La socialización es necesaria para que una persona se reconozca como parte de una tradición, de una historia y de una narrativa determinadas. Incluso para rechazar nuestra historia hay que conocerla. Y esto sin contar las cuestiones prácticas: que "incluso los radicales, a pesar de su discurso sobre 'educar para la libertad' esperan que la escuela primaria enseñe a los niños a esperar su turno en la cola, a no colocarse en los baños públicos, a obedecer al policía de la esquina, a escribir, a puntuar, multiplicar y dividir. No quieren que el instituto produzca cada año una titulación de Zarathustra amateur."
Pero si es normal esperar que las escuelas enseñen a los chicos las bases de la convivencia y los valores en que su sociedad cree, el papel de la universidad tiene que ser otro. El papel de la universidad en una sociedad moderna es "ayudar a los estudiantes a entender que pueden darse una nueva forma, que pueden cambiar la imagen de si mismos que el pasado les impone, la imagen que hace de ellos ciudadanos competentes y transformarla en una nueva imagen, una que ellos mismos han ayudado a crear".
No estoy completamente de acuerdo con la división ideológica de la educación que parece gustar a Rorty. Me parece una división demasiado rígida, en que la gente que no puede o no quiere ir a la universidad tiene demasiado que perder. Reconozco, por otro lado, que nos ayuda a fijar la atención en un hecho importante: hay (debería haber) una discontinuidad importante entre la educación secundaria y la universitaria. Esta observación tiene una importancia marginal en EE.UU., pero es fundamental en un país como España, donde el "proceso de Bolonia" está intentando eliminar esta discontinuidad necesaria, transformando la universidad en una especie de instituto con enseñanza especializada.
Es normal que la educación secundaria sea bastante estructurada pero, si la universidad debe servir para la "auto-construcción" del individuo, los estudiantes y los profesores universitarios deben, como mínimo, ser mucho más autónomos que en la secundaria.
Rorty no se fija mucho en los estudiantes (veremos por qué), pero sí en la autonomía de los profesores, y esto porque, para Rorty, "cumplir esta función [...] no puede ser regulado por una política institucional explícita" y "decir que [...] las universidades Americanas siguen siendo un ejemplo de libertad académica es decir que a la típica administración ni siquiera se le ocurre intentar interferir con un profesor que intenta desempeñar sus responsabilidades" Si la universidad ha de cumplir su función de ayuda a la auto-creación del individuo, la administración debe limitarse a asegurar que "un profesor que quiere enseñar un curso que nunca se ha enseñado antes, temas que nunca se han propuesto antes o romper de alguna manera la disciplina que algunos departamentos han perpetuado, sea libre de hacerlo".
Rorty reconoce que esta función--la más importante--de la universidad choca con el requisito que las universidades también impartan una educación vocacional, es decir, que enseñen una profesión. Se trata de una función importante, pero "la esperanza que la universidad sea más que educación vocacional es la esperanza que anime a los estudiantes al escepticismo Socrático. Esperemos que sea posible distraer los estudiantes de su lucha para entrar en una profesión con altos sueldos [en EE.UU.... en España los sueldos son generalmente una miseia N.d.T.]".
Sin una universidad libre de la camisa de fuerza de los programas rígidos, sin que los profesores tengan la libertad de enseñar lo que ellos/ellas consideran útil, la universidad no podrá desarrollar su función más importante.
Las instituciones del Estado funcionan, naturalmente, para el mantenimiento del Estado y son por tanto forzosamente conservadoras. Esto no es un defecto ni una crítica, sino una parte de la función de la burocracia estatal, una limitación inherente en la existencia de instituciones. Pero, a causa de esta misma naturaleza es necesaria la existencia de una institución que empuje en sentido opuesto, hacia un cuestionamiento de la sociedad. La universidad es esta institución y a causa de su función de balance y oposición, las instituciones estatales no pueden, ni deben, controlar o, peor, dictar lo que se enseña en la universidad.
No se trata de una cuestión de poco. En la visión de Rorty, la universidad ha asumido algunas de las funciones que la Convención de 1792, la creadora de la idea de educación pública, otorgó a la escuela: hacer sí que los derechos legales y constitucionales de los ciudadanos no queden papel mojado. Condorcet consideraba que "la educación pública es un deber de la sociedad frente a los ciudadanos. En vano se habrá declarado que todos los hombres (sic.) tienen los mismos derechos; en vano las leyes habrán respetado este primer principio de la justicia eterna si la diferencia entre las facultades morales [la cultura, en el lenguaje moderno, N.d.T.] impedirán que muchos disfruten de estos derechos que se les otorga (2). Como declaró en palabras muy claras Amélie Ledoux "un pueblo culto no es el orgullo de una democracia, sino la condición de su existencia".
En la universidad ideal, cada profesor es libre de enseñar lo que considera mejor, y asume la responsabilidad de lo que enseña frente a sus estudiantes. Se trata de un modelo ideal: probablemente ninguna universidad real podría funcionar en estas condiciones. Sin embargo, se trata de un ideal de referencia, una "idea reguladora", útil para comparar distintos sistemas y para averiguar si la universidad evoluciona hacia este ideal.
En España, lamentablemente, la autonomía universitaria ha quedado siempre en palabras vacía: así como las repúblicas comunistas eran tanto menos democráticas cuanto más ponían "democrática" en su nombre, así la universidad parece ser tanto menos autónoma cuanto más la palabra autónoma aparece en su nombre. En EE.UU., país de la autonomía universitaria ninguna universidad se llama "autónoma", hacerlo sería declarar lo obvio. En España, sin embargo, sí. Y las cosas van a peor.
La reforma de Bolonia primero, la llamada estrategia 2015 después, han eliminado por completo la autonomía didáctica del profesor, y están entregando el control a fuerzas externas a la universidad, para nada interesadas en la auto-creación del individuo, sino en la transformación del individuo en anónimos "recursos humanos"--expresión tremenda pero reveladora del papel del individuo en el contexto contemporáneo.
Esta redefinición del papel de la universidad está a la base de la pérdida de su autonomía, ya que no se puede permitir que los académicos transmitan un saber económicamente no rentable. Esta realidad se cree desde el nivel conceptual más alto mediante la introducción, en el mundo de la educación, de la "lógica de las competencias". Hoy en la universidad española cada nueva asignatura tiene que ser aprobada por la ANECA (la agencia nacional de certificación) y, para obtener esta aprobación, es necesario listar las "competencias" que el curso otorgará. Educar personas ya no es suficiente: hay que fabricar trabajadores, la lógica del "mercado del trabajo" se ha extendido a la universidad.
El discurso de las competencia se disfraza de democracia (dar a todo el mundo la posibilidad de encontrar un buen trabajo) que esconde un fondo elitista: con la universidad de las competencias, la cultura y el espíritu crítico deberán llegar de otra fuente, principalmente de la familia. Las familias adineradas y educadas encontrarán maneras, al margen de la universidad pública, para transmitir cultura e independencia a sus hijos. Las otras lo encontrarán mucho más difícil.
Estos problemas son comunes a muchos sistemas educativos de Europa y América, pero España añade algunas características propia que los hacen aún más serios. En España los profesores son mucho más dependientes de las decisiones del ministerios que en otros países. Cada paso en la carrera de un profesor supone una certificación otorgada por la ANECA, mientras en otros países es el ámbito científico internacional que certifica. Esto, naturalmente, obstaculiza la libertad académica y la difusión de opiniones y métodos no ortodoxos.
Las cosas no van mejor para los estudiantes. Ya hemos observado como Rorty, hablando de la autonomía académica, se limita a hablar de los profesores y casi no menciona a los estudiantes. Es que Rorty escribe en EE.UU. y allí, parte unos requisitos de asignaturas de educación general--que Rorty ve como consecuencia del fracaso de la escuela secundaria así que, por ejemplo, un estudiante de ingeniería debe seguir asignaturas de literatura, historia, etc.--, a parte esto, un estudiante tienen muchas libertad para definir su currículo. El sistema de "major" y "minor" de las universidades americana permite al estudiante una gran libertad a la hora de crear su propia carrera: son posible y hasta comunes carreras "mixtas" como estudiar filosofía con minor en física y informática con minor en literatura medieval. Los departamentos ofrecen asignaturas en las especialidades en que trabajan sus profesores y--a parte unos pocos requisitos obligatorios--los estudiantes eligen sus asignaturas.
En España, especialmente a partir de la reforma de Bolonia, las cosas son muy diferentes y los estudiantes, agobiados de troncales, cono pocas optativas que elegir y tratados como niños a quien se impone la asistencia obligatoria, tienen incluso menos autonomía que los profesores.
El modelo de división de Rorty es problemático. Para que pudiera funcionar sería necesario un acceso universal a una universidad libre, autónoma y de alta calidad, donde académicos de gran cultura y preparación puedan decidir lo que van a enseñar sin que el Estado interfiera.
Ninguna de estas condiciones se da en España. Frente a un acceso cada año más caro y limitado a una clase medio-alta está una universidad homogeneizada, controlada hasta el paroxismo por la burocracia administrativa, reducida a un instrumento para la producción de trabajadores dóciles y no críticos.
La educación a la crítica era indispensable en la época de la Convención y lo es mucho más hoy, con la diferencia que hoy un ciudadano crítico y responsable debe disponer de instrumentos intelectuales mucho más complejo que en 1792. El papel fundamental de la universidad debería ser proporcionar estos instrumentos, y en este papel la universidad está fallando. Las consecuencias para la calidad de la vida democrática serán desastrosas.
(1)R. Rorty, "Education as socialization and Individualization", en Philosophy and Social Hope, London:Penguin, 1999; todas las traducciones son mias.
(2)Condorcet, Cinq Mémoires sûr l'instruction publique. Traducción mia.
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