Monday, 29 June 2020

La sigla LGBTQ: ¿identidad o encasillamiento?

Quiero aclarar que mi apoyo al movimiento LGTBQ (o LGTBI, como es más común llamarlo en España) es absoluto como, en general, mi apoyo a las reivindicaciones de todos los que están marginados por la sociedad en que vivimos. Que alguien tenga que sufrir consecuencias sociales de cualquier tipo por un algo tan personal como la sexualidad, que alguien tenga que ser considerado diferente por el sexo de las personas con quien quiere acostarse o por cómo vive su género (que, recordemos, es una construcción cultural), me parece absurdo, indigno de una sociedad moderna.

Que tanta gente en tantos países proclame defender la libertad y no sea capaz de reconocer a las personas una libertad tan básica como decidir con quien se quieren casar me parece una contradicción tan clara que, tras 250 años de discursos sobre la libertad, debería haber desaparecido.

Pero confieso que no soy un gran amante de la sigla LGBTQ: me parece constituir un paso atrás. Tras haber luchado para deconstruir la imposición de la dicotomía de género (“Los niños tienen pene. Las niñas tienen vulva”: tienes que entrar en una de estas dos categorías de géneros y punto) me parece que el acrónimo representa otro tentativo de etiquetar lo no-etiquetable, de atrapar el mar con una red.

Tras intentar (con éxito creciente) de salir de un etiquetado que los oprimía, me parece que el colectivo está intentando ponerse más etiquetas. Se trata de un paso adelante, cierto: estas etiquetas son auto-impuestas, y no impuestas desde fuera. Se trata de un etiquetado que revela, por lo menos en la versión inglés, cierta ironía: el uso del insulto “queer” como auto-identificación se parece un poco al uso del insulto “nigger” que usan los negros de América para identificarse.

Pero siempre de etiquetas se trata. Y el hecho que se añadan cada vez más letras a la sigla es una señal de la imposibilidad de capturar la infinita variedad de la sexualidad humana en una serie de etiquetas. Pronto tendremos una sigla con diez, veinte letras, y todavía estaremos lejos de haber capturado lo inefable que queremos capturar.

Quizás juegue en esto también mi antipatía generalizada para los acrónimos y las siglas (he trabajado en informática, y ya he tenido bastante de las dos cosas---hasta publiqué un artículo sobre el tema), mi amor para la etimología y para las palabras bien construidas, con una historia y un significado. Puede ser. Pero tengo la impresión que el colectivo LGTBQ (por el momento no tengo otra manera de identificarlo) conseguirá salir definitivamente de la jaula de la sexualidad impuesta sólo cuando aceptará la innumerable variedad de las experiencias sexuales y dejará de intentar clasificarlas y encasillarlas.

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