Construidas sin tener en cuenta el peso de las furgonetas de reparto, muchas baldosas ya están rotas o se han desplazado llenando la calle de badenes. La madera de la plaza Santa Bárbara, las sillas de la calles Fuencarral, ya están destrozadas por la incivilidad de los Madrileños y la falta de mantenimiento.
El único color parecen ser los feísimos poster publicitarios que cubren los andamios. En Roma los andamios se cubren con una foto de la fachada del edificio, para minimizar su impacto. En Madrid con vulgares anuncios. Las únicas cosas que parecen funcionar bien son las pantallas gigantes de tiendas y cines, esta horterada de mal gusto. Cada vez que paso por Callao en un día de lluvia, no puedo evitar acordarme de la Los Angeles de Blade Runner.
Los madrileños no cuidan a su ciudad y los políticos saben que gastar dinero en mantenimiento no es muy rentable en términos de votos. Los dos vicios de siempre de los latinos: lo que es de todos se puede destrozar porque no es de nadie, y los políticos que cortan cintas para inaugurar obras reciben más votos que los políticos que mantienen bien lo que existe. Así, las calles se llenan de baches y de basura; árboles melancólicos y raquíticos (los que sobreviven) están plantados en charcos de barro y agua sucia que huele a orina.
Un amigo, hablando de Los Angeles, usó la expresión “private splendor, public squalor”. No me parece una descripción incorrecta del centro de Madrid.
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