Monday, 29 March 2021

El suicidio arquitectónico de Madrid

Tras dos años de trabajos, la reforma de la estación de tribunal en Madrid ha llegado a su conclusión. Se trata de una reforma importante y necesaria para mejorar las instalaciones y permitir el acceso a las personas con movilidad reducida. Pero se trata también de una ocasión perdida: es una pena que, en lugar de recuperar y valorizar las baldosas blancas típicas de las estaciones de metro de Madrid, la reforma las ha eliminado y remplazado con anónimas planchas de metal que eliminan la "personalidad" de la estación y que en unos veinte años ya habrán envejecido. Si no se quería recuperar el aspecto original de la estación, había otras soluciones que permitían mantener su unicidad. Se podía, así como se hace por ejemplo en Paris, encomendar el diseño de su aspecto a un artista (en Paris distintas estaciones han sido decoradas por diferentes artistas, con un muy buen resultado). Pero no: como demasiadas veces sucede en la historia reciente de Madrid, se ha preferido la uniformidad anodina y la baja calidad a la unicidad y la duración.

 La falta de respeto para la historia del Metro puede parecer un asunto menor (y, en muchos sentido, lo es), pero es el epitome de la falta de respeto de Madrid hacia sigo misma.

 Madrid es una ciudad que, sobre todo en los años '60, '70 y '80 del Siglo pasado ha trabajado muy duro en destruirse. Desde el derrumbe de palacios (El Palacio del Duque de Uceda en la Plaza de Colon es un ejemplo) hasta la destrucción de entero viejos barrios (el viejo barrio de Argüelles con la Iglesia del Buen Suceso para la construcción del bloque del Corte Inglés de la Calle Princesa), Madrid ha destruido su historia en aras de horrores arquitectónicos. Ha sido constantemente incapaz de mantener y reformar lo que tenía. Incluso las pocas normas que tiene, por ejemplo la que impone mantener las fachadas en obras de reforma, han sido tomado poco en serio: es suficiente ver las critica que recibió la alcaldesa Carmena cuando aplicó esta norma a la protección del edificio España de la Plaza de España.

Incluso cuando se reforma, parece que Madrid no se respete. Todas las reformas y las peatonalizaciones en el centro de Madrid de los últimos 15 años se han hecho con la misma piedra: una piedra gris, débil y porosa. El gris de la piedra da a la ciudad su aspecto triste, la porosidad hace que la suciedad entre en poco tiempo en la piedra, dando a la ciudad un aspecto sucio, la debilidad hace que las baldosas se rompan o se desplacen en pocos años, dando a la ciudad un aspecto descuidado. Es suficiente pasar por las calles de Chueca, reformada hace menos de tres años, para ver piedras rotas y ya empapadas de suciedad y del aceite de los coches. Lo mismo en la Calle Fuencarral, en Callao, en Malasaña. Una cosa parece olvidársele casi siempre a nuestros arquitectos: las calles peatonales, por la mañana, están abiertas a las furgonetas de reparto, y es necesario diseñarla para que aguanten el peso y las maniobras de estas furgonetas: las baldosas grandes y débiles se rompen y se desplazan en pocos meses, sobre todo si reposan en una base no muy bien hecha. Y no hace falta viajar a países exóticos para ver un ejemplo de reforma bien hecha: es suficiente darse un paseo por el centro, bien reformado, de Málaga.

Las furgonetas y sus conductores, hay que admitirlo, tampoco ayudan. A los conductores no parece importarle mucho preservar y cuidar la ciudad en que viven. Las furgonetas arrasan sin piedad bolardos, doblan farolas, destruyen las estructuras alrededor de los árboles y, a veces, los mismos árboles. En la Calle Carretas o en Fuencarral buena parte de las decoraciones de metal alrededor de los árboles están destrozadas por conductores descuidados. Los madrileños de "a pié" tampoco cuidan a su ciudad, llenándola de suciedad (un ejemplo: los japoneses fuman tanto como los españoles, pero por las calles de Tokio o de Osaka no se ve una colilla; Madrid está lleno de ellas).


Tampoco las paredes se salvan, atacadas por todos lados. Por un lado, tenemos los grafiteros, estas personas que se definen a si mismas "artistas urbanos" pero que a menudo no van más allá del narcisismo de escribir su propio nombre. Duchamp quizás habría sabido dar un sentido a la idea de una firma sin cuadro (en oposición al cuadro anónimo, sin firma), pero consideraciones de este tipo parecen estar por encima de las consideraciones de nuestros grafiteros. Lo peor es que, así como el barro después de una inundación, lo cubren todo. Alguien, especialmente inculto y destructor, ha llegado a destrozar el trompe l'oeil de la Calle Montera que, si no era una obra maestra de la pintura, daba sin duda a la calle cierto carácter. Más, sin duda, que el vulgar nombre del grafitero, que es lo que tenemos ahora.

Al otro lado, tenemos la publicidad en los andamios, forma de grafitos legal pero igualmente vulgar y molesta. Mientras en Roma o Paris los andamios se cubren con una foto del edificio para limitar su impacto estético, en Madrid se cubren con publicidades cada vez más grandes y ordinarios.

Las tiendas y los negocios, que tanta parte tienen en dar personalidad a una ciudad, no consiguen cumplir esta función en Madrid. Al contrario de ciudades como san Francisco, que limitan drásticamente por ley la presencia de cadenas y franquicias en su centro, dejando espacio a las actividades sociales, Madrid parece trabajar en contra de ellos, facilitando la llegada de grandes cadenas que diluyen su personalidad y transforman calles como la Gran Vía en poco más de un centro comercial a cielo abierto. Caso todas las viejas tiendas con fachadas de hierro forjado o madera, que so su unicidad daban un toque a los viejos barrios de Madrid, han desaparecido, remplazadas por la ordinariez de las "imágenes corporativas" de las empresas, un fenómeno que ya había observado hace unos años.

Por alguna razón que no tengo del todo clara (incultura, puede ser), los madrileños no aman y no respetan a su ciudad, una ciudad que destruye constantemente su historia, que parece trabajar activamente en destruir su personalidad. Una especie de Las Vegas local, y quizás no es casualidad que justo aquí se quería construir esa monstruosidad que era Eurovegas. Pero una Las Vegas triste, una Las Vegas gris y sucia. Una pseudo Las Vegas sin la alegría de ser hortera y la alocada experimentación que caracteriza la ciudad de Nevada.

 Concluyo con una previsión: se está reformando la estación de Metro de Sol, otra reforma útil y necesaria. La estación, en sus orígenes, tenía una marquesina Art Deco que se eliminó para dejar espacio a una intersección entre la Gran Vía y la Calle Montera que, en ese momento, estaba abierta a los coches. Ahora que la Calle Montera se ha peatonalizado, se podría reconstruir la marquesina como señal de identidad del Metro (un poco como las entradas Art Deco de las estaciones de Metro de Paris). Apuesto que no se hará, que se pondrá una entrada anónima con un ascensor en un anónimo marco de aluminio. Espero, de todo corazón, perder la apuesta. 


08/06/2021

Me alegra comunicar que he perdido la apuesta con que terminaba mi escrito. LA estación de Metro de Gran Vía no tiene como entrada un marco de aluminio sino una estructura de piedra con una marquesina un poco en el estilo de la vieja entrada. No me gusta del todo: el Metro es una de las cumbres de la segunda revolución industrial (la del Siglo XIX-XX) y una entrada metálica de forja habría sido más apropiada. Además, la piedra gris y porosa tendrá todos los problemas de todas las reformas de Madrid. Lo peor, pero, está en el interior, donde se han repetido los estragos típicos de Madrid: en lugar de recuperar las partes de la vieja estación o, por lo menos, restituir su carácter, se ha preferido ir a un modernismo blando, ordinario, con paneles metálicos, iluminación de tienda de ropa, y una mega pantalla donde Metro de Madrid hace autobombo. Un desastre.

 

 

 

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