Thursday 30 May 2024

Coincidencias numéricas, gravitación universal, y la importancia de las ideas fundacionales

Normal Bloom era un americano convencido que era la reencarnación de Jesús Cristo. Su visión del universo está dominada por coincidencias numéricas en el funcionamiento del mundo y que demuestran, según Bloom, como el mundo es obra de una mente inteligente. Por ejemplo: el sol y la luna son precibido en el cielo con la misma dimensión angular de medio grado (es lo que permite que haya eclipses totales de sol y de luna). Ahora bien, medio grado es 1/720 del círculo. Pero 720=6!=1*2*3*4*5*6, por tanto Dios existe. El argumento puede parecer absurdo, pero Bloom construye toda una teología basada en coincidencias de este tipo. Su observación estrella es que 235 meses lunares sinódicos (el periodo entre dos lunas nuevas) coincide, con una precisión espectacular, con 19 años solare. Bloom afirma: "Mira, humanidad, of digo esencialmente que estáis viviendo en un reloj. EL reloj mantiene el tiempo perfectamente, ¡con una precisión de un segundo al día!… ¿Cómo podría este reloj en el cielo existir sin la presencia de un Ser que con percepción e inteligencia que, con un plan y el poder de ponerlo en marcha, ha creado ese reloj? Dado que ninguna otra persona parece dar demasiado crédito a estas coincidencias, Bloom se convención que se trataba de una revelación personal de Dios, y que él era el profeta destinado a revelarlas al mundo.

 

En realidad, naturalmente, dado un número suficientemente largo de números no es difícil encontrar coincidencia, incluso más de lo que uno a primera vista esperaría. Es noto, por ejemplo, que en un grupo de 23 personas hay una probabilidad superior al 50% que haya dos personas nacidas el mismo día del año. Abriendo ahora mismo un libro al azar, encuentro la página 237. Si a la última cifra le resto la primera consigo 3/5: el 3 de Mayo, que, casualidad, es el día de mi cumpleaños. Una persona con una buena reserva de números y un poco de habilidad matemática puede encontrar coincidencias por doquier.

 

Sin embargo, a veces las coincidencias no son coincidencias sino indicaciones de fenómenos nuevos, y uno de los ejemplos mejores es el razonamiento que llevó a Newton a descubrir la ley de gravitación universal (lo siento: la historia de la manzana que cae del árbol es apócrifa). Para entender bien lo que llevó a este descubrimiento, quizás el más importante en la historia de la ciencia, es necesario empezar mucho más atrás. En el Siglo V antes de Cristo.

 

En ese siglo, en la cultura griega, surgió la escuela pitagórica. Las contribuciones de esta escuela a la civilización universal son muchas, pero aquí nos interesa sobre todo una: la idea que el arché, el origen de todas las cosas, es el número, que las relaciones numéricas son esenciales para entender el mundo que nos rodea. Nace de allí una idea, que nos sigue hasta nuestros días, que, como dijo 2000 años después Galileo, el lenguaje en que la naturaleza está escrita es un lenguaje matemáticos, y sus letras son círculos y triángulos. Esta idea fue aplicada sobre todo a la astronomía, creando modelos cada vez más completos y preciso, hasta llegar, en el Siglo III d.C. al sistema tolemáico, la cumbre de la astronomía antigua y medieval.

 

En la tierra, las cosas siguieron otro camino. Dos Siglos después de Pitagora, Aristoteles creó uno de los sistemas filosóficos más influyentes del mundo. Aristotle fue uno de los mejores científico de la antigüedad, y el fundador de la biología y de la zoología. Lamentablemente, no era un buen matemático, y su física, a pesar de ser un sistema completo y coherente, es esencialmente cualitativa. La física del "mundo sublunar" siguió, hasta Galileo, el sistema de Aristotle. Los fenómenos que se observan cada día eran demasiado complicados para poderse estudiar matemáticamente.

 

La situación permaneció esencialmente sin cambios hasta el Siglo XVII: el mundo sublunar se estudiaba con la física de Aristotle, esencialmente no matemática, mientras que para los planetas, el sol y las estrellas, se usaba la descripción matemáticas que había preconizado Pitagora.

 

En el Siglo XVII Galileo inventó el experimento en el sentido moderno de la palabra: en lugar de observar el mundo así como es, como hacía Aristoteles, aislaba un fenómeno especifico y lo estudiaba minimizando las influencia de otros fenómenos. Midió, entre otras cosas, la acceleración de los cuerpos que caen que resultó, una vez eliminada la resistencia del aire, ser la misma para todos los cuerpos: 9.8 m/sec^2 [Esta notación significa que cada segundo la velocidad de un cuerpo que cae aumenta de 9.8 m/sec]. Esto supuso un cambio fundamental: por primera vez se podían escribir leyes matemáticas que explicaban fenómenos de la esfera sublunar. La idea de Pitagora había salido de los cielos para bajar en la tierra.

 

Esta por tanto era la situación en que se encontraba Newton: había leyes que regulaban el movimiento de los planetas y una física de los eventos en la tierra, pero las dos habían empezado a acercarse: el sistema copernicano se había afirmado, especialmente tras las leyes de Keplero, que permitían calcular la posición de los planeta con una precisión superior a la de Toloméo. Con esto, y con las leyes de Galileo, se abría camino la idea de que el mundo de la astronomía y la física de la tierra podían estar más conectadas de lo que se pensaba, y que las matemáticas podían ser utilizadas en el mundo sublunar.

 

Newton se planteó un experimento ideal, uno de los que 400 años después Einstein llamaría Gedankenexperiment. Sabía que las características del movimiento de un satélite depende de la distancia de este del cuerpo alrededor de que órbita. ¿Cómo se movería un satélite de la tierra que orbitara a raso de la superficie? Keplero había descubierto que los planetas se mueven en órbitas elípticas, pero los dos ejes de la elipsis se parecen tanto que, en primera aproximación, podemos considerar que las órbitas son circulares. La segunda ley de Keplero (la velocidad de un planeta varia con su distancia del sol) implica que, en nuestra aproximación, el movimiento tiene velocidad uniforme.

 

La tercera ley de Keplero nos dice que el cuadrado del tiempo de revolución de un cuerpo alrededor de otro es proporcional al cubo de su distancia media de ese cuerpo. En el caso de la tierra, esto implica que el ratio $T^2/R^3$ es igual para todo cuerpo que órbita a su alrededor, desde la estación espacial internacional a los satélites en órbita geoestacionaria. Esta constante no la conocemos a priori, pero Newton tenía un cuerpo muy cómodo para calcularla: la luna. La luna órbita alrededor de la tierra en unos 29 días (unos $2.505.608$ segundos o, usando la notación exponencial que siempre usan los científicos, en unos $2.506\times{10^{6}}$ segundos). Su distancia de la tierra es, usando la misma notación, $3.84\times{10^5}$ (unos $384.000$) Km. Esto nos permite calcular la constante de Kepler que, como hemos dicho, es la misma para todos los cuerpos que órbitan alrededor de la tierra \[ K = \frac{T^3}{R^2} = \frac{(2.5 \times 10^6)^2}{(3.84 \times 10^5)^3} \approx 1.1087 \times 10^{-4} \frac{\mbox{sec}^2}{\mbox{km}^3} \] Consideremos ahora nuestro hipotético satélite que órbita a raso del suelo. Este satélite orbita a una distancia del centro de la tierra igual al radio de la misma (unos $6.000$ km). Si su tiempo de revolución es $T$, tiene que cumplirse la igualdad \[ \frac{T^3}{6000^2} = K = 1.1087 \times 10^{-4} \] Lo que nos da $T=4.893$ segundos. Un poco menos de una hora y media. Este dato nos lo confirman satélites como la estación espacial internacional, que órbitan unos 300 Km más arriba que nuestro satélite hipotético y también tienen un periodo orbital de más o menos una hora y media. ¿A que velocidad se mueve el satélite? Su órbita tiene un radio de unos $6.000$ Km, que corresponde a una circunferencia de unos $38.000$ Km (un poco menor que la circunferencia al ecuador que, a causa a la deformación de la tierra debida a su rotación, es de unos $40.000$ Km). Si el satélite recorre esta órbita en una hora y media, por tanto su velocidad es de \[ v = \frac{6,000 \times 2 \times 3.14}{4893} = 7.703 Km/sec = 7.703 m/sec \] Lo que corresponde a unos $26.339$ Km/h. Este movimiento circular alrededor de la tierra tiene una aceleración centrípeta, es decir, una aceleración hacia el centro de la tierra que lo mantiene en un movimiento circular. Si un cuerpo de mueve de un movimiento circular con velocidad $v$ y radio $r$, su aceleración centrípeta igual a $a=v^2/r$. En este caso \[ \frac{v^2}{r} = \frac{7703^2}{4893} = 9.8 \mbox{m}/\mbox{s}^2 \] Esta aceleración, que tiene un cuerpo cuando órbita alderedor de la tierra a raso del suelo resulta ser la misma que la aceleración que Galileo había encontrado para cuerpos que (también a raso del suelo) caen hasta la tierra. ¿Casualidad? Newton, a riesgo de transformarse en otro Normal Bloom, no opinó lo mismo. Ya hemos visto como el clima intelectual había cambiado, y cómo ya era posible (gracias a Copernico y Galileo) pensar en los mismos términos matemáticos para el mundo sublunar y para el mundo sublunar. Por tanto Newton hizo su hipótesis más famosa: lo que causa que la luna órbite alrededor de la tierra es el mismo fenómeno que causa que los cuerpos caigan al suelo. ¿Cual es esta causa? Newton tenía ya una a disposición en su segunda ley del movimiento: lo que causa un cambio de dirección o magnitud de una velocidad es una fuerza. Lo que se formaliza en la ecuación $F=ma$: la aceleración de un cuerpo es proporcional a la fuerza que actúa en él, y la constante de proporcionalidad es dada por la masa del cuerpo. Por tanto podemos decir, con más precisión: la fuerza que hace que la luna órbite alrededor de la tierra es la misma que hace que los cuerpos caigan al suelo. ¿Cómo varia esta fuerza con la distancia del centro de la tierra? Aquí también utilizaremos la tercera ley de Keplero y un poco de álgebra. La tercera ley de Kepler nos dice que, para todo cuerpo que órbita alrededor de otro vale \[ \frac{T^2}{R^3} = K \] donde $K$ es una constante. Por tanto la relación entre el tiempo que se tarda en dar una órbita y el radio de la órbita (es decir, la distancia entre los dos cuerpos), es $T^2=KR^3$, o \[ T = \sqrt{K} \sqrt{R^3} \] La longitud de la órbita es $2\pi{R}$ por tanto la velocidad, que es igual a la distancia recorrida dividida por el tiempo necesario en recorrerla, es \[ v = \frac{2\pi R}{T} = \frac{2\pi R}{\sqrt{K} \sqrt{R^3}} = \frac{2\pi}{\sqrt{K}} \frac{1}{\sqrt{R}} \] Ya hemos visto que la aceleración de un cuerpo que se mueve con velocidad $v$ en una circunferencia de radio $R$ es $v^2/R$. Es decir, en este caso \[ a = \frac{4 \pi^2}{K} \frac{1}{R^2} \] La aceleración centripeta varia como $1/R^2$. Pero la segunda ley de Newton nos dice que $a=F/m$, y $m$ es una constante independiente de la distancia. Por tanto si la aceleración varia como $1/R^2$, la fuerza también tiene que variar como $1/R^2$. Podemos por tanto escribir \[ F = \frac{C}{R^2} \] donde $C$ es un valor que puede depender de varias cosas, pero que es independiente de $R$.

 

Hemos dicho que $a=F/m$, donde $m$ es la masa del cuerpo que está en órbita. Hemos dicho que la misma fuerza es responsable de la órbita de los cuerpos y de su caída cuando están cerca de la tierra. Por tanto un cuerpo que órbita debido a nuestra fuerza $F$ también caerá con una aceleración $a=F/m$.

 

Pero Galileo descubrió que todos los cuerpos caen con la misma aceleración, independiente de su masa. La única manera de mantener $a$ constante cuando $m$ varia es asumir que $F$ es proporcional a $m$. Esto nos lleva a escribir nuestra fuerza como \[ F = \frac{D m}{R^2} \] donde $D$ no depende ni de la distancia ni de la masa del cuerpo que cae (o está en órbita: ya hemos visto que las dos cosas con equivalentes).

 

Un paso más. Newton asume, coherentemente con la nueva unificación del mundo celeste con el mundo sublunar, que todos los cuerpos están compuestos de materia, con masa y que por tanto un cuerpo $A$ influye en un cuerpo $B$ según el mismo mecanismo en que el cuerpo $B$ influye en el cuerpo $A$. Es decir, cuando una piedra cae por tierra, no es sólo la tierra que atrae la piedra, sino también la piedra que atrae la tierra. Esta segunda acción no produce efectos apreciables en cuanto la masa de la tierra es mucho más grande que la masa de la piedra, por tanto la aceleración que la piedra impone a la tierra es, esencialmente, cero. Pero existe, y genera una simetría en la expresión de la fuerza: en la fórmula anterior la masa que aparecía era la masa de la piedra, en cuanto considerábamos que la tierra atrae la piedra. Pero si la piedra atrae la tierra, podemos escribir la misma fórmula con la masa de la tierra: \[ F = \frac{D' M}{R^2} \] donde $M$ es la masa de la tierra: la fuerza es proporcional a ambas masas, por tanto la podemos escribir como algo proporcional al producto de las dos: \[ F = \frac{G M m}{R^2} \] Esta es la fórmula de la gravitación universal de Newton. La constante $G$, constante de gravitación universal, es una constante de la naturaleza, y la teoría de Newton no permite calcularla: es necesario medirla.

 

Quiero resaltar los resultados importantes que hemos conseguido con medios muy sencillos. Todo lo que hemos necesitado son las leyes de Kepler, la segunda ley de Newton, la constancia de la aceleración de caída para todo cuerpos (y su valor), la masa y distancia de la luna y el diámetro de la tierra. Además de estos valores y conceptos, hemos necesitado una idea fundamental, quizás la idea que hizo imposible llevar a esta ley antes del Siglo XVII: la idea que las causas que producen los fenómenos que observamos en la tierra son las mismas que producen los fenómenos celestes. Esta idea, nada obvia y que ha necesitado una larga elaboración teórica, es la que ha permitido llevar desde unas medidas sencillas y, en gran parte, conocidas desde la antigüedad, a una de las fórmulas más importantes de la física moderna. Las medidas estaban, pero no se podía haber llegado a la gravitación universal sin esta idea fundamental. En un momento como este, dominado por el "big data" y la "inteligencia artificial" que funciona procesando, de manera bastante ciega, cantidades enormes de datos, en un momento en que personas como Nicolar Negroponte han dictado el "fin de la teoría", afirmando que con tantos datos no la necesitamos, en este momento es importante recordar la importancia de las ideas fundacionales para el progreso del conocimiento.

 

Añado, para concluir, que el simple razonamiento que he seguido aquí no es el que publicó Newton en sus Pricipia mathematica philosophiae naturalis. Las aproximaciones que he hecho habrían causado que su teoría (nueva y controvertida para su época) no sería aceptada. Newton tuvo que considerar que las trayectorias de los planetas son elípticas, y por tanto desarrollar un análisis mucho más complejo. Hoy en día este análisis se lleva a cabo en los cursos universitarios de introducción a la física gracias al cálculo diferencial, creado independientemente por el mismo Newton y por Leibniz. Pero, a pesar de ser uno de sus inventores, Newton no pudo ni siquiera utilizar este instrumento, también demasiado nuevo y controvertido (y, hasta el Siglo XIX, muy informal): tuvo que desarrollar toda su argumentación con métodos geométrico. Un trabajo poco elegante y mu complejo para llegar a una de las fórmulas más elegante y generales de la física, seguramente la fórmula física más importante por lo menos hasta las ecuaciones de Mazwell o la entropía.

Friday 24 May 2024

El futuro digital. Cómo y por qué evitarlo.

La informática, la digitalización, se nos proponen como ayudas indispensables para facilitarnos la vida y para la solución de muchos problemas diarios. Y en la medida en que las cosas están así, hay que darle la bienvenida. Si la informática nos simplificara realmente las cosas en la medida en que los tecno-entusiastas nos dicen, quizás podría incluso valer la pérdida del contacto humano y la alienación que supone. La civilización digital nos hace más solos, más egoístas, más narcisistas y menos solidario. Pero, por lo menos, ¿nos ayuda a resolver los problemas diarios?

 Quiero empezar hablando de una experiencia personal. Hago una premisa: como resultará claro a continuación, todo empieza con un error mío. Si yo no me hubiera equivocado, la situación de que hablo no se habría creado. Por otro lado, considero que el sistema con que me relaciono (ya sea una persona o una máquina) debería ayudarme a descubrir y corregir mi error, y no debería empeorar las cosas.

 Hace una semanas tuve que renovar mi tarjeta sanitaria Europea. Me conecté a la página de la seguridad social, inserté todos los datos que me pedían y recibí el confortante mensaje que todo estaba bien y mi tarjeta me llegaría por correo. Sin embargo, pasadas pocas horas recibí un email que decía, literalmente, que según los datos de su base de datos no me podían expedir la tarjeta, y que llamara a un número que me proporcionaban.

 Ningún problema: llamo el número y tengo la mala sorpresa de que no consigo hablar con una persona, sino que me contesta una máquina. Supero mi reluctancia a contestar a voz a una máquina (es una cosa que me genera una repulsión instintiva: tolero teclear si me lo pide una máquina, pero hablar es algo que siempre he reservado para los humanos: no quiero hablar con máquinas) y repito todos mis datos. La voz mecánica me dice, despiadadamente, que según la base de datos no me pueden expedir la tarjeta y que vaya a la página web. Catch 22 perfecto.

 Tras intentarlo varias veces (por si se trataba de un problema técnico transitorio) recurro al sistema tradicional: un amigo de un amigo que trabaja en la seguridad social. Intercambiamos un par de email, le mando todos mis datos (por si acaso el problema con la base de datos es que no tienen mis datos correctos). El amigo actualiza los datos y me pide que lo intente otra vez. Mismo resultado. El amigo encarga a otra persona, que trabaja directamente en el departamento que se ocupa de estas práctica, que lo intente. Mismo resultado.

 El amigo me envía un email pidiendo disculpa por los líos de la burocracia, y yo le contesto que, en realidad, como profesor de informática, me a mucha rabia que la informática cause estos problema. Aquí se le enciende la bombilla: "Me dice que eres profesor... ¿no será que estás con muface?" Suenan las campanas y sale el sol: efectivamente estoy con muface, y es muface que se ocupa de esas cosas para sus afiliados.

 Me conecto a la página de muface y, hip hip horray, en unos días tengo mi tarjeta.

 Como he comentado, todo nace de un error mío: no he considerado que mi petición tenía que gestionarla muface. Por otro lado, el sistema informático no sólo no me ha ayudado, sino que ha empeorado las cosas con un mensaje sibilino que apuntaba a un problema en mis datos.

Otro ejemplo. Este años también he decidido vacunarme de covid y, por razone que ahora no vienen a tema, he necesitado coger una cita en el centro de vacunación en el Hospital Zendal. Me pongo en la página web, elijo el día (operación afortunadamente fácil: el centro está esencialmente vacío) y digo al sistema que sólo quiero imprimirme el resguardo, no lo quiero ni por móvil ni por email. Me llega en pantalla la página con el resguardo y falta la cosa más importante: el código de la cita, esencial para identificarla.

Ahora empieza el problema: no puedo acudir a la cita sin código. Por otro lado el sistema ya tiene almacenada una cita mía y no me permite sacar otra. No la puedo cancelar ni cambiar porque para hacer esto necesito el código. Catch 22. Me han metido en un bucle infinito.

Afortunadamente en este caso el elemento humano intervino: en el día y a la hora prevista me fui al hospital y, dado que no había nadie esperando, me dijeron que no había problema.


Son sólo un par de ejemplo, bastante banales, de los problemas que puede causar una digitalización exagerada y apresurada. No es difícil extenderlos, como contrafactual, a situaciones más serias y peligrosas.

 Hay varios problemas con la digitalización forzosa a que estamos sometidos, algunos técnicos, otros sociales o logísticos. Quiero aquí repasar algunos.

La primera observación puede parecer obvia: un sistema crítico debe funcionar. Siempre. Todas las características "cool", todos los colorines, todos los enlaces son inútiles si el sistema no hace lo que tiene que hacer. Lamentablemente en el ámbito de Internet esta observación ya no es nada obvia. El concepto de calidad del software, me parece, nunca ha penetrado el mundo de Internet, en que producir algo rápidamente es más importante que garantizar su funcionamiento. Los estándares de calidad para aplicaciones críticas deberían ser tan estrictos como los de los sistemas de control de un Airbus A380. Estamos muy lejos de esto. Hasta los lenguajes de programación usados (el tremendo Javascript es un ejemplo) parecen diseñados para reducir la calidad en lugar de aumentarla.

El problema se hace más grave en cuanto muchas aplicaciones se desarrollan directamente como aplicaciones web, que suponen un contacto continuo con el servidor, en lugar de desarrollarlas como aplicaciones locales que sólo contactan con el servidor para mantener al día los datos (solución más compleja y cara, pero mucho más segura). Esto hace que cada vez que, por alguna razón, Internet no funcione, al trabajo se pare completamente. En algunos casos (esto ha pasado ya varias veces en centro de salud de Madrid con el acceso a las historias clínicas y a la receta electrónicas), las consecuencias pueden ser muy serias.

Hemos empezado a depender de manera crucial de programas informático justamente en el momento en que su calidad se ha reducido dramáticamente, en el momento en que la calidad del producto dejaba de ser el foco principal de la metodologías de desarrollo. Esta falta de calidad las vamos a pagar muy caras en el futuro.

Se trata de un fenómeno que podemos notar en varios ámbitos. En la red ferroviaria de Cercanías de Madrid hay, entre otros, dos modelos de trenes: los 446, de los años 80, y los varios Civia, que entraron en servicio en el año 2000. Los 446 tienen, por encima de las puertas, unos indicadores relativamente sencillos: un indicador a Led en que aparece, deslizándose, la hora, la temperatura y la próxima estación. Los trenes Civia tienen varias pantallas, que pueden, en principio, mostrar mucha más información. El problema es que, mientras nunca he visto un tren 446 con un indicador a Led que no funcionara, estimo (en la base de mi experiencia) que las pantallas de los Civia funcionan y dan la información correcta un 20% de las veces. El resto de las veces están apagadas, dan una indicación equivocada, o muestran la pantalla inicial de Windows XP (Si: Windows XP. Sí: en 2024).


Esto pone en evidencia un segundo problema muy común en la digitalización: basar aplicaciones, incluso algunas críticas, en sistemas operativos inestables y poco fiables tales como Windows. El uso de Windows XP en el momento de la creación de estas aplicaciones ha creado una situación en que o uno se queda dependientes de un sistema operativo viejo y que Microsoft ya no soporta, o invierte una cantidad importante de tiempo y dinero en rediseñar completamente el sistema cada vez que una nueva versión es incompatible con las anteriores. Más razonable habría sido usar un sistema como el núcleo de Linux que es, esencialmente, el núcleo de Unix, y es compatible con versiones de hasta hace 50 años. Pero desarrollar en Linux supone un esfuerzo inicial más grande, y en el software hoy en día se mira más al ahorro y la rapidez de desarrollo inicial que a la calidad en el largo plazo. Otro fenómeno que, si asociado a aplicaciones críticas, tendrá consecuencias desastrosas.


Un tercer problema es el contexto semántico. Un programa que implementa una función dada debería hablar en el lenguaje del problema que resuelve, y crear funciones típicas del problema que resuelve. Un programa para reproducir música debería exponer funciones y conceptos relacionados con la música y nada más. Un programa de contabilidad debería hablar de contabilidad y nada más. Un programa debería permitir a quien lo usa hablar su lenguaje y usar los conceptos y las funciones típicas de su campo, no del campo del programador.

El programa para la obtención de la tarjeta sanitaria viola este principio en el momento en que me comunica que "la base de datos" no le permite satisfacer mi petición. Yo, usuario del servicio de salud, no tengo porque darme cuenta que existe una cosa llamada "base de datos". Lo que sé es que existe una tarjeta sanitaria y que quiero conseguirla. Nada más. El mensaje de error debe ser útil a mi, no a quien escribe el programa. Ninguna interacción debería depender del hecho que se está usando un programa.

 

Finalmente, la digitalización debería resultar en procedimientos sencillos e intuitivo y siempre debería existir la posibilidad de recurrir a un operador humano. Incluso algo tan sencillo como pedir una cita en un centro de salud se ha transformado en algo muy complicado para personas mayores sin acceso a instrumentos informático. Aquí en Madrid (no conozco la situación en otras comunidades) se ha creado una app para móvil que gestiona, entre otras cosas, la petición de citas. La app es útil para mucha gente, pero se está contando tanto con ella que los métodos alternativos se han complicado y han perdido eficiencia. Llamar por teléfono, por ejemplo, no nos lleva a hablar con un operador, sino a un menu automatizado. Esto es algo inaceptable: la digitalización debería aumentar el número de posibilidades para hacer las cosas, no complicarnos los instrumentos que ya teníamos.

 

Lamentablemente muchas veces los programadores no siguen la primera norma que se recomienda en todos los manuales de metodologías de programación: hablar con el usuario final de una aplicación. El resultado son programas que no cumplen las funciones que sus usuarios necesitan, que obligan a recurrir a "apaños" y que a menudo hacen perder más tiempo de lo que hacen ganar.

Al mismo tiempo, la promesa de ahorro que estos instrumento prometen (a costa de puestos de trabajo y, por ende, del bienestar de las personas, pero, hoy en día, ¿a que administrador le interesa esto?) hacen que utilicemos cada vez más, para operaciones cada vez más críticas, instrumentos imperfectos, obscuros, complicados de usar, eliminando al mismo tiempo cada otra vía para hacer lo que necesitamos.

 

Una receta para el desastre. Pero quizás nos consolará la constatación de que será un desastre digital, conectado, y de última generación. 

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