Monday, 28 January 2013

La desaparición de la música

Una de las consecuencias de la estafa, que otro llama crisis, es la proliferación de gente que toca música y pide dinero en los coches del Metro de Madrid. Aclararé que apoyo a estas personas: se trata de gente que vive una situación muy difícil y que intenta salir adelante como pueda pidiendo sí dinero, pero ofreciendo algo a cambio. A ellos va mi admiración y mi apoyo.

Pero, bueno, el hecho queda que con la llegada masiva de los músicos en el Metro cae uno de los últimos sitios en que podíamos pasar un rato tranquilo sin el bombardeo continuado de muzak que nos está llegando de todos lados. Y nos pillan en una situación particularmente vulnerable en cuanto, a diferencia de la calle donde podemos simplemente alejarnos de quien toca música, en el Metro nos tienen prisioneros. Allí estamos intentando leer o tener una conversación sosegada, y cuando empiezan a tocar las primeras notas de acordeón ya nos tienen acorralados: nada de conversación, nada de lectura. La música se impone por mera intensidad de sonido.

Los músicos de Metro, como ya he dicho, intentan salir adelante, y los respeto (pero ¿es necesario tocar con un volumen tan alto?), pero, lamentablemente, añaden su música a una situación ya peligrosamente cercana a la saturación. Entre la arrogancia de quien escucha música a volumen muy alto en público (con los auriculares abiertos de hoy se oye todo), y la vulgaridad de las tienda con su banda sonora continuada, ya no sabemos dónde ir a parar.

La música, para los griegos, era parte de las matemáticas: había una matemática del número estático (la aritmética), una del número en movimiento (la música), una de la magnitud estática (geometría) y una de la magnitud en movimiento (astronomía). Para los monjes medievales era la voz de Dios, para los Barrocos era un juego combinatorio con infinitas variaciones. Hoy todo esto se ha reducido a un murmullo de fondo de elevator music que, por ser siempre presente, desaparece; por ser en cualquier sitio, no tiene espacio propio.

Es una pena para la música y para los que, como yo, la aprecian. Me gusta la música y por tanto, cuando escucho música esto es todo lo que hago. La música es suficiente, se justifica en sí misma, y me parecería una falta de respeto reducirla a un simple fundo para estimularme mientras que estoy haciendo otra cosa. Me parecería también una falta de respeto hacia la otra cosa que estoy haciendo y que, si es algo que merece la pena, también llena mi percepción sin necesidad de ruido de fondo.

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