El otro día asistí a un pequeño incidente, casi imperceptible, que pero me generó mucha preocupación sobre del futuro de la cohesión social y de la idea misma de comunidad. Sabemos de sobra que el neoliberismo, la sociedad del consumo y la carrera suicida hacia el "privado" están haciendo desaparecer el sentido del "público" y las relaciones sociales, pero no está mal, de vez en cuando, recordar el problema.
Hace algunos días, sobre las 12, los trabajadores del Ministerio de Sanidad de Madrid organizaron una manifestación, y bloquearon el paseo de Recoleto en el sentido de Atocha a Neptuno. Durante el bloqueo se dieron cuenta de que una ambulancia, con las sirenas encendidas, había aparecido, cerca de Atocha, en el carril Bus (el de la derecha), y se encontraba bloqueada por el atasco que la manifestación estaba causando.
Inmediatamente liberaron el carril Bus y empezaron a hacer grandes gestos a los autobuses y los taxi que se habían quedado allí bloqueado para que circularan, liberando así la ambulancia. Pues, en cuanto el tráfico empezó a moverse, varios coches bloqueados en los otros carriles empezaron a invadir el carril Bus, de manera tal que la ambulancia siguió sin poderse mover.
Afortunadamente, cuando los manifestantes se dieron cuenta del problema removieron completamente el bloqueo, todos los carriles se movieron y la ambulancia consiguió salir del atasco.
Ahora bien, me pregunto: ¿que tipo de persona invade un carril Bus bloqueando a una ambulancia con la sirena encendida? ¿Una ambulancia que, se supone, tiene prisa para poder salvar la vida a alguien? ¿Que tipo de persona puede considerar que ahorrar diez minutos vale más que la vida de otro?
El incidente es pequeño, pero me ha dado escalofrío. Las relaciones sociales han llegado a un punto de ruptura. Décadas de sociedad materialista, de sociedad de consumo nos han transformado en islas. Vivimos barricados en casa o en comunidades cerradas, salimos encerrados en nuestros coche, no queremos saber nada de los demás. Lo que no es nuestro, lo que no aparece en el horizonte de nuestro egoísmo, es como si no existiera.
Esta tendencia es evidente incluso en el diseño de nuestro mundo, por ejemplo en la manera en que el diseño de los coches ha cambiado (no me siento de decir "evolucionado"): el capó se ha hecho más altos, las ventanillas más pequeñas. Los coches se parecen cada día más a máquinas de guerra. Ya no son coches sino tanques. Se trata de coches agresivos, dentro de ellos uno se mete como en un tanque, aislado de los demás, preparado par dar batalla.
Wednesday, 25 July 2012
Wednesday, 18 July 2012
La policía, el miedo, y las hostias
Por casualidad, siguiendo
enlace tras enlace y empezando ya no recuerdo de donde, acabo en un foro de
agentes de la UIP (la Unidad de Intervención Policial, más conocidos como los
“antidisturbios”). Alguien, a finales Febrero, había publicado un artículo sobre
las nuevas iniciativas del 15M, y varios agentes y oficiales (incluso un
comisario) lo han comentado. Uno de los comentarios dice:
Yo desde hace dos meses
que entró el Partido Popular en el Gobierno me siento mas fuerte, las hostias
pesan mas y hago mas daño, si, soy mas duro, me ha salido una coraza de acero
en el pecho.
Este comentario me
preocupa, y no creo exagerar diciendo que esta persona no debería ser policía,
mucho menos UIP. En cualquier sociedad civil, la policía tiene un lugar muy
delicado, en cuanto están legitimados al uso de la violencia. Este uso está,
claramente, reglamentado pero en algunos casos (es el caso del UIP), hay amplio
espacio para la discreción del agente. En el medio de una manifestación, con
gente que corre y grita, con gente que se pone violenta y otros que no, no es
fácil reglamentar las actuaciones: la decisión de usar o no medios violentos se
basa sobre todo en el juicio y en el sentido común del agente que se encuentra
allí en ese momento.
Por esto un requisito imprescindible
para ser policía, y máxime para ser UIP debería ser el odio a la violencia.
Odio a la violencia no quiere decir que un policía nunca podrá usar la violencia
(si no, se el derecho al uso legítimo de la violencia que la ciudadanía le
otorga se quedaría vacío). Un policía no violento que se vea agredido, o que
vea a un ciudadano en peligro de agresión usará sin duda la violencia, y este
uso será plenamente legítimo. Pero un policía ideal debería considerar la
violencia como una ultima ratio, incluso como un fracaso: la violencia
policial, por justificada que pueda ser, supone un fallo en la sociedad civil,
sobre todo cuando se emplea en una manifestación. A menos, naturalmente, que no estemos de
acuerdo con un inspector jefe que escribe, en el mismo foro
Es que la policía no está
para ayudar, está para dar miedo, no nos llevemos a engaños.
Entiendo que el trabajo
de la policía es un trabajo duro y poco agradecido. Entiendo que los policías
se encuentren a menudo en situaciones difíciles y peligrosas, que a veces
tienen que tratar con gente a que yo, por suerte, no tengo ni que acercarme.
Entiendo que a veces el uso de la violencia es inevitable. Respeto mucho el
trabajo de los UIP, y reconozco la necesidad de su presencia cuando haya una
manifestación o una concentración. La gran mayoría de ellos son gente honrada
que hace un trabajo difícil y poco pagado.
Pero, de toda manera, me
da un poco de miedo pensar que la persona que escribió el comentario arriba vaya
por la calle con una pistola y una porra.
Thursday, 12 July 2012
Los mineros y las dictaduras
Hace justo 50 años la huelga de los mineros en Asturias
representó la primera grande huelga de la dictadura y, según algunos
historiadores, el punto inicial de un largo proceso que había que culminar, 16
años más tarde, en la constitución democrática. La huelga de los mineros
representó un punto de inflexión, el principio del fin de la dictadura
franquista.
No es quizás una coincidencia que la huelga de 1962 fuera en parte una
consecuencia del Plan de Estabilización, una reforma de carácter liberal que, lanzada
unos años antes, habría efectos nefastos sobre una industria española, entonces
como ahora, lacrada por una endémica falta de inversión y de capacidad
empresarial. Muchos empresarios españoles, entonces como ahora, parasitaban sus
empresas en lugar de desarrollarlas. Se trata de una clase de hidalgos más que
de una burguesía moderna.
Recordar la huelga de 1962 es importante porque hoy también
nos encontramos frente a una movilización masiva de los mineros Asturianos (y
no sólo), y porque hoy también vivimos en el medio de una dictadura. La única
diferencia entre hoy y hace 50 años es que el dictador no es una persona, sino
un concepto: el mercado o, para usar una expresión mediáticamente correcta, “los
mercados”. Se trata de una dictadura que encuentra su expresión en los
economistas alumnos de Friedman, en los banqueros inversores, en los especuladores.
Se trata de una dictadura curiosa en cuanto cada uno de sus personajes
principales es remplazable. Cada uno podría desaparecer y su función podría ser
asumida por cualquiera de los miles de clones que tienen en el mundo. Mario
Draghi, Angela Merkel, Christine Lagarde, Rodrigo Rato, Cristobal “que se hunda
España” Montoro… todos estos protagonistas son en realidad funciones de un
mecanismo. Y, si esta naturaleza funcional de las personas no elimina ni atenúa
su responsabilidad en el pillaje de mundo que se está llevando a cabo, la
capacidad del mecanismo de mercado para remplazarlo hace esta dictadura
especialmente peligrosa.
Que estemos viviendo en una dictadura lo reconoce el mismo Mariano
Rajoy. Cuando el presidente de un
Gobierno, es decir, de un poder soberano, comunica al congreso (el
representante de la soberanía popular) que el gobierno no tenía la libertad de
decidir si ciertas medidas (como la subida del IVA) se iban a implantar o no,
cuando el gobierno admite que en este momento sólo puede ejecutar las medidas
que los mercados, a través de la comisión Europea, están dictaminando, entonces
tampoco los españoles son libres. Entonces las elecciones, que a pesar de sus
tremendas limitaciones constituían la única legitimación posible de un
gobierno, se han transformado de verdad en una farsa. Los españoles ya no
eligen un poder político. Los españoles se limitan a elegir que partido
gestionará las decisiones que se toman en otro lugar.
Como escribía Hannah Arendt, el espacio de la gestión no es
un espacio de libertad. Si asumimos que el actual sistema económico tiene que
seguir sin cambios, entonces las decisiones que se nos imponen son las únicas
posibles. Es necesario que los pobres se hagan más pobres, y que la riqueza se
concentre en pocas manos. Todo esto es sólo gestión. La posibilidad política,
la elección de libertad, sería un espacio en que todo se puede debatir, en que
nos podamos poner el problema de si queremos que este sistema económico siga o
si queremos cambiarlo. Pero esta discusión es hoy imposible. El espacio
político de libertad en que se podría poner, nos es negado. La dictadura no lo
permite.
Sólo podemos tener, en este momento, una esperanza. Que en
50 años algún historiador escriba que la huelga de los mineros de 2012 (y,
quiero añadirlo, el movimiento 15M de 2011) representó una inflexión, el
principio del fin de la dictadura neoliberal de los mercados.
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