La Universidad Autónoma de Madrid ha construido, justo frente a la estación de Cercanías del Campus, un quiosco de informaciones. Se trata de una estructura geométrica irregular de de líneas rectas, ángulos agudos y protuberancias, de un diseño que parece haber sido olvidado en un cajón en 1985 y sólo ahora descubierto. Más que la forma inquietan, de este quiosco, el material, la textura y el color.La estructura es maciza, de metal gris-casi-negro, con una textura mate y porciones hechas con una red de malla metálica muy cerrada. Hasta las ventanas están, cuando se cierran, tapadas con esta mallas. Por color y detalles, la construcción recuerda, de manera inquietante, algo que podría encontrarse dentro de una cárcel de máxima seguridad.
Todo esto es ejemplo de una costumbre que no se limita a la Universidad Autónoma y ni siquiera a España, sino que parece típica de muchos países latinos. Parece que se hace un esfuerzo especial y consciente para transformar cada ambiente de trabajo en un entorno extremadamente desagradable.
Desde las oficinas con pintura amarilla hasta la máquina del café que muchas empresas instalan para que sus empleados no visiten un Café en condiciones, las empresas (y, en medida aún mayor, la administración pública) se esfuerzan en transformar nuestro entorno de trabajo, si no en un castigo, por lo menos en algo que se le parece bastante.
En la Universidad de California tenía la costumbre, siempre que tenía que hacer un trabajo durante el cual no quería ser molestado, de instalarme en uno de los muchos Cafés del Campus. En la Autónoma he tenido que abandonar esta costumbre (con mucho dolor y cierto perjuicio de mi productividad) porque no hay café: sólo hay cafetería ruidosas y poco acogedoras. Una pena. (Los colegas tampoco ayudan: cuando comento que me gustaría trabajar en el entorno de un Café acogedor, me miran como a un bicho raro.)
Las razones de este afán latino hacia entornos de trabajo desagradables no son muy claras. Se trata quizás de una herencia Católica. Según la moral Católica, estamos en la Tierra para sufrir y para expiar pecados, y todo lo agradable, todo los que nos gusta, debe mirarse con sospecha. El diablo nos espera detrás de cada placer. Esta, por lo menos, era la posición de la mayoría Católica en los siglos pasados. Hoy en día esta posición no puede mantenerse en su forma más estricta porque choca con las exigencias del mercado. El mercado necesita convencernos de que consumir es divertido y que comprar es una actividad éticamente positiva (no es por casualidad que el mercado no lo han inventado los Católicos sino los Protestantes y que, como escribía Weber, el capitalismo sólo podía originarse dentro de la ética Protestante). Hasta los Católicos han tenido que resignarse a la idea que, en ciertas ocasiones, un ilusorio disfrute éticamente positivo pueda resultar útil y tenga que ser promovido. Pero el disfrute no puede ser un fin en si mismo, y si el consumo se transforma en un disfrute es necesario, para compensar, que el trabajo se transforme en una tortura, y que se usen todos los medios arquitectónicos que tengamos para reforzar la idea de que trabajamos para sufrir y que si no estamos sufriendo, es que no estamos trabajando bien.
Thursday, 24 March 2011
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1 comment:
¡Es verdad, parece el módulo central sacado del panóptico de una cárcel! Aunque para panópticos los internos que tenemos bien asimilados como parte integrante de nosotros; véase los juegos capitalismo: es bueno comprar porque si no estás out; ¡compra, compra! y cuando hayas alcanzado el objeto deseado deséchalo o desdéñalo y vuelve a desear adquirir... Quizás, también, esa moral católica de la que nos hablas entre en esto del panóptico interno: Dios te obseeerva, si pecas, si llevas una vida disoluta, lo mismo no vas al paraíso y, encima, nos han quitado el ánodino limbo, que algo era frente a las llamas frías del infierno...
En fin, que no hay mayor control que el de las mentes... Si no, no se entiende que la gente esté tan tranquila con lo que está cayendo, ¿no?
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