Los datos del
Ministerio de Sanidad pintan el escenario de la evolución de la epidemia desde
su comienzo en Febrero/Marzo 2020 hasta el momento actual en que, todos
esperamos, la campaña de vacunación nos hace ver el final de esta tragedia.
Los casos en el
último año han evolucionado como en la figura siguiente (informe N. 380delMinisterio de Sanidad):
Reconocemos
claramente las diferentes "olas" de la enfermedad, pero vale la pena
analizar sus diferencias, debidas a varias causas epidemiológicas sí, pero
también políticas y económicas.
La primera ola
se caracteriza por ser violenta y corta. Sube de manera repentina y se reduce
muy rápidamente. Esto es coherente, por un lado, con el comportamiento
exponencial de una epidemia en su primera fase (véase aquí un modelo matemático
de este fenómeno) y, por el otro, con la falta de recursos y la complicación
del mercado en ese momento. Recordemos las dificultades que tuvimos al
principio para comprar material. Incluso los test PCR escaseaban, hubo varias
entregas de material defectuoso, y los sanitarios tuvieron muchos problemas a
la hora de recibir los equipos de protección. Se trató de una situación
generalizada: en Europa todos los países tuvieron los mismos problemas de
suministro y d calidad, con la excepción parcial de Alemania que, siendo un
país fabricante, tuvo acceso preferente a sus propios recursos. Las
dificultades para países con un peso económicos medio o bajo para competir en
un mercado tan problemático fue lo que impulsó la acción unitaria de la UE.
Por otro lado,
la primera ola fue, en muchos países de Europa, muy corta. En España el 14 de
Marzo se decretó el estado de alarma, y 15 días después, el 31 de Marzo, el
número de nuevos casos llegó a su máximo. Se trata del tiempo de reacción
mínimo permitido por las características del virus (antes de 15 días no se ve
el efecto de ninguna medida): la medida fue drástica pero tuvo su efecto. Tras
el 1 de Abril los casos se redujeron rápidamente, aún si este descenso fue de
alguna manera escondido por el aumento del número de PCR, la curva de las
víctimas lo revela claramente:

No todos los
países tuvieron el mismo comportamiento. Casos emblemáticos son los del Reino
Unido y de Rusia que, a causa del retraso y de la poca contundencia de las medida, tuvieron una primera ola muy larga:
A finales de
Mayo, el Reino Unido tenía 590 muertos por cada millón de habitantes, uno de
los ratios más altos de Europa (España tenía entonces 550).
A principio de
Junio la primera ola podía considerarse terminada, y empezó la desescalada.
Allí empezaron los errores. Varias CCAA empujaron por una desescalada rápida
(Madrid hasta amenazó con desobedecer las ordenes de sanidad) con la idea,
ilusoria, de "salvar el verano". El gobierno, por debilidad o por miedo
al precio político que tendría que pagar, cedió, y la desescalada fue muy
rápida, con cambios de fases cada 15 días, a veces empujados por las mismas
CCAA (recordamos las criticas al gobierno cuando Madrid tuvo que quedarse en
fase 1 una semana más de los 15 días mínimos).
Esto preparó el
terreno para la segunda ola, que podríamos llamar la "ola de la
complacencia". Durante el verano el número de casos se mantuvo bajo, y
esto siguió generando confianza. El verano, claramente, no se salvó: los
europeos tenían sus propios problemas con la pandemia y no estaban como para
venirse de vacaciones a España. La vuelta al cole generó mucha inquietud pero
en ese caso se hicieron bien las cosas y el número de contagios en ámbito
escolar siempre ha sido muy limitado.
En otoño los
casos empezaron a aumentar, pero nadie pareció hacerle mucho caso: la segunda
ola no generó valores récord de incidencia acumulada, y esto generó un falso
sentimiento de confianza: la hostelería permaneció casi siempre abierta y el
gobierno sólo generó un estado de alarma muy blando en Madrid. Pero la ola fue
larga, y el número de víctimas depende no sólo de la intensidad sino, también,
de la longitud: entre el 1/7/2020 y el 20/12/2020, el periodo de la segunda
ola, hubo en España 14256 fallecidos, más de la mitad del número que hubo en la
tremenda primera ola.
La tercera ola
tuvo lugar en enero/febrero 2021. Si la segunda fue la ola de la complacencia,
esta fue la ola de la inconsciencia, diría de la locura. Los epidemiólogos habían
avisado que no podíamos tener unas navidades normales o casi normales si
queríamos evitar una tercera ola bruta. Otros países tomaron medidas drásticas,
entre ellos Italia, que impuso, hasta bien entrado enero, el cierre de la
hostelería a las 6 de la tarde y volvió a confinar durante los días de navidad.
Italia ha tenido un enero 2021 tranquilo, en España hemos tenido 1.000.000 de
casos y 10.000 muertos. La locura de "salvar la navidad" cuesta.
Tras una bajada
relativa de los contagios en Febrero-Marzo, hemos vuelto a repetir el error:
muchas comunidades han relajado las medidas, el gobierno no ha querido renovar
el estado de alarma, y hemos tenido una cuarta ola, afortunadamente menos letal
que la tercera.
Parece
increíble, pero tras cuatro olas no hemos aprendido nada. Tras el desastre del
mantra de "salvar la navidad" no hemos tenido reparo en asumir el
mantra "salvar el verano", y los resultados, como estamos viendo, han
sido desastrosos no sólo desde el punto de vista sanitario sino que lo será también,
previsiblemente, desde el punto de vista económico.
Como siempre,
cuando las cosas han empezado a mejorar, han empezado a surgir voces que pedían
una desescalada rápida (para "salvar la economía") y, como ha pasado
siempre desde Junio 2020, el gobierno no ha tenido la voluntad política de
resistir y de imponer una desescalada lenta. Ya ha desaparecido el obligo de
llevar la mascarilla en exteriores. En teoría, sólo cuando es posible mantener
la distancia de seguridad, en práctica, mucha gente ha escuchado sólo la
primera parte de la medida y ha felizmente olvidado la limitación. Las playas
se han llenado, las fiestas se han multiplicado, el ocio nocturno ha
celebrado... durante un tiempo.
En la semana
pasada, en pocos días, la incidencia acumulada a 14 días ha pasado de 92 a 300:
hemos vuelto al riesgo extremo. Que la mayoría de los infectado sean jóvenes y
por tanto no contribuyan demasiado al colapso hospitalario no ayuda ni desde el
punto de vista sanitario ni desde el económico.
Desde el punto
de vista sanitario, estos casos colapsan los centros de salud, que tienen que
hacer seguimiento. En casi todas las CCAA los centros de salud ya estaban
colapsados. En comunidades como Cataluña y, sobre todo, Madrid, se están
cerrando centros de salud, empeorando al situación. El resultado es que muchas
patologías que no son la covid (la gente, inclso en la pandemia, sigue
enfermándose también de oras cosas) no pueden ser atendidas adecuadamente,
causando víctimas indirectas de la covid. Que una persona muera de un trombo
porque no se le ha podido controlar la dosis de anticoagulante puede no
aparecer en las estadística de los muertos de covid, pero es, indirectamente,
una víctima de los que han decidido que una fiesta era más importante que la
salud de los demás.
Desde el punto
de vista económico, el intento de salvar el verano puede costarnos el verano.
La alta incidencia acumulada está disuadiendo a los turistas extranjeros: es de
estos días la noticia que Francia desaconseja a sus ciudadanos veranear en
España y Portugal. Así como en el caso anterior, que el aumento de casos sea
relativamente poco preocupante dado que se da principalmente en personas
jóvenes es irrelevante: así como nosotros no conocemos los detalles de la
evolución de la pandemia en otros países, otros países no conocen los nuestros.
El dato principal en que basan su decisión de venir o no a España es el número
de contagios.
Desde el punto de vista ético, nos revela como una sociedad inculta y egoista. Los sanitarios llevan un año agotados, la gente sigue muriendo, pero parece que para muchas personas esto vale menos que su derecho asalir de fiesta. Y no se trata sólo de losjóvenes. Cuando empezó en brote en el viaje de fin de curso en Mallorca, lo normal, lo sano, lo racional, habría sido que los mismos padres hubieran obligado sus hijos, contactos de positivos, a aislarse diez días en el hotel. Se trata de un ejercicio elemental de responsabilidad personal: yo tomo una decisión (irme de viaje) y asumo las consecuencias de mi decisión. Pero no, los padres han demostrado tener tan poca madurez como los hijos, y han denunciado a quien los tenía "secuestrados". Hemos visto las consecuencias.
La consecuencia
de poner la economía por encima de la salud ha sido que no hemos salvado ni la
salud ni la economía. Y lo peor es que desde Septiembre del año pasado hemos
repetido el mismo error cuatro veces.