Monday 13 July 2020

La izquierda nacional y los nacionalismos

Las elecciones Gallegas y Vascas de ayer, 12 de Julio de 2020, no han provocado grandes cambios en el área del poder. Más bien al contrario, han reforzado los poderes existentes: el PP en Galicia, con la mayoría absoluta de Feijoo, y el PNV en Euskadi, donde será posible repetir el actual gobierno.

Donde sí ha habido cambios importantes es en la izquierda. La izquierda, en general, no ha perdido fuerza, pero sí ha habido un trasvaso casi totales de votos desde Podemos (desaparecido en Galicia, muy debilitado en Euskadi) a la izquierda del nacionalismo local: los grandes ganadores de estas elecciones han sido sin duda el BNG en Galicia y EH-Bildu en Euskadi, que refuerzan considerablemente su representación parlamentaria.

Existen sin duda responsabilidades de Podemos que ha gestionado muy mal la campaña y la elección de las candidaturas. Podemos sigue con divisiones internas importantes, cosa que acelera la desconexión de los grupos locales, en otro ejemplo pernicioso de la división de la izquierda. Se trata de problemas que Podemos tendrá que resolver: tiene unos años de tiempo (esperemos) antes de las próximas elecciones. El tiempo para arreglar los problemas existe, pero no se puede echar a perder. Espero que los dirigentes de Podemos estén a la altura de la situación.

Pero creo que estas indudables responsabilidades del grupo dirigente de Podemos se insertan en un movimiento más general en la izquierda hacia la segmentación territorial. Se trata, a mi manera de ver, preocupante para la izquierda y para la lucha de las clases excluidas en España.

Mi preocupación es que los nacionalismos locales tengan como objetivo simplemente la segmentación de un estado nacional-burgués en más estados nacionales burgueses. Esto sería un error fatal en este momento histórico.

El estado nacional, así como lo conocemos hoy, es una creación de la edad moderna. Inglaterra es en cierta medida una excepción, en cuanto tuvo un estado nacional con características relativamente modernas desde el siglo XV, pero fue sólo después de la revolución de Cromwell y la restauración que sus características se fijaron. Alemania llegó relativamente tarde (la unificación es de la segunda mitad del Siglo XIX) pero ya desde antes el dominio económico y cultural de Prusia era el de un proto-estado nacional. (Vale la pena recordar también que el estado nacional moderno es una creación esencialmente Protestante y que la Iglesia Católica empezó a aceptar la modernidad sólo a finales del Siglo XIX, con la encíclica Rerum Novarum y el estado nacional sólo en 1929 con los Patti Lateranensi.)

El éxito de los estados modernos está relacionado con el éxito de la burguesía y del capitalismo clásico. Por un lado, el estado nacional moderno nace con la consolidación de la burguesía como clase económicamente dominante, con su necesidad de tomar un papel de protagonista en la política, quitándoselo a las monarquías absolutas de tipo post-feudal. El sistema de representación parlamentaria es tan típico del estado moderno que incluso muchas dictaduras han mantenido su aparato formal (vaciándolo, naturalmente, de significado).

El estado nacional nace en una simbiosis con el sistema capitalista. Por un lado proporciona al primer capitalismo un mercado interior protegido (se vea el caso de Inglaterra donde, en el siglo XVII, la exportación de materia prima no trabajada era castigada con la muerte) y por el otro, a través de medios diplomáticos o militares, ayuda las empresas a conseguir materia prima y a exportar productos. La máxima, y más trágica, expresión de esta función de apoyo del estado se encuentra en la época colonial, en que continentes enteros son conquistados para aprovisionar las industrias europeas. El colonialismo es primariamente una historia de abertura de mercado y de control de recursos naturales en que los Estados apoyan al capitalismo y al mismo tiempo lo usan para agrandar sus dominios.

Por otro lado, los ideales del estado burgués, es decir, por lo menos en cierta medida, los ideales de la ilustración, funcionaron como balance frente al economicismo inherente al capitalismo. Las instituciones públicas que se fueron desarrollando, sobre todo desde finales del siglo XIX bajo la presión de las luchas obreras, balancearon de alguna manera los excesos del mercado libre, operando una redistribución de la riqueza que, si bien muy parcial e incompleta, contribuyó a un crecimiento del nivel de vida general. Fue sobre todo en el marco de esta moderación de excesos que se forzó la prohibición de prácticas típicas del primer capitalismo como el trabajo infantil, las semanas de 80 horas, el encierro de trabajadores en las fábricas, etc.

Las relaciones entre capitalismo y estado-nación han cambiado radicalmente con el surgimiento del neoliberismo, sobre todo desde los años '80 del siglo XX. La economía se ha hecho cada vez más internacional y menos dependiente de los estados. Con el final de la guerra fría, ha caído también el vínculo de la industria a la seguridad nacional y a las alianzas políticas de los gobiernos. Las empresas transnacionales han desarrollado un sistema económico internacional que necesita siempre menos a la política del antiguo estado burgués. Las relaciones entre política y economía, entre sociedad y mercado se han invertido. En el capitalismo tradicional el estado recorta un espacio autónomo, sin reglas, donde el mercado se pueda desarrollar, pero lo controla y lo incluye dentro de sus instituciones. Con el neoliberismo el libre mercado ocupa todo este espacio y recorta oasis siempre más reducidos para la acción política.

En muchos países el mercado sigue apoyando la retórica y el aparato formal (ya no la práctica) de la democracia, pero a medida que las empresas internacionales se hacen más fuertes la necesidad del apoyo formal a la democracia representativa se hará cada vez menor. Un indicio preocupante de todo esto es el hecho que el país que más éxito está teniendo en la nueva situación económica no es una de las democracias burgueses tradicionales, sino China. China es el ideal político del nuevo capitalismo, y la manera en que se está maniobrando la crisis de estos años demuestra que esta condición: un estado autoritario, una elite económica poderosa y restringida, una unión de intereses entre política y economía, una clase popular empobrecida, sin derechos y sin estado de bienestar. El capitalismo de libre mercado apoya de manera creciente regímenes autoritarios, no sólo en el llamado “tercer mundo” sino (como se está viendo en esta crisis) también en Europa, donde estos regímenes actual bajo el nom de plume de gobiernos técnicos. No es imposible que, en unas décadas, se acabe la ficción democrática y el poder político pase directamente en mano de las empresas.

El antiguo estado burgués ya no es históricamente actual en la nueva situación económica. No hay duda que en las próximas décadas desaparecerá para dar el paso a nuevas formas políticas. Se superará el estado-nación nacido de la revolución burguesa para crear algo nuevo. Parece claro que en unos 50 o 100 años habrá desaparecido el capitalismo o habrá desaparecido la democracia. La cuestión fundamental por tanto es que tipo de organización surgirá de las cenizas del estado nacional. ¿Una a medida de las empresas, una China mundial, o una nueva forma de política que restituya la prioridad a las necesidades de las personas? ¿Una tecnocracia económica autoritaria, o algo parecido a la democracia radical de Hannah Arendt?

Mi escepticismo sobre el independentismo nace de la poca claridad sobre el tipo de organización política que debería resultar de este proceso. Si el independentismo se propone como una pieza en la transformación del estado-nación en una nueva forma de organización política más democrática, que sepa enfrentarse al dominio del mercado y de la economía, entonces el independentismo recibe todo mi apoyo. Si se trata de dividir un estado-nación burgués en otros estados naciones más pequeños y de la misma naturaleza, entonces se trata de un proceso que terminará otorgando más poder a las fuerzas económicas internacionales y que acelerará la desaparición de la política y de la participación popular en el poder.

La proliferación de pequeños estados-naciones de tipo burgués-representativo llevará simplemente a un fraccionamiento de la representación, a un poder político más débil, que se enfrentará al capital internacional en nombre de grupos más pequeños y con menos fuerza.

Cuando expreso estas opiniones una reacción normal es tacharlas de puro ejercicio teórico. ¿Qué quiero decir con nueva forma política más allá del estado-nación? ¿Cómo funcionará? Pues, no lo sé y, quizás, las cosas funcionarán incluso si no lo sabemos. Cuando la burguesía empezó a tomar el poder y a destruir el antiguo edificio del Estado feudal, en el siglo XVI, no sabía cómo iba a gobernar. Las ideas de representación, de libertad, de derechos humanos, estaban todas por escribir. La burguesía se lanzó, creando el estado-nación sobre la marcha. Marx reconoció la importancia revolucionaria de las ideas que la burguesía había introducido, y quería que la nueva revolución empezara donde la burguesía lo había dejado.

Los partidos de la izquierda nacional (Podemos, IU, etc.) están intentando, cono todas sus ambigüedades, sus errores, y sus limitaciones de formular una nueva visión de país, algo que pueda crear una organización política para los desafíos del Siglo XXI, algo que pueda enfrentar una soberanía popular más fuerte al poder absoluto del mercado.

No está claro si los partidos independentistas de izquierda están por la labor o si se han dejado cegar por la ilusión de un pequeño estado nacional decimonónico donde construir una sociedad más justa. Si el nacionalismo quiere decir reivindicación de las culturas locales defensa de la diversidad lingüística, protección de la multiplicidad cultural frente a la uniformidad del mercado global, si quiere decir defensa de todo esto en vista de su inserción en un contexto político más amplio, entonces el nacionalismo es el bienvenido, y es un tesoro de valor inestimable para la izquierda. Pero creo que los partidos nacionalistas deben aclarar que estructura política quieren poner en marcha, si una unión de diferentes o una segmentación que nos hará más débiles frente al mercado.

En los países de los Balcanes hay una expresión: Yugostalgia, nostalgia de la antigua Yugoslavia, un estado fuerte que controlaba su destino y no había vendido toda su infraestructura esencial a capital extranjero. No caigamos en el mismo error.

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