Thursday, 12 February 2015

¿Desde cuando existe el selfie?

¿Desde cuándo existe el selfie? La respuesta a esta pregunta puede resultar más complicada de lo que parezca. Si con "selfie" entendemos simplemente la foto que uno se hace a sí mismo sin usar el automático, ya estamos hablando de un tiempo considerable: el armlength portrait existe desde hace mucho tiempo, por lo menos desde que las máquinas fotográficas se hicieron más pequeñas que cajas de vino y que los tiempos de exposición empezaron a medirse en fracciones de segundo.

Pero no está tan claro que el armlength portrait y el selfie sean la misma cosa. Hay, para empezar, la cuestión semántica. El lenguaje no nombra objetos, los crea: algo que no tiene un nombre tiene un nivel de realidad menor que algo que lo tiene. Y en este sentido, el armlength portrait, simple modificación de una clase más amplia (portrait) es menos real que el selfie, objeto en si mismo, nombre autónomo en el lenguaje.

Este nombre nos habla también de un cambio de ambiente y de actitud. Armlength portrait es un término muy descriptivo: nos cuenta como se hace la foto. El acento es en la foto y en el procedimiento; el sujeto se queda un poco en la sombra. No es así en el caso del selfie: aquí el mismo nombre pone el acento no sólo en la persona sino en su independencia y, diría en su egoísmo (no podemos pasar por alto el posible juego de palabras: quien se hace un selfie es selfish). Se ha escrito que una de las características del neoliberismo es remplazar el “you must” con un “you can” que, al fin y al cabo, genera más presión y cadenas que la disciplina directa del “you must”. You can: por tanto si no tienes éxito, si no tienes dinero, la culpa es tuya y sólo tuya. Se crea una sociedad en que cada persona debe convertirse en emprendedor de sí mismo en lucha con los demás, una sociedad del rendimiento y del egoismo. El selfie es la foto de uno por uno mismo, es la renuncia a cooperar con los demás. Con el selfie la foto se sumete al imperativo del rendimiento y de la producción, un paroxismo fotográfico ordenes de magnitud más grande de lo que antaño levantaba la sonrisa a la vista de los turistas japoneses y de sus cámaras siempre al punto de disparar. El selfie es la eficiencia productiva aplicada a la representación se si mismo.

Pero la diferencia fundamental entre el selfie y el armlength portrait es de carácter técnico. La persona que se hacía una foto con una cámara con carrete no podía ver la foto hasta unos días más tarde, cuando ya era tarde para volverla a hacer si salía mal. Había por tanto no sólo una componente de azar, sino también una de irreversibilidad y de riesgo. El armlength portrait tiene un coste (hay que gastar película) y un riesgo de que no salga: estos dos elementos son esenciales para entenderlo. Podemos incluso considerarlo como una pequeña metáfora de una manera de ver el mundo, una postura sin miedo que acepta la imprevisibilidad,reconoce que es imposible controlarlo todo, y acepta el riesgo que esto conlleva con entusiasmo e incluso con alegría.

Comprado con esto, el selfie se presenta más como el producto de una sociedad obsesionada con el peligro, ansiosa de control, de previsibilidad, de seguridad. El selfie no supone riesgos: quien lo hace puede ver perfectamente lo que va a salir y si, por alguna razón, el selfie sale mal, la cosa no tiene consecuencias: se borra y se vuelve a hacer.

El selfie es una metáfora mínima pero reveladora de la sociedad ideal que se nos vende en este rincón del siglo XXI: controlada, determinada por un guión, sin sorpresas y sin responsabilidad. En fin, Disneyland.

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