Saturday, 13 June 2020

Memorias de un confinamiento

El largo confinamiento de que, lentamente, estamos saliendo, ha sido una experiencia socialmente traumática y para muchos una prueba muy dura a nivel personal. No se puede francamente decir que es algo que echaremos de menos. Desde el día 15 hemos vivido esperando una vuelta a la normalidad (incluso una normalidad calificada con el adjetivo "nueva"), nos hemos quedado como suspendidos en una situación peculiar que nos descolocaba y nos obligaba a cambiar radicalmente nuestros hábitos de vida.

Sin embargo, y a pesar de todo, ahora que, casi, puedo mirar a los días del confinamiento como algo en el pasado, sí hay cosas que, lo confieso, echo de menos.

Echo de menos la curiosa, casi paradójica cercanía que se había creado entre nosotros. Cuando la noche salíamos a aplaudir a los sanitarios, también nos sentíamos cerca, aplaudíamos también nuestra misma presencia, nos aplaudíamos el uno al otro para animarnos. La gente, mientras aplaudía, se saludaba desde las ventanas, contentos de ver que seguíamos allí, que aguantábamos juntos.

Echo de menos el significado que tenía encontrar a una persona en la calle cuando, por ejemplo, íbamos de compras. Los demás en la calle siempre an sido un encuentro indiferente, si no una molestia. Ahora nos encontrábamos con un compañero, su presencia era una señal, pequeña pero importante, que la vida seguía, que los demás seguían estando allí.

Echo de menos la solidaridad que se había creado, los vecinos que ayudan a los vecinos, los vecinos que dejan en el portal su número de teléfono por si alguien necesita ayuda para hacer la compra. (No echo de menos los que colgaban carteles pidiendo a los sanitarios o a los dependientes de supermercado ir a vivir a otro lado: insolidarios hay en todas circunstancias).

Echo de menos reconocer la importancia del trabajo y de quien lo hace. No hablo sólo de sanitarios (he acompañado a un familiar al hospital por algo no relacionado con el virus a mirad de Abril y durante sus tres días de estancia mi respeto y admiración para los sanitarios se ha multiplicado por mil), sino de todos los que han trabajado para que nosotros pudiéramos quedarnos seguros en casa. Cada vez que veía un policía en la calle, o alguien limpiando la escalera del edificio, cada vez que iba al supermercado y alguien me atendía, me daba cuenta de cuanto el trabajo de los demás, a menudo obscuro, es importante para que pueda seguir con mi vida. Y, a veces silenciosamente, a veces explicitamente, agradecía a estas personas anónimas que estaban trabajando, corriendo un riesgo para que yo pudiera vivir, sentarme a mi mesa, estar seguro.

Echo de menos el silencio.

No nos equivoquemos: no hecho de menos que policías trabajadores o cajeros de supermercados se jugaran la piel trabajando. No echo de menos que el personal sanitario estuviera desbordado, no echo de menos que la gente no pudiera salir de casa. Pero me gustaría poder atrapar y quedarme con los sentimientos hacia la gente que estas circunstancias me han creado, quiero poder seguir considerando la gente como algo precioso, quiero mantener ese movimiento de alegría y emoción cuando encuentro alguien en la calle, quiero mantener mi agradecimiento hacia todos los que con su trabajo hacen que mi vida sea mejor.

No va a ser fácil. Ya las cosas han cambiado. A medida que vuelve la normalidad, la gente se va desdibujando, los transeúntes vuelven a ser meras sombras en la calle, los trabajadores meros automatismos con que nos relacionamos de prisa y sin gana. A medida que nuestro horizonte físico se agranda, nuestro horizonte social se empequeñece, quedando reducido a nuestra familia, a un puñado de amigos y poco más, El mundo pierde importancia, se vuelve anodino y asumido. Como escribía Georges Brassens en su canción Les Passantes

Pour peu que le bonheur survienne
il est rare que l'on souvienne
des épisodes du chemin

Volvemos a nuestra vida habitual y nos olvidamos lo que hemos aprendido: la solidaridad, la cercanía, el reconocer cada uno la importancia que los otros tienen en nuestra vida. Podíamos haber sacado algo bueno de esta mala experiencia, pero no parece que lo vayamos a hacer.

No podía durar. No ha durado.

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