Las ventajas de tal solución son tan evidentes que podría parecer inútil recordarlas, pero quizás no esté completamente fuera de lugar hacerlo, sobre todo para los más jóvenes, los inexpertos y las personas menos preocupadas con los verdaderos problemas de la red de metro.
La primera ventaja es evidente: el viajero de metro no se encontraría casi obligado a enterarse (a causa del volumen de concierto Rock con que la mayoría de los españoles hablan por móvil) de los eventos, extremadamente poco interesantes, de la vida privada de los demás. Que la novia de Pablo se haya liado con Carlos es quizás un hecho muy interesante para Pablo, Carlos y la novia, pero es poco probable que la vida de los demás viajeros de la línea 10 se vea negativamente afectada por la ignorancia de este hecho. La eliminación de la cubertura no resuelve completamente el problema, en cuanto deja abierta la posibilidad de conversaciones a dos sobre temas íntimos y privados que, como es costumbre en España, se desarrollan con el tono de voz de un leñador que grita “timber”; pero la experiencia enseña que estas conversaciones no son tan frecuentes como las del móvil, nada más por la necesidad de reunir a dos personas en el mismo espacio físico.
La eliminación de estas conversaciones tendrá también efectos benéficos sobre el sistema nervioso de los pasajeros, estresados hasta la paranoia por la recurrencia de la “despedida española”. La situación es casi paradigmática: tras media hora de conversación a un nivel de decibelios cerca del umbral del dolor, la persona con el móvil por fin dice “vale... venga... un besito”, señal universal de fin de conversación. El pobre pasajero ya empieza a relajarse y a saborear el descanso de sus pobres oídos cuando, tras unos segundos de silencio, la conversación sigue: “Por cierto... ¿y tu madre?” La conversación sigue desde este punto, siempre más cerca del umbral del dolor y, diez minutos después la escena se repite: “vale... venga... un besito...(unos segundos)... ¿Cómo? ¿Y Alejandro que dice de todo eso?” El ciclo se puede repetir entre cuatro y ocho veces y cuando, por fin, la conversación termina (a menudo simplemente porque se acaba la batería del móvil), el pobre oyente involuntario queda reducido a una masa de nervios informe y temblante.
Pero, como bien sabemos, el móvil ya no es sólo (ni principalmente) conversación. Buena parte de las personas lo usa para dialogar a través de textos, una actividad que no genera ruido (el ruido que sale de los auriculares de los que escuchan música no se puede, lamentablemente, eliminar eliminando la cubertura). Sin embargo, en este caso, también la eliminación del servicio resultaría en varias ventajas. La más importante es quizás el considerable aumento de la seguridad de las estaciones, consecuencia de la desaparición de las multitudes que andan sin mirar adonde van, con la mirada fija en la pantalla del móvil. La cantidad de accidentes, a veces fatales, que se podrían evitar, es motivo suficiente para interrumpir el servicio en toda la red de metro. Si añadimos la ventaja de no tener que ver las hordas de zombies deambulando por las estaciones con la mirada fija en una pantallita, sin darse cuenta de lo que los rodea, pues, el caso a favor de la eliminación de la señal se hace irresistible.
Finalmente, sin un móvil que los captura y aísla, es posible que la gente empiece a mirarse un poco a los ojos y (¡ojalá!) a sonreírse, una cosa que Madrid necesita desesperadamente.
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