Al cabo de unos minutos nos despedimos y, para mi sorpresa, me agradeció muchísimo la con ersación diciendo que hoy en día es muy difícil hablar con la gente, que es casi imposible tener una conversación casual con un desconocido: cuando lo intenta, la reacción natural es el rechazo.
Este señor, cuyo nombre nunca llegaré a conocer, tiene razón: en la sociedad del miedo, de la paranoia y del consumo en que vivimos, si alguien intentara hablar con nosotros en la calle, nuestra primera reacción sería probablemente retraernos y nuestro primer pensamiento sería que se trata de un carterista o de alguien que quiere vendernos algo: lo rechazaríamos, quizás de mala manera.
En la era de las redes sociales, que nos ofrece la ilusión de una multiplicidad de contactos, somos incapaces de algo tan sencillamente humano como intercambiar unas palabras con un desconocido. Las redes sociales han creado una red vastísima de contactos potenciales, pero han dejado una esfera de vacío en el medio, y en el centro de esta esfera estamos nosotros, capaces de enviar un mensaje a China, pero incapaces de comunicarnos con nuestro entorno inmediato. Las redes sociales se han transformado en un laberinto que nos encierra, fuera del mundo real, y del que no conseguimos salir.
Es difícil entender como una innovación que debía ampliar nuestras posibilidades de comunicación haya acabado eliminando la dimensión más abierta y real de la comunicación: hablar con una persona cualquera. Heidegger consideraba que el peligro más grande de la tecnología es su dimensión totalizante, su capacidad de eliminar cualquier otro discurso y cualquier otra forma de relación con el mundo. Esto es lo que nos está pasando, quizás, con la comunicación: en el momento en que empezamos a relacionarnos tecnológicamente con los otros, cualquier forma verdadera de comunicación desaparece.
Heidegger sostiene, citando Hölderin, que allá donde está el peligro, también surge la posibilidad de salvación. En este caso la salvación puede ser tan sencilla como evitar de reducirnos a un simple accesorio del móvil. Tan sencilla como levantar la cabeza de la pantalla, situarnos en el mundo que nos rodea y, de vez en cuando, decir "hola" a un desconocido y hablar un poco del tiempo.
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