Thursday, 19 May 2022

Calentamiento global e negacionismo irracional

 Uno de los consejos de Bertrand Russell para pensar racionalmente es el siguiente: “Si la mayoría de los expertos en un campo tienen una opinión, la opinión opuesta no debería considerarse absolutamente cierta”. Se trata de un criterio muy blando: no impide no estar de acuerdo con los expertos, ni siquiera impide opinar que todos los expertos se pueden equivocar. Sólo dice esto: si casi todos los expertos dicen que A, uno no debería estar absolutamente seguro de que A es falso.

Es un consejo muy razonable y sencillo de seguir y, a pesar de esto, hay asuntos importantes en que mucha gente prefiere ignorarlo. Un caso emblemático (que más importante no podría ser) es el calentamiento global. La evidencia científica sobre el calentamiento y su relación con los gases de efecto invernadero se ha acumulado de manera impresionante a lo largo de las últimas décadas (véase, por ejemplo, Khandekar et al. 2005 o Keller, 2009), pero todavía hay un porcentaje relevante de la población (algunos, lamentablemente, sentados en el parlamento) que niegan el fenómeno. La variedad de los negacionistas es muy grande pero, aproximando un poco, los podemos colocar en unos pocos grupos.

 El primero es el de los “empiristas radicales” o “pseudo-carnapeanos”. Su argumento es sencillo: yo no me he fijado que haga más calor que antes. Ergo: la tierra no se está calentando. No tengo muy claro como estas personas piensan poder detectar un cambio en la temperatura media de todo el planeta de un par de grados simplemente con la sensación térmica. En este grupo están también los positivistas instrumentales, los que afirman que es mentira que tenemos registro de la variación de temperatura a escala geológica en cuanto el termómetro sólo se ha inventado en el Siglo XVII. Evidentemente no han oído hablar nunca de mediciones indirectas con, por ejemplo, muestras de hielo en la Antártida.

El segundo grupo son los estadísticos sin varianza. Estos son los que dicen, esencialmente, que los fenómenos meteorológicos extremos siempre se han dado y, si uno no se quita del medio rápidamente, empezarán a hablar de la gran nevada del año 1958 o por ahí. Estas personas no consideran la diferencia entre la simple constatación de la existencia de fenómenos extremos y su frecuencia. Los fenómenos climáticos extremos han existido siempre, no hay duda, pero en las últimas décadas ha aumentado considerablemente su frecuencia, y este es el verdadero indicador de que hay un cambio en el clima. La falta de comprensión de la diferencia entre fenómenos individuales y características del conjunto de fenómenos los condena a no ver el problema.

 Un tercer grupo lo constituyen los idiogénicos (*). Estos admiten que hay calentamiento global, pero sostienen que no hay suficiente evidencia de su carácter antropogénico. Estas personas sostienen que la naturaleza tiene ciclos de calor y frio y que no podemos hacer nada. Esta posición tendría más valor si muchos evitaran usar como ejemplo las altas temperaturas en la edad media: estas temperaturas se registraron sólo en Europa, así que mencionarlas demuestra no haber entendido la diferencia entre una fase climática local y el calentamiento global. A pesar de esto, el argumento no es del todo baladí: es cierto que lo único que podemos registrar es una correlación entre el aumento de gases emitidos por el hombre y el aumento de las temperaturas. Como estos Humeanos in nuce nos harán observar, correlación no es causalidad. Dos argumentos invalidan este punto de vista.

El primero es que, además de la correlación, tenemos un mecanismo causal (el efecto invernadero) que explica la relación entre los dos. Una correlación apoyada por un mecanismo causal no es una causalidad, pero se le acerca. La secunda es que cuando se toma este tipo de decisiones entra en juego también el factor riesgo. Me aclaro con un ejemplo.

Jugamos un juego: cada uno de nosotros escribe en un papel un número de 1 a 10 y luego los comparamos. Si son iguales gano yo, si no gana usted. Si nos jugamos una cifra fija (100 Euros, por ejemplo), para usted es una ganga, dado que gana nueve veces de cada diez. Supongamos por otro lado que la apuesta cambie: si usted gana, gana los 100 Euros, pero si gano yo, gano todo lo que posee, usted lo pierde todo.

Esta es un poco la apuesta que estamos haciendo con el medioambiente. Sí, es posible en teoría que el calentamiento no sea antropogénico (aún si, vistos los datos, la probabilidad de que sea así es ínfima, mucho menor que el 0.1 de mi juego). Pero si no es antropogénico y lo tratamos como tal todo lo que perdemos es un poco de comodidad. Si lo es y no lo tratamos como tal, lo perdemos todo. ¿Estamos seguros que queremos jugar nuestro futuro y el de las generaciones a venir con este tipo de apuesta?

El último son los conspiranóicos de toda la vida, los que ven en cualquier afirmación que no sigue su punto de vista un complot de fuerzas obscuras y poderosas. En este caso, todos los artículos científicos que demuestran el calentamiento global son falsos, creados por investigadores pagados por los “poderes fácticos”. Normalmente, junto a esto, publican algún que otro artículo (normalmente de calidad científica abismal) que lo niega. Curiosamente, la evidencia sobre el calentamiento global se empezó a acumular en los años ’70 y ’80, cuando los únicos “poderes fácticos” relevantes en el tema eran las empresas se petróleo, carbón, y gas. Dudo que estos “poderes fácticos” pagaran a investigadores para crear pruebas falsas que iban en contra de sus intereses.

También llama la atención que miles de artículos, financiados por cientos de instituciones de decenas de países sean todos falsos, mientras un artículo en contra del cambio climático publicado por un instituto desconocido financiado por Exxon o BP tenga toda su confianza. Ejemplo paradigmático de sesgo de confirmación

Diría que este último grupo tiene tan poco sentido que hay que aplicarle el consejo de Virgilio a Dante

Non ragioniam di lor, ma guarda e pasa

 

Pues, estos son los cuatro grupos que he conseguido identificar. Puede haber otros, pero creo que la mayoría de los negacionistas caen en uno de estos. Si usted es un negacionista, elija su grupo y se una a ellos.


(*) La palabra no existe, pero su etimología sí. Se compone de  ιδιο (privado, particular, separado de lo público) y γεννητικός (productivo), y la he formado sobre el ejemplo de “idiopático”. Se trata de los efectos de formación desconocida.

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