A lo mejor si las escribo termino con aclararme las ideas una vez para todas.
Quisiera aclarar, para despejar toda duda, que el hecho que la cuestión independentista, así como se plantea, me deje dudoso no quiere decir que no la considere legítima. Ni mucho menos. Todo pueblo tiene derecho a buscar la organización política que más se adapte a su historia y a sus aspiraciones, y esto vale, en particular, para el pueblo catalán. La aspiración a la independencia es legítima e importante, y merece un profundo debate social—mucho más serio que las burdas criminalizaciones que hace el gobierno.
Mis dudas han resurgido en particular con el debate que ha acompañado las últimas elecciones en Cataluña porque si tengo algunas dudas sobre la cuestión independentista, muchas más tengo sobre el independentismo así como lo ve Artur Mas. Para explicarme tendré que dar un poco de rodeo.
El estado nacional, así como lo conocemos hoy, es una creación de la edad moderna. Inglaterra es en cierta medida una excepción, en cuanto tuvo un estado nacional con características relativamente modernas desde el siglo XV, pero fue sólo después de la revolución de Cromwell y la restauración que sus características se fijaron. Alemania llegó relativamente tarde (la unificación es de la segunda mitad del Siglo XIX) pero ya desde antes el dominio económico y cultural de Prusia era el de un proto-estado nacional.
El éxito de los estados modernos está relacionado con el éxito de la burguesía y del capitalismo. Por un lado, el estado nacional moderno nace con la consolidación de la burguesía como clase económicamente dominante, con su necesidad de tomar un papel de protagonista en la política, quitándoselo a las monarquías absolutas de tipo post-feudal. El sistema de representatividad parlamentaria es tan típico del estado moderno que incluso muchas dictaduras han mantenido su aparato formal (vaciándolo, naturalmente, de significado).
El estado nacional nace en una simbiosis con el sistema capitalista. Por un lado proporciona al primer capitalismo un mercado interior protegido (se vea el caso de Inglaterra donde, en el siglo XVII, la exportación de materia prima no trabajada era castigada con la muerte) y por el otro, a través de medios diplomáticos o militares, ayuda las empresas a conseguir materia prima y a exportar productos. La máxima, y más trágica, expresión de esta función de apoyo del estado se encuentra en la época colonial, en que continentes enteros son conquistados para aprovisionar las industrias europeas. El colonialismo es primariamente una historia de abertura de mercado y de control de recursos naturales en que los Estados apoyan al capitalismo y al mismo tiempo lo usan para agrandar sus dominios.
Por otro lado, los ideales del estado burgués, es decir, por lo menos en cierta medida, los ideales de la ilustración, funcionaron como balance frente al economicismo inherente al capitalismo. Las instituciones públicas que se fueron desarrollando, sobre todo desde finales del siglo XIX bajo la presión de las luchas obreras, balancearon de alguna manera los excesos del mercado libre, operando una redistribución de la riqueza que, si bien muy parcial e incompleta, contribuyó a un crecimiento del nivel de vida general. Fue sobre todo en el marco de esta moderación de excesos que se forzó la prohibición de prácticas típicas del primer capitalismo como el trabajo infantil, las semanas de 80 horas, el encierro de trabajadores en las fábricas, etc.
Las relaciones entre capitalismo y estado-nación han cambiado radicalmente con el surgimiento del neoliberismo, sobre todo desde los años '80 del siglo XX. La economía se ha hecho cada vez más internacional y menos dependiente de los estados. Con el final de la guerra fría, ha caído también el vínculo de la industria a la seguridad nacional y a las alianzas políticas de los gobiernos. Las empresas transnacionales han desarrollado un sistema económico internacional que necesita siempre menos a la política del antiguo estado burgués. Las relaciones entre política y economía, entre sociedad y mercado se han invertido. En el capitalismo tradicional el estado recorta un espacio autónomo, sin reglas, donde el mercado se pueda desarrollar, pero lo controla y lo incluye dentro de sus instituciones. Con el neoliberismo el libre mercado ocupa todo este espacio y recorta oasis siempre más reducidos para la acción política.
En muchos países el mercado sigue apoyando la retórica y el aparato formal (ya no la práctica) de la democracia, pero a medida que las empresas internacionales se hacen más fuertes la necesidad del apoyo formal a la democracia representativa se hará cada vez menor. Un indicio preocupante de todo esto es el hecho que el país que más éxito está teniendo en la nueva situación económica no es una de las democracias burgueses tradicionales, sino China. China es el ideal político del nuevo capitalismo, y la manera en que se está maniobrando la crisis de estos años demuestra que esta condición: un estado autoritario, una elite económica poderosa y restringida, una unión de intereses entre política y economía, una clase popular empobrecida, sin derechos y sin estado de bienestar. El capitalismo de libre mercado apoya de manera creciente regímenes autoritarios, no sólo en el llamado “tercer mundo” sino (como se está viendo en esta crisis) también en Europa, donde estos regímenes actual bajo el nom de plume de gobiernos técnicos. No es imposible que, en unas décadas, se acabe la ficción democrática y el poder político pase directamente en mano de las empresas.
El antiguo estado burgués ya no es históricamente actual en la nueva situación económica. No hay duda que en las próximas décadas desaparecerá para dar el paso a nuevas formas políticas. Se superará el estado-nación nacido de la revolución burguesa para crear algo nuevo. Parece claro que en unos 50 o 100 años habrá desaparecido el capitalismo o habrá desaparecido la democracia. La cuestión fundamental por tanto es que tipo de organización surgirá de las cenizas del estado nacional. ¿Una a medida de las empresas, una China mundial, o una nueva forma de política que restituya la prioridad a las necesidades de las personas? ¿Una tecnocracia económica autoritaria, o algo parecido a la democracia radical de Hannah Arendt?
Mi escepticismo sobre el independentismo nace de la poca claridad sobre el tipo de organización política que debería resultar de este proceso. Si el independentismo se propone como una pieza en la transformación del estado-nación en una nueva forma de organización política más democrática, que sepa enfrentarse al dominio del mercado y de la economía, entonces el independentismo recibe todo mi apoyo. Si se trata de dividir un estado-nación burgués en otros estados naciones más pequeños y de la misma naturaleza, entonces se trata de un proceso que terminará otorgando más poder a las fuerzas económicas internacionales y que acelerará la desaparición de la política y de la participación popular en el poder.
La proliferación de pequeños estados-naciones de tipo burgués-representativo llevará simplemente a un fraccionamiento de la representatividad, a un poder político más débil, que se enfrentará al capital internacional en nombre de grupos más pequeños y con menos fuerza.
Por esto no creo en el independentismo de Artur Mas. Se trata esencialmente de una operación de multiplicación de posiciones de poder, del tipo de la que se consiguió con la independencia de Montenegro, que no cambiará si no en peor las relaciones de fuerza entre el pueblo y los poderes económicos.
Cuando expreso estas opiniones una reacción normal es tacharlas de puro ejercicio teórico. ¿Qué quiero decir con nueva forma política más allá del estado-nación? ¿Cómo funcionará? Pues, no lo sé y, quizás, las cosas funcionarán incluso si no lo sabemos. Cuando la burguesía empezó a tomar el poder y a destruir el antiguo edificio del Estado feudal, en el siglo XVI, no sabía cómo iba a gobernar. Las ideas de representación, de libertad, de derechos humanos, estaban todas por escribir. La burguesía se lanzó, creando el estado-nación sobre la marcha. Marx reconoció la importancia revolucionaria de las ideas que la burguesía había introducido, y quería que la nueva revolución empezara donde la burguesía lo había dejado.
Lo menos que podemos hacer hoy es seguir su ejemplo y lanzarnos para intentar construir algo nuevo. El independentismo puede ser un aliado precioso, si consigue no dejarse desviar por unos ambiciosos que sólo intentan replicar el viejo modelo de estado para servir sus ganas de poder.
5 comments:
Debo decir que me asombra la profundidad del articulo, al que uno no está acostumbrado cuando proviene de un foro en una noticia de LaRazon.
Pese a ello, debo decir que más allá del análisis puramente "gobernamental" que haces, intervienen muchos más factores.
El primero y más destacado, el factor económico. Es evidente que Cataluña sufre un expolio fiscal (16MMde€) importante,claramente abusivo, y que parece ir en aumento. Además no cuenta con ningun otro acceso al crédito que no pase por el Gobierno de España, al que ya le va bien asfixiar cataluña con tal de debilitar el gobierno nacionalista.
Por otro lado, hay un factor cultural. Linguistico, principalmente, pero tambien a lo que es cultura tradicional. Me remito a la noticia de LaRazon; se está intentando cambiar un sistema educativo que funciona, para así debilitar el catalan, y lo que le rodea.
Y por ultimo, un factor de dignidad. Los catalanes estamos un poco hartos de cómo se nos está ninguneando y asfixiando. Y millon y medio de manifestantes el 11S són la prueba.
Que te parece?
Etor,
en los factores culturales y de dignidad no me he metido porque doy por asentado que hay que darle plena satiscacción.
Mis duda son sobre la independencia política, no sobre el respeto a la identidad cultural de Cataluña. Doy por asentado que en cualquier organización política se quiera implantar, esta identidad hay que respetarla.
Lo mismo para el asunto del Catalán: se trata de una decisión de los catalanes. Yo espero que no eliminen el castellano, porque considero el bilingüismo una riqueza cultural y semántica (yo soy de los que piensan que la consciencia se construye con el lenguaje, y tener dos lenguajes hace uno más rico). Pero se trata, en cualquier caso, de una decisión que los catalanes tienen que tomar por sí mismos.
El asunto económico es algo contingente: depende de la organización actual del estado español y, como comento, es justamente esta organización que habría que cambiar.
Creo que con la solución política adecuada (una que pasa por una redefinición del concepto mismo de estado nacional), el asunto económico también se replantearía. (No quiero decir que se resuelve... los asuntos económicos son siempre una negociación continua.)
P.D. Me meto en los foros de La Razón por diversión, pero, por favor, no me confundas con los lectores de ese periódico... ;-)
Fantástico artículo!
Comparto al 100% las inquietudes que planteas, aunque tengo pocas esperanzas al respecto.
El independentismo catalán fue hasta 2012 algo un tanto revolucionario, asociado oficialmente tan solo a la izquierda, y, en consecuencia era parlamentariamente minoritario. Cuándo Mas cambió el posicionamiento de CiU en este tema, todos los independentistas conservadores y/o liberales tuvieron un partido político al que votar, se hicieron visibles, y ahí cambió todo. Se sumaron los independentistas de derechas a los de izquierdas y se convirtieron en mayoría (o casi).
Las posibilidades de éxito de este proceso van ligadas a la unión de todos los independentistas, ya que es la única manera de formar una mayoría. I los liberales y conservadores solo aceptaran seguir por este camino si no se pone en la mesa ningún otro tema. Por eso, desde el gobierno de España se ataca incesantemente a Mas y CiU, no porqué sea el más independentista, sino porqué representa al sector más débil del independentismo, y sin ese sector, sin ese porcentaje de votantes, el proceso quedaría tocado de muerte.
En conclusión, el independentismo es un fenómeno transversal y consecuentemente hay indepes de todos los tipos, pero su éxito depende de que el nuevo país que surja conserve el orden social y el statu quo actual.
Sin embargo, a pesar de todo lo que he dicho, un país nuevo implicaría reescribir todas las leyes una a una, y eso llevaría seguro a algunos replanteamientos y a tendencias “modernizadoras”. Además, hay que tener en cuenta que las ideologías dominantes en España son la democristiana y la socialdemócrata, mientras que en Cataluña son la liberal y la socialdemócrata. Esta diferencia no afectaría en casi nada al sistema económico que surgiera en una hipotética Cataluña independiente, pero sí tendría influencia en otros temas como la forma de gobierno (república), la ley del aborto, la relación iglesia-estado, el ascensor social, los sistemas de participación ciudadana, etc.
En definitiva, en mi opinión la independencia de Cataluña no supondría grandes cambios de fondo para los catalanes, pero sí muchos cambios interesantes y sustanciales. Y sin contar entrar en los dos temas que son los que mueven a la gente en realidad: la lengua catalana y el dinero.
Post a Comment