Tuesday 11 February 2020

La trampa de la meritocracia

En el discurso político de la derecha aparece cada vez más el concepto de meritocracia, la idea que los ricos son ricos esencialmente porque se lo merecen, porque han sido más hábiles, más trabajadores o porque tienen más talento. La consecuencia que se deriva invirtiendo esta proposición (y de que normalmente no se habla demasiado: no suena tan bonita) es que los pobres son pobres porque se lo merecen: ellos han creado las condiciones por su propia pobreza y por tanto no deberíamos sentirnos culpables, ni sentir la obligación para obviar las causas sociales de la pobreza. Lo pobres no son sólo pobres: son culpables.

La idea no es nueva: desde los albores del neoliberismo la meritocracia se ha usado para justificar las desigualdades crecientes causadas por el nuevo modelo económico y para desmantelar el estado social. Reagan y Tatcher introdujeron esta idea en los años '80 para justificar los recortes fiscales a los ricos y sus recortes brutales en las ayudas sociales y en el estado de bienestar y desde entonces la idea ha sido parte integrante del ideario del neoliberismo eonómico.

Lo que no se debate mucho es en que consiste exactamente la meritocracia, y cuales son las consecuencias políticas y sociales de su puesta en marcha en una sociedad. Una sociedad es meritocrática cuando la posibilidad de tener éxito (financiero, social, o de cualquier otro tipo) depende sólo del mérito personal de los individuos. Las palabras "sólo" y "personal" son cruciales en esta definición. Que haya personas que, mediante capacidades a menudo excepcionales, hayan conseguido salir de la pobreza y ganar mucho dinero no quiere decir que nuestra sociedad sea meritocrática. Las probabilidades de éxito tienen que ser las mismas por el mismo mérito personal, independientemente de cualquier otra circunstancia. Una persona con talento y ganas de trabajar debería tener muchas probabilidades de éxito, y una persona sin talento o sin ganas de trabajar debería acabar en la pobreza, incluso si la primera es hija de un parado y la segunda de un millonario: la meritocracia es un sistema despiadado. En términos matemáticos, la probabilidad de éxito (financiero, social, o de cualquier tipo) es condicionada al mérito personal, y a ninguna otra circunstancia (lugar de nacimiento, condiciones de la familia, etc.). Pero si sólo el mérito personal es la variable condicionante, es necesario que todas las demás circunstancias, las circunstancias en que estas capacidades se pueden desarrollar, sean iguales.

El individuo es, al fin y al cabo, el producto (también) de su ambiente social. Para que gane el intrínsecamente mejor es necesario que todos compitan en las mismas condiciones, que todos partan del mismo punto y con los mismos medios. Es aquí, supuestamente, donde la educación pública juega su papel de ecualizador de oportunidades. Pero, por lo menos en nuestras sociedades, se trata de un principio teórico que poco tiene que ver con la realidad. Las diferencias que determinarán la probabilidad de éxito se manifiestan desde el nacimiento, mucho antes de que la educación pública pueda hacer algo. En el momento en que los niños se acercan a la escuela, ya no están todos en las mismas condiciones; "la contradicción es por tanto la siguiente: la igualdad de posibilidades puede ser un principio legítimo de selección sólo si se supone una igualdad completa de condiciones iniciales, es decir, eliminando la desigualdad social... lo que el principio de igualdad de posibilidades debería legitimar. El principio del mérito individual choca aquí contra una primera realidad antropológica: el hombre no se hace solo, y un niño es sobre todo una niñez." (Aurélie Ledoux, L'ascenseur Social est en Panne, Flammarion, 2012)

Se trata de una contradicción de base: la meritocracia justifica la desigualdad, pero se puede poner en práctica de manera efectiva sólo eliminando la desigualdad. Esta contradicción ha sido, por lo general, ignorada por la derecha, que acepta sin discusión que el principio del mérito legitime las diferencias sociales. Los pocos que han reconocido la contradicción se han confesados incapaces de ofrecer una solución.

Hayek, uno de los teóricos más lúcidos del neoliberismo, ve muy bien el problema, y analiza agudamente la contradicción que se esconde detrás del principio de igualdad de oportunidades: cuanto más se pone en práctica este principio, tanto más el principio organiza integralmente la sociedad. Sería necesario, para empezar, eliminar cualquier forma de herencia: está claro que una persona que recibe en herencia 100 millones tiene más posibilidades de ser rico que una persona que no recibe nada y, vale la pena recordarlo, el principio meritocrático es que el éxito depende del mérito personal, y no del mérito de los padres. La igualdad de oportunidades se puede realizar sólo entregando el poder político un control total sobre nuestra existencia social. Sería necesaria la coherencia de Platón: acabar con la familia tradicional, criar a los niños en común, hacer que todos sean hijos de todos para que nadie tenga privilegios que deriven de la familia. Hayek concluye su análisis: "poco a poco habría que llegar a una situación en que el poder político disponga literalmente de todos los elementos susceptibles de afectar al bienestar de cada uno. Por atractiva que sea a primera vista la fórmula «igualdad de oportunidades» en el momento en que se extienda más allá de los servicios que, por otras razones, el gobierno debe proporcionar, esta se transformaría en un ideal ilusorio, y todo intento de transformarla en una realidad acabaría creando una pesadilla" (Frederick Hayek. “The Principles of a Liberal Social Order”, Il Politico, 31(4) 601--18, 1966): la única manera de justificar éticamente la libertad neoliberal y las desigualdades que esta conlleva acabaría destruyendo esas mismas libertades.

Es difícil aceptar una teoría que no sólo tiene contradicciones tan evidentes (cualquier teoría política las tiene) sino que ni siquiera ha abierto un debate sobre estas contradicciones. Es difícil evitar la impresión que la teoría neoliberal ya ha muerto y que todo lo que queda es la praxis de poder de una elite económica que trae ventajas de una situación que la teoría neoliberal ha creado pero que ya no controla. Parece que la teoría neoliberal es, para el capitalismo moderno, lo mismo el Marxismo era para que la dictadura de Stalin una muleta ideológica, vaciada de contenido, cuyas formas ayudaban a mantener una situación de represión.

1 comment:

Anonymous said...

La trampa de la demagogia: que una cosa sea cierta no implica que la contraria tb lo sea!!!

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