los argumentos; del logos hemos pasado al phonos.
Con esto no
quiero decir que los telediarios están al servicio del populismo de derechas.
Encontramos los mismos defectos en programas periodísticos que se definen de
izquierdas (en España un ejemplo típico es el insoportable "Al Rojo
Vivo", con cuyas posiciones me encuentro a menudo de acuerdo pero que
insulta todos los principios periodísticos en que creo). Los telediarios han
evolucionado en esta dirección bajo la presión del mercado desde el comienzo de
las televisiones privadas. Pero parece claro que esta manera de reportar las
noticias ha generado un caldo de cultivo en que el discurso populista se ha
podido propagar. Algo que, si uno lo piensa bien, a los mercados no les viene
nada mal.
Walter Cronkite
dijo de su profesión: "no debemos contar a la gente lo que quieren saber,
debemos contarles lo que necesitan saber". Si aplicamos este principio a
muchos de nuestros telediarios, lo que la gente necesita saber es muy poco de
noticia, casi nada de análisis racional, y mucho como hacerse manipular a
través de las emociones.