Casado se ha sentido probablemente acorralado, y en ciertas circunstancias la mejor forma de defensa es el ataque. Muy inteligentemente alguien le aconsejó (probablemente) echar dudas sobre la tesis doctoral del Presidente del Gobierno Pedro Sánchez, algo facilitado por el hecho que la tesis de Sánchez, pese a haber sido calificada con la máxima nota, no es precisamente material de premio Nobel. Una tesis digna, esto sí, pero nada que quede en la historia de la economía política.
Algunos periódicos han cogido la ocasión y han acusado a Sánchez de plagio con, en realidad, muy pocos elementos dado que, cuando aparecieron las primeras noticias, la tesis se podía consultar sólo en papel en la biblioteca de la universidad y por tanto no se podía analizar usando los programas informáticos que normalmente se usan hoy. A los dos días, Sánchez publicó la tesis en Internet, junto con los resultados de dos programas informáticos que excluyeron el plagio. A este punto el argumento se transformó en una cacofonía, con dos líneas principales.
Por un lado, la oposición sigue disparando mientras se retira. Desde el antiguo “Sánchez no hizo la tesis”, pasando por el “plagio evidente”, se ha llegado a sostener de todo: se han cuestionado los estándares académicos sobre lo que constituye un plagio, se han creado nuevos, hasta de ha reinventado la definición de “falso positivo”. Fuera del plagio, se ha cuestionado el tribunal, se ha hablado de autoplagio (¡!) por los artículos científicos que Sánchez ha publicado durante el doctorado, se ha cuestionado la calidad de la tesis. Se ha hecho todo excepto, por el momento, criticar el color de la portada de la tesis.
Por otro lado, se ha hecho esto en el mejor estilo latino: todo el mundo habla de casos de que no sabe mucho, y quien menos sabe, más habla, y más alto. No recuerdo, por ejemplo, muchos artículos en que un profesor de universidad que dirige tesis doctorales fuera invitado para explicar cuáles son los criterios académicos de plagio, que quieren decir efectivamente valores como “13%” o “21%” que el programa produce, o porque se sospecha plagio (y se hace una verificación manual) sólo cuando el valor supera el 25%.
Lo importante no es saber, ni intentar saber: lo importante es publicar cualquier cosa que venda periódicos y publicidad. Esta falta crónica de rigor es una constante en el periodismo español, un tema muy serio y muy interesante que pero no podemos profundizar aquí. Me preocupa, aquí, sobre todo el desprestigio de la universidad. Herida de su propia mano, responsable de haber permitido la creación de un instituto chapucero que regala Master a políticos, la universidad tiene que hacer su propio mea culpa. Pero el ataque indiscriminado a sectores, como el doctorado, que necesitan ser potenciados y apreciados, un ataque motivado por lo peor de la política y el comercio, hace mucho daño, más de lo que la universidad se merece.
El doctorado en España es el gran olvidado del mundo académico, un doctorado débil, con un prestigio y unas posibilidades de salidas laborales de los candidatos mucho más limitadas que en otros países. Necesita recursos, necesita respeto y, sobre todo, necesita autonomía. Existe el riesgo que bajo la presión de los escándalos (los de verdad y los fabricados) se acabe con la solución de siempre: más controles, más normas y más burocracia. La universidad española tiene una reputación internacional muy baja. Buena parte del problema está en el corsé de normas a menudo inútiles que le impiden trabajar. Añadir más burocracia sería el contrario de una solución. Yo apuesto que es justo lo que se va a hacer.
No comments:
Post a Comment