Monday, 21 May 2007

Addenda al botellón

Mi pequeña columna “La batalla del botellón” ha generado unos cuantos comentarios sobre la brutal actuación de la policía en ocasión de los disturbios del principio de mayo en Malasaña. Estoy, en general, de acuerdo con lo que han escrito los comentadores pero, a la luz de dichos comentarios, me parece oportuno glosar cuanto ya he escrito.

Como ya he dicho, no quiero defender ninguna actuación ilegal de la policía: un crimen cometido por un policía en el ejercicio de sus funciones es aún más serio que el mismo crimen cometido por un ciudadano cualquiera, ya que supone un abuso de la autoridad que los ciudadanos, libremente, entregan a la policía. La policía recibe autoridad al fin de vigilar el respeto de la ley, y una violación de la ley por parte de ella es un doble crimen. Si hubo ilegalidad, el fiscal debe investigarla y castigar de manera ejemplar los culpables. Si el fiscal no lo hace, es justo que los ciudadanos utilicen todo instrumento legal para presionarle.
Dicho esto, queda el tema del comportamiento de los que quieren beber en la calle, un comportamiento que debe adaptarse en la luz de dos observaciones.

La primera es que, legal o ilegalmente, es un hecho que la policía actúa de manera muy arrogante frente a los que beben en la calle: hoy en España es más seguro fumarse un porro en la calle que beberse una cerveza. Es justo combatir esta actitud cono todos los medios posible pero también es necesario ser pragmáticos: por el momento, si queremos beber en la calle, tenemos que hacerlo en este ambiente desfavorable. Y, el sentido común nos enseña, cuando se hace algo en un ambiente desfavorable, se hace todo lo posible para no provocar reacciones. Dar a quien sea una excusa cualquiera para llamar la policía quiere decir meternos en un lío.

Como segunda observación, tenemos que preguntarnos como hemos llegado a esta intolerancia hacia los bebedores, y si tenemos alguna responsabilidad. Hay en la sociedad española una parte minoritaria bastante puritana como para oponerse a beber sea como sea, pero, ¿como ha llegado esta minoría a dominar la opinión publica? Aquí, creo, hay una responsabilidad de los bebedores. Es claro que si beber se equipara a ruido, paredes pintadas, coches estropeados, olor a orina (o peor) el día después, hasta la gran mayoría más o menos tolerante será seducida por el mensaje represor de la minoría puritana.

Me parece que el problema no es tanto en Malasaña el 2 de mayo: el problema se ha ido construyendo a lo largo de años, a medida que la costumbre de beber en la calle se ha transformado en una molestia (o una pesadilla) para los que la subían en sus barrios. Creo que, si los bebedores hubiesen tenido un poco más de sentido común desde el principio, no habríamos llegado a este punto de impunidad policial.

No quiero disminuir las responsabilidades de la policía pero, como me decía mi abuela: antes de ocuparte de las acciones de los demás, empieza siempre por averiguar donde has fallado tú. Una actitud muy Cristiana que creo puede resultar útil también para laicos como yo.

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