Muchos amigos me preguntan porque le tengo tanta manía al deporte. Creo que soy uno de los pocos que no viéron la final del mundial hace dos años, uno de los pocos que no viéron la otra final que no me acuerdo de que era el mes pasado, y ahora soy uno de los pocos que no han visto nada de los juegos olímpicos. Sin embargo, cuando mis amigos dicen que le tengo manía al deporte no dicen la verdad. Es cierto que el deporte no me gusta y que, sobre todo visto en televisión, me aburre profundamente. Pero manía como para decir manía, esa la tengo sólo al deporte profesional.
De hecho hace muchos años incluso veía, de vez en cuando, algo de los juegos olímpicos. Los dejé sólo cuando permitieron la participación de atletas profesionales, a partir de 1988. Con la entrada de los profesionales y con los intereses publicitarios, los juegos olímpicos se han transformado simplemente en un títere de las grandes empresas, en un vehículo publicitario.
En 1980 más de 60 países boicotearon los juegos de Moscú para protestar la invasión soviética de Afganistán. Se puede estar de acuerdo o no con este boicot, pero demuestra que había cuestiones importantes en el mundo, y que los juegos no se quedaban al margen. En 2008 se propuso un boicot de los juegos en Beijing para protestar la falta de derechos humanos en China. Ningún país aceptó la propuesta: los intereses económicos eran demasiado grandes. Las empresas de cada país no estaban dispuestas a renunciar a las ganancias que los juegos proporcionaban. Lo mismo se puede decir, más o menos, para todo deporte profesional de gran atractivo popular.
Lo que quizás más me molesta es la importancia que la sociedad otorga a esta burda muestra de poder publicitario a costa de otras manifestaciones culturales que yo encuentro más importantes.
Estoy seguro que todos los ganadores de medallas serán recibidos por el Rey, el presidente del gobierno, y una plétora de pequeños caciques locales. Pero hace un tiempo tres adolescentes españoles ganaron la “Google Science Fair”, una competición científica a nivel mundial. Nadie les recibió. El Rey ni se dio cuenta, y el Sr. Rajoy tampoco.
Quien ganará una medalla de oro en los juegos recibirá casi 100.000 Euros, y cada jugador de la selección recibió 300.000 Euro para ganar el torneo de este año. Los ganadores de las Olimpiadas de Física, es decir, algunos de los adolescentes más brillantes de España, recibían la increíble suma de 300 Euros. Digo recibían porque en la última edición el ministerio decidió que no podía permitirse los premios, y los ganadores no recibieron nada. Esto si, los clubes de fútbol tienen una deuda de 750 millones con Hacienda que nadie piensa pedirle. Para algunas cosas no hay dinero, para otras, sí.
Por esto no me gusta el deporte profesional. Porque vivo en un país donde a los deportistas se le da todo, pero a los jóvenes brillante se les olvida. Vivo en un país donde te dan becas y privilegios si sabes golpear una pelota, pero si eres un genio de la bioquímica quizás no podrás estudiar porque las matrículas del master son prohibitivas. Vivo en un país donde los deportistas tienen una visibilidad mediática absoluta, pero los científicos, los filósofos, los literatos no los conoce nadie.
Este país parece tener un plan claro, por suicida que sea: criar generaciones de tontos, dejar que los brillantes se vayan, y ganar muchos trofeos deportivos para que estén pegado a la televisión, no se quejen demasiado y, sobre todo, para que compren y consumen.
Poca gente, en realidad, “ve el deporte”. Me pregunto, por ejemplo, cuantos fanáticos del fútbol sabrían juzgar un partido desde el punto de vista exquisitamente técnico. No es esta, en realidad, la función del deporte. El deporte, en la sociedad de consumo de masa, es un canal para crear y dirigir emociones. La gente se encuentra sola y hay que darle algo para que se sientan identificados, que se sientan parte de un grupo. No se explica, si no, porque la gente tuviera una tal reacción frente al hecho de que once profesionales pagados por una sociedad de Madrid meta más o menos goles que once profesionales pagados por una sociedad de Barcelona. Racionalmente, la cosa no tiene sentido: se trata de una carga emotiva construida artificialmente. Necesitamos apasionarnos en algo. Que nos apasionemos a la política y a las cuestiones sociales (como pasó en 2011 durante el verano del 15M) es demasiado peligroso: mejor que nos apasionemos en algo tan inconsistente como una pelota.
No es una casualidad que buena parte de la iconografía de las olimpiadas moderna (inclusa la antorcha olímpica) fueran creadas por los Nazis en ocasión de las olimpiadas de Berlín de 1936. Los Nazis eran expertos en propaganda, y además de la radio y de las grandes celebraciones triunfales, habían entendido perfectamente la utilidad de las grandes manifestaciones deportivas.
El deporte es un elemento clave en la sociedad que se está preparando: una sociedad inculta, dócil con el poder y violenta en privado (las discusiones sobre la interpretación de Copenhague de la física cuántica no terminan nunca a hostias, las de fútbol a veces sí). Una sociedad que no hace preguntas. Se trata de una sociedad que no me gusta y en que no me identifico, y el deporte profesional es una de las armas de destrucción masiva que se usan para imponerla.
Un bastón puede tener muchas funciones útiles, pero se puede usar también para pegar al perro, y por esto al perro el bastón no le gusta. Por la misma razón a mi no me gusta el deporte.
No comments:
Post a Comment