Monday, 13 May 2013

El Aborto: una visión teológica personal

La propuesta de reforma de la ley que regula el derecho al aborto en España, avanzada por el ministro de Justicia Gallardón ha vuelto a encender el debate sobre el aborto, creando divisiones nuevas, tanto que incluso en el mismo partido de gobierno muchas voces se han levantado en contra de la reforma.

Hay muchos aspectos controvertido en esta propuesta de ley que muchos (y no sólo a izquierda) ven como un regreso de más de treinta años en los derechos de la mujer. Se vuelve a una ley de supuesto en lugar de una ley de plazo (es decir: se puede abortar sólo si se cumplen ciertas condiciones médicas en lugar de dejar el aborto libre en las primeras semanas, así como sucedía con la ley actual, aprobada por el gobierno Zapatero), y se endurecen las condiciones: con la propuesta de ley es necesario el parer favorable de dos médicos que certifiquen el riesgo (físico o psicológico) para la salud de la madre. Además, se elimina el presupuesto de la malformación del feto.

Este es quizás el aspecto que más protestas ha levantado: obligar una mujer a parir un hijo con acefalia que seguramente morirá después de escasas horas del nacimiento es visto por muchos como una tortura inútil impuesta a la madre.

Es opinión común que la reforma es un intento de apaciguar la parte más religiosamente conservadora del Partido Popular. Porque es cierto que en España, así como en todo el mundo, la oposición al aborto viene sobre todo de los ambientes religiosos. Esto no quiere decir que, en teoría, no sea posible una oposición laica, basada en una ética no-religiosa, pero, en la realidad de los hechos, si eliminamos la oposición religiosa, el apoyo al derecho al aborto sustancial.

Los Católicos españoles dan por asentado que el aborto es un asesinato, es decir, que el feto es en todo y por todo una persona. ¿Es asesinato el aborto? ¿En que se basa el argumento ético-teológico de los católicos?

La Biblia, sorprendentemente, no dice mucho sobre el tema. El único punto en que el tema se aborda es Ésodo 21:22-23, donde se lee

21:22 Si algunos riñeren, e hirieren a mujer embarazada, y ésta abortare, pero sin haber muerte, serán penados conforme a lo que les impusiere el marido de la mujer y juzgaren los jueces.
21:23 Mas si hubiere muerte, entonces pagarás vida por vida,

El punto es importante porque distingue el caso del aborto de la muerte (de una persona). Si hay muerte, se pagará vida por vida, mientras en el caso en que se provoque un aborto, se pagará sólo una multa para compensar al hombre de los daños provocados (la cuestión es un poco ambigua en la Biblia en Español, donde se habla sólo de “ser penado”, más explícita en la Vulgata--la única versión reconocida como oficial por la iglesia católica--donde se dice “subiacebit damno quantum expetierit maritus mulieris et arbitri iudicarint”, cursiva mia). Hay que notar que la cuantía del daño la decide el marido, y no la mujer: la Biblia no es un gran ejemplo de igualdad de género.

Desde un punto de vista teológico, el problema del aborto se relaciona estrictamente con el problema del alma. Un feto es una persona sólo desde el momento en que tiene un alma, pero ¿cuándo es este momento? La doctrina oficial de la iglesia es, aún hoy, la formulada por Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. Tomás se interesaba sobre todo al problema del pecado original (Dios no puede crear un alma imperfecta, pero la Biblia nos dice que el pecado original está en nuestra alma desde el principio. ¿Cómo es posible?), pero su tesis tuvo consecuencias importantes también para el problema del aborto. Según Tomás, hay tres tipos de alma: el alma vegetativa (que todos los seres vivientes poseen), el alma animal (que poseen los animales) y el alma racional (que es el alma creada por Dios que sólo las personas poseen).

El alma vegetativa y el alma animal entran en el feto desde el principio, con el esperma del padre (Tomás tampoco reservaba un gran rol a las mujeres...), y el alma animal es la que transporta el pecado original en el feto. El alma racional no entra en el feto con el esperma, sino que es creada por Dios durante la gestación. El problema fundamental es ¿cuándo? Es claro que, hasta que el alma racional entre en el feto, el aborto no es un asesinato, ya que destruye un ser sin alma, mientras que desde el momento en que el feto tiene alma racional, el aborto es asesinato.

Si Tomás hubiera tenido conocimientos de neurofisiología, es muy probable que hubiera relacionado el alma con la formación de la corteza cerebral. No los tenía, e hizo una hipótesis bastante lógica: el alma llega en el momento en que la madre siente que el feto se mueve.

Coherentemente con su teoría del alma, la iglesia católica permitió el aborto hasta el momento en que el feto se movía.

La situación cambió en el siglo XIX, por razones políticas más que teológicas. En el siglo XIX, el aborto empezó a ser relativamente seguro, y las condiciones de vida miserables de la clase obrera hicieron sí que más y más mujeres decidieran interrumpir el embarazo. Esto no sentaba muy bien ni a los gobiernos de la época (que necesitaban gente desesperada para enlistarse) ni a la burguesía industrial (más obrero supone más oferta de trabajo y por tanto, gracias a las leyes del mercado, sueldos más bajos). En particular Francia adoptó, hacia la mitad del siglo XIX, varias medidas para restringir el acceso al aborto.

En 1861 se proclamó el Reino de Italia, con capital Turín y, desde 1865, Florencia. Los Italianos estaban presionando para conquistar Roma y hacer de ella la capital del Reino, y el Papa buscaba aliados para salvar lo que quedaba de sus dominios temporales. Buscando alianzas en clave anti-Italiana, la iglesia en 1869 accedió a declarar el aborto ilegal en cualquier momento del embarazo. (Al final, al Papa todo esto no le sirvió: en 1870 los Italianos entraron en Roma.)

El aborto es un drama, y entiendo muy bien a la gente que tiene dificultades éticas en aceptarlo. Pero refugiarse en consideraciones doctrinarias que, como hemos visto, tienen una historia mucho más controvertida y menos lineal de lo que la jerarquía eclesiástica quiere que pensemos no es una solución. No se puede simplemente decir “el aborto es asesinato” sin más. Se trata de un problema complejo, que pone a prueba definiciones que a veces damos por asentadas, como la de “vida humana”. Simplificar no sirve.

Nadie, creo, ve en el aborto algo positivo, y supongo que incluso el más convencido defensor de la libertad de elección desea que el número de abortos se reduzca hasta casi desaparecer. La manera para reducir el número de aborto es conocida y experimentada con éxito en varios países: una correcta y precoz educación sexual, y la disponibilidad de contraceptivos baratos.

El problema es que la misma Iglesia que quiere eliminar el derecho a abortar está en contra de todas las medidas que podrían reducir el número de abortos. En la medida en que la falta de educación y contracepción causan embarazos indeseados que luego acaban en aborto, la Iglesia católica es la organización que más abortos causa en España, y quizás en el mundo.

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