Monday, 2 March 2020

La memoria bipolar

Hablando de inmigración con personas de las más diversas opiniones, pero especialmente con personas críticas frente al fenómeno, se nota una curiosa actitud frente a nuestra historia pasada. La cosa, simplificando bastante, es más o menos así. Si hablamos de la pobreza que empuja a los inmigrantes a arriesgar su vida en el mediterráneo, la respuesta es "pues, la riqueza que tenemos la han construido nuestros padres con su trabajo. No veo porque ahora deberíamos compartirlas con estas personas". Si hablamos de nuestra historia colonial y poscolonial, y del papel que puede haber jugado en generar el fenómeno migratorio, la opinión es "¡ya basta con esta historia! Esto es algo de hace mucho tiempo. Nosotros no somos responsables de lo que se hizo hace siglos. Ya no nos pueden salir con esta excusa".

Hay, pues, lo que parece una bipolaridad, casi una esquizofrenia frente a nuestra historia y a la herencia que representa para nosotros. Por un lado, consideramos como un derecho recibir la herencia de la riqueza y el bienestar que nuestra historia nos ha dejado pero, por el otro lado, consideramos que no tenemos que asumir como herencia las responsabilidades que puede estar presentes en nuestra historia. Recibimos lo bueno como herencia, pero negaos que lo malo también nos pueda llegar. Lo bueno se recibe, lo malo se olvida y, más importante, pedimos que las víctimas también lo olviden, al mismo tiempo que reconocen nuestro derecho exclusivo a heredar lo bueno. Del papel que ese mal y esas culpa (que no queremos recibir) puedan haber tenido en crear ese bienestar y esa riqueza (que sí queremos recibir), preferimos no hablar.

Este rechazo a asumir la culpabilidad histórica que nos viene de nuestros antepasados es curioso en un país de cultura católica. La mitología católica contiene un ejemplo paradigmático de culpabilidad histórica: el pecado original. Adan y Eva, nuestros antepasados comunes, pecaron y nosotros recibimos en herencia una culpa que se puede eliminar, tras la resurrección de Cristo, sólo son el bautismo. No tenemos ninguna culpa personal en el pecado original, pero estamos inevitablemente manchados por ellos, y sólo la redención de Cristo y nuestra aceptación, con él, de nuestra culpabilidad, nos puede salvar. San Augustín no encontraba ningún problema en admitir que niños recién nacidos, completamente inocentes, pero que murieran antes de ser bautizado, irían al infierno, tanto era el sentido de la herencia de la culpa. Creaciones tardo-medievales como el limbo y el purgatorio mitigaron este juicio, pero no cambiaron el hecho fundamental: somos todos culpables, no por algo que hemos hecho personalmente, sino por algo que nuestros antepasados hicieron.

Toda nuestra cultura está impregnada del problema de la culpa. Edipo se ciega cuando descubre que ha asesinato a su padre y se está acostando con su madre, mitigando así los castigos que su acción provoca a los ciudadanos de Tebe. Edipo no es, en sentido moderno, culpable, en cuanto no tenía la información necesaria para, como dicen los americanos, "tell right from wrong", pero su culpa existe independientemente de sus circunstancias personales, y Edipo no la rechaza, por injusto que esto nos pueda parecer hoy.

El rechazo de la responsabilidad histórica de la tragedia colonial (y al mismo tiempo, la aceptación entusiasta de la herencia de los beneficios que resultaron de esa tragedia) es por tanto no sólo un ejercicio en hipocresía, sino también un rechazo de nuestra historia cultural. Es impresionante cuantas veces los que sostienen defender nuestra cultura y nuestras tradiciones operan de una manera que va en contra de ambas.

El peligro mayor para nuestra cultura no son los inmigrantes de otras culturas: nuestra historia está llena de hibridaciones, y una cultura se forma sobre todo a través del contacto con lo ajeno. El peligro mayor para nuestra cultura deriva quizás justamente de los que, proclamando defenderla, quieren aislarla y bloquearla en una escayola, encerrarla en un ambiente aséptico y aislado donde se reducirá a una representación vacía.

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